lunes, 11 de febrero de 2013
LECTURA DE UNA FOTOGRAFÍA DONDE EL LIBRO ESTÁ COMO SUSPENDIDO
El librero es pequeño. En la foto se aprecian dos tablas, una permite ver la parte oscura, la que siempre se llena de telarañas; la otra muestra el lado de arriba, pero que nunca está totalmente expuesta, porque es soporte de los libros del espacio superior. En la tabla de arriba se ve una máquina mecánica de escribir. Se alcanza a ver las teclas que están distribuidas como si fuesen terrazas sembradas de arroz en alguna montaña de China. Todas las líneas son rectas. Para compensar la horizontalidad, los libros (siempre) están colocados de manera vertical, como si fuesen pilotes para una construcción intelectual. El librero está pintado de negro, como si fuese el universo y los libros jugaran el papel de asteroides o de planetas; como si la pregunta fuese: ¿existe posibilidades de vida en estos planetas? Como si el cometido del hombre estuviera puesto en la misión de hallar agua.
A veces me preocupa ver la forma en que están apilados los libros en los libreros. No tienen espacio para hacerse a algún lado. Están constreñidos. Si los veo de frente, como ahora los veo en esta fotografía, los imagino con los brazos repegados a su cuerpo. ¡No, no he dicho bien! Sería mejor escribir que los veo con las alas cerradas. Siempre llama mi atención los hombres que acuden a gimnasios, cuando desean mostrar lo fuertes que son elevan los brazos y muestran las montañas que han nacido en sus bíceps. De igual manera imagino a los libros. Así como están en este librero se ven disminuidos, casi casi como si estuviesen en una silla de ruedas. ¡Ah, qué prodigio cuando se abren y muestran sus alas! Existe una mínima diferencia entre los cultivadores de la halterofilia y el libro; los primeros no pueden despegarse del suelo, en cambio ¡los libros!
¿Para qué sirve la máquina mecánica que descansa en el listón de madera? ¿De qué sirve la nostalgia en tiempos futuros? De igual manera podía preguntar ¿de qué sirve esta fotografía en tiempos donde los libros impresos en papel se advierten como abuelos de los libros digitales, libros que comienzan a invadir todos los territorios del hombre? Tal vez esta fotografía, no lo sé, sea como una advertencia de un acetato de setenta y ocho revoluciones ante la llegada de los discos compactos. Al hombre siempre le ha tocado vivir la transición de una época a otra. Hubo hombres que vivieron el salto de los libros copiados por amanuenses al libro de Gutenberg. ¡Ah, esto fue como si Neil Armstrong dijera que es “un salto pequeño para el hombre, pero un gran salto para la humanidad”. Sí, hemos vivido grandes saltos. Los jóvenes de los setenta imaginamos el porvenir. Lo imaginamos menos violento y con los avances tecnológicos que hoy vivimos. Si alguien me forzara diría que el futuro nos quedó debiendo, porque lo imaginamos con carros voladores, pero también debo admitir que nunca imaginamos esta revolución tecnológica donde un sencillo teléfono celular puede acercarnos a todo el mundo y más allá. Nunca imaginamos la maravilla de la tableta electrónica que permite albergar más de cinco mil libros.
Los jóvenes de los setenta siempre imaginamos al mundo lleno de bibliotecas, con miles de estantes llenos de millones de libros en papel. Y ahora resulta que esta imagen, dentro de veinte años, puede ser como la fotografía de un animal extinto.
Estos pequeños estantes son como oasis en medio de desiertos. Todavía en casas comitecas pueden hallarse libreros con enciclopedias compradas en Selecciones del Readers Digest. ¿Ahora –pregunto- alguien compra el “Tesoro de la Juventud” cuando en un disco compacto podemos tener no sólo el Tesoro de la juventud sino también el tesoro de la senectud?
El librero está pintado en negro. Esto permite que los colores de los lomos de los libros ¡resalten! Y con ello resaltan los nombres de los autores o los títulos de los libros. En un extremo hay un apartado con discos compactos, y en el espacio inferior se alcanza a ver una mínima colección de devedés, con películas de arte. El librero es pequeño, no obstante, cuando uno lo ve con detenimiento puede advertir que tiene una gracia que está por encima de lo cotidiano. Algo espera este mueble. Es raro que un mueble dé la impresión de espera. Este mueble espera. ¿Qué? No lo sé bien. Ni me atrevo a emitir una opinión, no sea que alguien me tache de loco. ¡Ah, qué asfixia deben tener esos libros con tanto apretujamiento! ¿Por qué sus alas están plegadas?