miércoles, 6 de febrero de 2013


LECTURA DE UNA FOTOGRAFÍA QUE MUESTRA UNA FOTOGRAFÍA

El acto fue sencillo: colocar la cámara frente a la fotografía y disparar. El tío Eugenio siempre dijo que este acto se asemejaba mucho al acto que realiza un cazador, pero, a la vez, era la antípoda. El fotógrafo preserva la vida. El cazador y el fotógrafo frente al venado realizan el mismo acto: se paran frente al animal, apuntan y disparan. Ambos logran un trofeo. El cazador hace que el instante retome su miserable condición natural y el fotógrafo, por un proceso Divino, hace que el instante se convierta en algo casi eterno.
Y digo que el acto fue sencillo, porque ahora pienso en un fotógrafo de National Geographic, por ejemplo. ¿Cuántas horas tarda en un territorio esperando que el águila llegue al nido? ¡Horas y horas soportando la lluvia y el frío o el calor de mil infiernos adobados en magma de volcán! ¿Cuánto tiempo le tomó a Gabriel Penagos (autor de la foto expuesta)? No lo sé.
La fotografía que tomé muestra un muro de piedras, como fondo (se alcanza a ver una protección de hierro y el arco de madera de una ventana); se aprecia el piso de losetas en rojo quemado y un soporte de madera de pino que exhibe la fotografía que se publicó en el libro “Comitán de mis amores. Colores y miradas de nuestra tierra”.
Y digo que el acto fue sencillo porque no hay cosa más simple que tomar la foto de una foto. Pero, si me detengo tantito, veo que el acto entraña cierta complejidad. Es un poco como si el derecho de autor se cancelara, un poco como si me aprovechara del talento del otro. Acá enseño la mirada del otro a través de mi mirada. La fotografía de Gabriel está dividida en dos planos: el superior abarca casi tres cuartas partes, y el plano inferior se queda con el resto. Las montañas y el pueblo son casi una franja mínima en comparación con la rotundez del cielo y de las nubes. De acuerdo a la línea del horizonte que se aprecia, puedo decir que el fotógrafo está encaramado en algún lugar por encima de Comitán. ¿Está en El Mirador? ¿Está en el Cerro de La Ametralladora? ¿Hizo un prodigio y levitó gracias a sus cartas credenciales que dicen que es Ángel Gabriel? En esa altura, al fotógrafo se le hizo fácil levantar tantito la vista y dejarse sublimar por el cielo que, según se aprecia en la foto, es como un chal que protege a este pueblo de Dios.
Y digo que el acto fue sencillo, porque me apropié de su mirada. Hoy, con esta revolución de cámaras digitales ya no está vigente la actitud de los indígenas que no se dejaban retratar porque les robaban su espíritu; ahora robamos el espíritu de los fotógrafos, un poco como para regresar todos los espíritus indígenas robados.
Esta foto (perdón, Gabriel) ¡es mía! Nadie podrá acusarme de plagio. Bastaría una sola piedra del fondo para comprobar que la foto es de mi autoría y no de él. ¡Dios mío, qué frágil se ha vuelto el mundo!
Brice Echenique fue acusado de plagio. Dicen los críticos que tomó textos de otro y apenas le hizo ligeras modificaciones. El escritor Brice Echenique fue demandado. La fotografía está más expuesta al plagio. Ahora pienso que podría ir a la cárcel si hiciera con la literatura lo mismo que hice con la fotografía de Gabriel. El mundo se me vendría encima si tomara un texto de Julio Cortázar y le agregara dos piedras y un soporte, como hice ahora con esta fotografía.
Al estar frente a la foto de Gabriel pensé que era un prodigio. En el Centro de Comitán tenía una panorámica de mi pueblo. El cielo eterno de un instante lo tenía para siempre al alcance de mi mano, al alcance de mi ojo, al alcance de mi corazón. Nunca, lo sé bien, ese cielo volverá a estar como estuvo esa tarde en que, seductor, se mostró como se muestra en la foto. Sólo Gabriel, lo sé bien, tuvo el privilegio de verlo así. Todos los demás estábamos enredados en otros afanes: Mariana estudiaba, José pegaba ladrillos, Armando subía una foto familiar al muro de su facebook y yo, Dios mío, escribía una Arenilla. Ninguno de nosotros miró el cielo, ninguno de nosotros subió adonde Gabriel subió. Sólo él vio este cielo, lo atrapó para siempre, y lo dio a los demás. Ahora, mientras él sube una foto a su muro del facebook yo miro su cielo y se lo devuelvo en palabras. Claro, tengo ventajas. Él no podrá tomar una fotografía de esto, a menos que beba las palabras, luego suba a la montaña y las vomite, parado sobre una piedra. Sólo esta posibilidad tiene: retratar las palabras a mitad del aire, volando como cometas, como chinchibules, como nubes grises y compactas jugando por los cielos. Tal vez, entonces, el acto complejo del plagio se convierta en algo sencillo, tan sencillo como plagiar una fotografía a plena luz del sol y frente a la mirada de todo el mundo.