lunes, 4 de febrero de 2013


LECTURA DE UNA FOTOGRAFÍA DONDE SE VE UN GATO QUE INTENTA APARENTAR SER CULTO

Entró por la puerta principal. Lo hizo con la lentitud con que caminan los gatos que poseen el secreto del misterio cuando se dice que “hay gato encerrado”. Es un gato -lo intuyo- que conoce el terreno que pisa. Tal vez es “gato casero” y duerme en alguna galería del mismo edificio. Lo digo, porque el vestíbulo donde camina el gatito blanco, con motas cafés, corresponde a un edificio donde hay una sala cinematográfica. No lo vio al entrar, pero a su izquierda, en el muro de lajas jaspeadas del fondo, se recorta un pizarrón negro que muestra los nombres, en letras blancas, de los directivos de la institución. Este letrero demuestra que, en la vida, muchas cosas son maniqueas y ante lo negro debe sobreponerse el blanco. Pero puede ser que el gatito no sea de casa y sea un gato callejero o de casa ajena y, despistado, haya entrado sólo a ver si en algún espacio de la sala cinematográfica todavía quedan ratones. Y escribo esto porque en mis años de infancia, en el Cine Comitán, de mi pueblo, los gatos se paseaban orondos por la butaquería y por el escenario. Con esto, el dueño del cine garantizaba que el edificio estuviese libre de roedores (Mariana siempre dice que los edificios públicos de México deberían tener gatos, para garantizar la ausencia de ratas y ratones). En el Cine Comitán, uno no sabía qué era mejor: si espantarse ante la carrera alocada de un ratón (a la hora que exhibían la película “Ben, la rata asesina”) o sentir (a la hora que exhibían la cinta “Los pájaros”, de Hitchcock) cómo el gato se sobaba en medio de las piernas, al estilo con que las putitas de la calle Independencia, de la ciudad de México, se sobaban en el cuerpo de los muchachos que, indecisos, espiaban detrás de un poste.
El gato blanco, con motas cafés, tiene un nombre. Tal vez los que ahí trabajan lo conocen y ya le pusieron uno. Tal vez los del Departamento de Literatura lo llaman Okawa, nombre del gato que hablaba con Nakata, ambos personajes de Murakami. Pero lo más seguro es que lo llaman por su nombre verdadero, el nombre que le puso su dueña, la niña que se enamoró del gatito (porque se ve que es un macho; por la forma en que extiende la pata derecha delantera, por la forma en que ve hacia la pared blanca, por la forma de su pensamiento que está mucho más allá de lo que el cristal del fondo refleja ¡se advierte que es un macho!). Por esto, durante las noches, debe pasearse por la Avenida Central de Tuxtla y debe escabullirse por las paredes tapizadas con enredaderas y debe trepar por las bardas y debe coger a las gatitas que, siempre deseosas, siempre seductoras, lo esperan en los techos y en las azoteas donde duermen las otras “gatitas” que al otro día deberán levantarse temprano para ir al mercado y tener listo el desayuno de sus patrones. Todas las gatitas cogen, en noches de calor, en las azoteas o en los cuartos de las azoteas.
Y digo que debe haber entrado a ver si había ratones en la sala cinematográfica que lleva el nombre de un dramaturgo chiapaneco, porque es imposible que haya entrado a ese edificio a presentar un proyecto cultural (se sabe que, por lo regular, los gatos se concretan a cumplir órdenes y tienen prohibido presentar iniciativas).
Los gatos sueltan pelos por todos lados. Tal vez este gato moteado dejó algunos en su camino por el vestíbulo. Pero no creó alarma, porque, dos minutos después, una afanadora pasó el “mechudo” por el suelo. Siempre es así. Las huellas de los miles de gatos moteados que han entrado se han perdido en el tiempo.
Este gato, lo advierto, no puso atención al cartel que está pegado en el cristal de la puerta de entrada. No lo hizo, no porque no le llamara la atención, sino porque es el lugar que menos llama la atención. El único mural donde la gente pone atención es la hermosa pared jaspeada que, parece, en cualquier instante se abrirá como una flor gigante y mostrará el pistilo y el aroma de su esencia. ¿A qué olerá? Todo -pensó el gato a la hora que puso la primera pata sobre el piso del edificio- todo está lleno de líneas rectas. Apenas el chunche del basurero da la nota cálida. Porque, esto lo sabe el gato constructor, la línea recta es fría. La línea curva otorga un poco de calidez al mundo. Por esto, piensa el gato moteado, me gusta ser como soy. Sería un contrasentido ser un gato de líneas rectas. No se trata de ser voluptuoso, se trata de ser sugerente, como sugerente la poesía, como sugerente el arte. El edificio es inamovible por sus líneas rectas de carretera cansada. ¿Quién otorga la línea cálida? Dios creó el universo con líneas sugerentes. En cada esquina del universo está ausente la línea recta. Esto piensa el gatito, mientras avanza y deja atrás el muro de losetas jaspeadas, el pizarrón donde están los nombres de quienes, por ahora, cuidan de la casa.

(Fotografía tomada el 22 de enero de 2013. Oficinas de Coneculta-Chiapas. Tuxtla Gutiérrez).