sábado, 4 de enero de 2014

CARTA A MARIANA, DONDE SE CUENTA CÓMO LA LUZ ES COSA DE TODOS LOS DÍAS





Querida Mariana: ¿sacaste las maletas a pasear? Cuando le pregunté a la tía Rosa, ella dijo que sí, se paró, hizo un movimiento de pasarela, con las manos en la cintura y me mostró su trasero. “Mis maletas las paseo siempre”, dijo y rió. “Mis maletas son Samsonite”, remató. Mucha gente cree que si da una vuelta a la manzana, en los primeros minutos del día primero del año, cargando unas maletas, ¡viajará mucho durante el año!
En todo el mundo existen rituales para despedir el año viejo y para acoger el nuevo. Mi abuela Esperanza era una mujer modesta, lejos de rituales opulentos. Ella, que yo sepa, jamás sacó a pasear las maletas. Ella, que yo sepa, jamás viajó fuera de la república. Salvo en una ocasión que pasó a Bronwsville, Texas. Y esto fue porque su hijo Mario vivía en Matamoros, Tamaulipas, y Matamoros está en la línea fronteriza con Estados Unidos. El ritual de mi abuela era ir a misa de gallo, comprar doce velas benditas y prenderlas en el oratorio de la casa, cada día primero de año. A mí siempre me llamó la atención este ritual. El día primero de mes entraba al oratorio, prendía la vela, se hincaba en el reclinatorio y permanecía rezando por espacio de dos o tres horas, hasta que la vela no era más que un cabito. Una tarde, mientras ella fumaba, sentada en una poltrona en el corredor, Elsa y yo le preguntamos por qué prendía una veladora. Ella dio una chupada al cigarro, exhaló el humo y dijo que era para que durante todo el mes hubiera luz. Mi prima Elsa, quien siempre fue muy desmadrosa, generosa y gozosa (imagino que hasta la fecha) dijo que a la abuela debería contratarla la Compañía de Luz. A mí me quedó dando vueltas la idea. El hecho de que aludiera a la luz se me hizo una brillante idea. Por supuesto, no le di la connotación que Elsa le dio. Comprendí que tenía que ver con cosas del espíritu. Porque todo lo que mi abuela hacía dentro del oratorio tenía que ver con eso. Lo que Elsa y yo hacíamos en el oratorio, en algunas tardes cuando la casa se quedaba sola, no tenía mucho que ver con el espíritu. Ahora entiendo porqué a Elsa y a mí nos gustaba jugar en el oratorio. Era el espacio más silencioso de la casa, el más cautivante. Sentíamos unos nervios especiales cuando nos tomábamos de las manos frente a los cuadros y las imágenes de santos y vírgenes, matizados con el color de las velas que no se cansaban de hacer sombras. Nuestra respiración se aceleraba, pero no decíamos una sola palabra. Ahora, qué pena, en mi casa ya no hay oratorio. Mi mamá tiene los santos sobre una mesa que está colocada en un pasillo. Esa idea de intimidad ya no existe. Aquella casa de mi infancia fue maravillosa, porque tuvo un cuarto especial destinado al oratorio.
Los rituales primigenios, los más antiguos, estaban más relacionados con el espíritu que con el cuerpo. Los rituales actuales son fruto de la banalidad. La mayoría alude al gozo del cuerpo. No sólo los rituales, también los propósitos. ¿Cuántas personas hacen lo que hacía mi abuela? ¡Pocas! Digo pocas, en comparación con las multitudes que se ponen los calzones rojos, para tener pasión, y calzones amarillos, para tener dinero. ¿Quién es la muchacha bonita que se pone una pantaleta blanca para ser impoluta? Sí, perdón, mi niña. Esto fue broma. Arturo dice que las estadísticas demuestran que en el país, la mayoría de niñas que tienen quince años ya tienen actividad sexual, por esto, Arturo dice que la cita bíblica de la aguja en el pajar fue hecha para aplicarla a las muchachas vírgenes en estos tiempos.
La relación de buenos propósitos de mi primo Alberto para el 2014 es simpática. Es simpática porque no promete un cambio de paradigmas, sino una simple rebaja en los comportamientos que considera equivocados. Te daré algunos ejemplos, para que mirés cómo esta relación tiene su encanto. Primer propósito: No fumaré tantos cigarros. Segundo propósito: No tomaré más de diez cervezas, ni más de diez güisquis. Tercer propósito: ya no engañaré tanto a mi gordita. Cuarto propósito: incrementaré en un cinco por ciento el gasto para la casa. Quinto propósito: le quitaré un cinco por ciento al total de dinero que destino para mis amiguitas. Sexto propósito: iré al gimnasio una vez a la semana. Séptimo propósito: me conformaré con dos huesos y ya no pediré panes compuestos, a la hora de la cena. Octavo propósito: cuando coma olla podrida ya no comeré tacos de chicharrón de hebra. Noveno propósito: una vez a la semana dejaré de ver películas pornográficas en la noche. Décimo propósito: procuraré no regresar borracho cuando vaya al rancho de mi compadre Enrique, en Uninajab. ¿Mirás la redacción del último propósito? “Procuraré”, dice. Y, en realidad, Alberto lo procura, pero como “la carne es débil”, igual que el noventa y nueve punto nueve del total de mortales que hicieron su lista de buenos propósitos, cuando el año llega a abril, ya su voluntad está mermada y vuelve a ser el mismo de siempre, el gordo querendón, bonachón, simpático e irresponsable de toda la vida. A las diez de la noche, de cualquier día, me llama por teléfono y me dice que vaya a verlo, que está en tal cantina, que lleve dinero, que necesita contarme un problema que tiene.
Sé que todo mundo está metido en una dinámica muy cercana al disfrute del cuerpo. Toda la publicidad que nos envía este mundo globalizado está destinada a privilegiar el goce inmediato y material. Por esto, todo mundo quiere poseer el mejor carro, tener la mejor casa, la mejor amante (o el mejor amante, el de cuerpo de escultura griega y no el montón de grasa que tienen en su hogar).
El libro es un objeto cultural destinado para el goce del espíritu. Por esto, poca gente lo incluye en su lista de pedidos de regalos de Nochebuena. Revisé las “cartitas” de mis sobrinas y sobrinos enviadas a Santa Clos y encontré de todo, menos un libro. ¡Por el amor de Dios, quién va a estar pidiendo libros cuando hay Ipads, Ipods y Ipuds! Bueno, estamos tan jodidos en cosas del espíritu que nadie pidió, cuando menos, un lector de libros digitales. ¡No! La mayoría de mis sobrinos pidió una consola de videojuegos y, por supuesto, el Santa Clos consentidor les cumplió sus deseos. En la mañana del veinticinco los hallé, en pijama, sentados en el piso, con los controles en la mano, hipnotizados frente a la pantalla. ¡Tiempos maravillosos, sin duda! Pero, también, tiempos enajenantes. El libro es un objeto que permite el vuelo, el paso a la imaginación. Este concepto parece que, poco a poco, se extingue. En la medida que los videojuegos despiertan la destreza manual, visual y mental, cancelan ese espacio que nos permitía formular mundos distintos. Ahora todo es uniforme. Los mundos del futuro tienen ¡las mismas caras! Las caras diseñadas por los diseñadores de videojuegos; es decir, las caras impuestas por las naciones más poderosas del mundo. Por esto, a veces tengo deseos de comprar las doce velas que compraba la abuela y prender una cada mes. ¡Para tener luz! Para pedirle a todos los Dioses que proliferen los escritores que formulen nuevos mundos, que sigan alentando esa semilla que se llama imaginación. Quisiera prender muchas velas para pedir a todos los Dioses que haya más niños y jóvenes que, a la par que juegan videojuegos, también destinen unas horas a ejercer el galano arte de la lectura.
A veces pienso que mi abuela era como una vela, ella ¡era la luz! Como tengo una memoria endeble, la recuerdo como entre niebla. Recuerdo que fumaba, fumaba mucho. No sé si por eso se murió. Tal vez sí. Una mañana regresé a Comitán, para pasar las vacaciones (estudiaba en la UNAM, en la ciudad de México) y cuando la sirvienta abrió, lo primero que supe fue que mi abuelita y mi mamá no estaban. “Se fueron a México”, me dijo. Yo no sabía. Ya luego mi papá me dijo que mi abuela se había puesto mal, muy mal. Ya no volvió. La enterraron allá. Cuando las vacaciones terminaron fui al panteón, en la ciudad de México, me senté en una lápida al lado de su tumba y me puse a platicar con ella, dos o tres horas, casi casi como si fuese el oratorio y esperara que la vela se apagase. Tonto de mí, ¡ya se había apagado desde antes!
¿Sacaste las maletas a dar la vuelta en la cuadra? Recuerdo una imagen de la película “Cinema Paradiso”: es un callejón y, a media noche de la noche vieja, todo mundo abre las ventanas que dan a la calle y avientan las cosas viejas. Es una tradición italiana, tierra de mis ancestros. Habría que inventar nuevos rituales, rituales que alienten el fuego del espíritu.
Yo nada hice la noche vieja. Sabés que soy el hombre más “plano” del mundo. Conmigo, la gente no encuentra ambiente. Como todas las noches, la noche del 31, me acosté a las ocho y media y la mañana del uno de enero, como todas las mañanas, me levanté a las cuatro y media para escribir, para leer, para escuchar música (con volumen bajo, porque Paty duerme. Bueno, la mañana del uno la puse a volumen medio, porque mi Paty andaba con sus papás en Tuxtla. Ya que conmigo no encuentra el motivo para el festejo, en la casa paterna sí halla el guateque que tanto le gusta).
Mas ahora que lo pienso y lo escribo, tal vez sí hago rituales, sin darme cuenta. La noche del treinta y uno, prendí la lámpara del buró, me acosté y abrí un libro (leí dos cuentos de García Márquez, del libro “Todos los cuentos”). Tal vez esta es mi manera de sacar las “maletas” y darle una vuelta a la manzana para alimentar la idea del viaje. Sí, tal vez este ritual lo hice, de manera inconsciente y natural, con la intención de viajar por todo el mundo y más allá durante todo el 2014. Ya los sabios lo han dicho hasta el cansancio: la lectura es el mayor viaje que se hace sin salir de casa. Muchos dirán que es una bobera viajar desde casa, pero a quienes les gusta la lectura saben que no hay placer más grande ni más atrevido. Quienes viajan lo hacen para cambiar la rutina, para conocer nuevos lugares y para tener experiencias insólitas. Bueno, pues esto, ¡y más!, es lo que la lectura provee. Siempre que abro un libro dejo a un lado el rostro cotidiano de la rutina, conozco nuevos lugares y tengo las aventuras más excepcionales. Sin ofender a mis vecinos hurgo en vidas ajenas y me entero de los chismes más sorprendentes. Siempre ofrezco disculpas a mis paisanos: ¡no me interesan los chismes de los comitecos y de la vida que se da en Comitán! Lo digo de manera sincera: me vale una pura y dos con sal. ¿Quién puede estar interesado en un acto de infidelidad entre los comitecos Juan de las Pitas y María de los adobes, cuando en las novelas y los cuentos me entero de historias realmente fascinantes, contadas (ahora sí que de manera literal) ¡con pelos y señales!?

Posdata: mi mamá continúa con la tradición de las velas. Igual que mi abuelita, mi mamá va a la iglesia, compra la docena de velas, lleva a bendecirlas y luego las guarda en un armario. El primer día de mes, abre el armario, saca una vela, la coloca en un candelabro y la prende. Mientras la prende veo que mueve los labios, como si rezara, como si pidiera algo. Sé que, igual que mi abuela, está convocando a la luz; como demiurgo, hace un pase con las manos y logra que el Universo tenga el rostro afectuoso que siempre nos ha mostrado. ¿Qué ritual hace el universo cada año nuevo? Ninguno en especial. Sabemos que el tiempo es una mera invención del hombre. El tiempo es una línea continua y ya algunos sabios nos han dicho que, en realidad, el pasado, el presente y el futuro es un continuum y nosotros, los seres humanos, somos simples viajeros en esa línea. ¿Mirás? ¡Siempre estamos viajando! Así que, ¿qué necesidad de salir a las doce de la noche con un segundo, cargando maletas, para dar una vuelta a la manzana? ¿Una manzana? Por el amor de Dios, ¡somos dueños del universo, no de una simple parcela! La tía Alicia siempre regaña a mis primas, cuando mira que preparan las maletas, les dice que cómo se atreven, las pueden asaltar, las pueden violar. Con estos tiempos tan de riesgo y ellas, Dios mío, en la calle a esas horas. Pero mis primas no hacen caso, toman las maletas y al término de los abrazos, salen en multitud a la calle y dan la vuelta a la manzana, jalando las maletas con ruedas. ¡Desean viajar, viajar mucho, durante todo el año! Yo las oigo desde mi cama, desde donde viajo mientras leo.