sábado, 30 de noviembre de 2013

CARTA A MARIANA, DONDE SE CUENTA CÓMO EL SONIDO FORMA ECO





Querida Mariana: ¿quiénes definen mejor a Comitán? ¿Los nativos o los viajeros? Los extraños hacen una lectura especial. Los visitantes poseen el asombro en la mirada. Los comitecos, quienes caminan sus calles día a día, llevan puesto el suéter de la costumbre. Este peso hace que todo lo vean cotidiano, que todo sea como el pan duro sobre la mesa.
Esto es un fenómeno mundial. Vos y yo hemos platicado que quienes viven en París no ven a su ciudad con el mismo asombro con que sí la ven los visitantes. Yo tengo amigos que desearon, por años, conocer París. Me cuentan que cuando el avión comenzó a inclinarse tantito sobre la ciudad para enfilarse con rumbo a la pista del aeropuerto Charles de Gaulle, ellos se pegaron a la ventanilla y comenzaron a beber esos cielos y esos techos y esas calles como si la vida se les fuera en ello. Durante los diez días que estuvieron en París se paraban a las siete de la mañana y comenzaban a recorrer sus calles y sus edificios emblemáticos. Fueron tres veces al Louvre y duraron horas y horas adentro de sus salas, viendo con atención algunos de los cuadros que siempre habían admirado en los libros. Fueron dos veces al cementerio de Montparnasse y recorrieron las tumbas de los famosos que ahí están enterrados. Tomaron un café al lado de la tumba de Julio Cortázar y de Carol Dunlop y leyeron algunos fragmentos de “Rayuela” y de “Los autonautas de la cosmopista”. Rodrigo me platicó que caminaron por los senderos delimitados por árboles secos, en una mañana fría, hasta llegar a la tumba donde reposan los restos de los hijos de Carlos Fuentes. Lo hicieron porque llamaba su atención que los nombres del escritor y el de su esposa ya están escritos en la lápida, con las fechas de los años de sus nacimientos. Sólo estaban vacíos los espacios para el año de la muerte. Rodrigo dijo que eso lo impactó, primero por la pretensión soberbia de Carlos de ser enterrado en Francia y no en México (años después se cumplió el destino, porque Carlos ya murió y sus restos descansan en Montparnasse) y, segundo, porque esos espacios en la lápida son un recordatorio de lo que cada uno de nosotros lleva en la frente. Todo mundo sabe el año de su nacimiento, pero ignora el año de su muerte, no obstante, todos llevamos el espacio para llenarlo. Nadie puede evitarlo.
¿Cuántos comitecos acuden al panteón de Comitán, para visitarlo? ¡Pocos! La mayoría acude en Día de Muertos para ponerle juncia a las tumbas de sus parientes muertos, para echar traguito, para cantarles canciones y para ponerles una vela que los guíe en su regreso temporal a comer sus guisos favoritos. No obstante el otro día me topé con dos turistas que realizaban una visita especial, todo lo veían con gran asombro, admirando el arte funerario de sus tumbas. Un grupo de amigos está elaborando un plano donde consignarán los principales monumentos funerarios y las tumbas donde reposan los restos de algunos personajes famosos. Será una guía valiosa para el reconocimiento de nuestra identidad. Tal vez esto nos ayude a los comitecos a colocar en nuestra mirada la luz del asombro en nuestra propia tierra.
Francisco Domínguez, un comiteco que radica en San Luis Potosí, tuvo la genial idea de abrir un espacio en facebook que se llama: “Imágenes históricas, leyendas y personajes de Comitán”. Invitó a los comitecos integrantes de la comunidad “feisbuquera” a compartir fotografías antiguas de Comitán. Los cositías cibernéticos, ni tardos ni perezosos, recibieron la invitación con agrado y suben fotografías maravillosas que, sin duda, contribuirán a formar el rompecabezas de nuestra identidad.
A los nativos les hace falta la perspectiva que otorga la distancia. Mis amigos visitantes de París mamaron cada piedra, cada nube y cada línea de la ciudad, porque sabían que su estancia sería breve y debían aprovechar cada instante. Los nativos pasean sus ciudades como si fuesen, como ellas, ¡eternos! Ah, qué difícil entender que la vida es un instante y que, como dijera uno de los Beatles, la vida es eso que pasa al lado cuando nosotros nos afanamos en buscar otros chunches sin sustancia.
Quienes viven en Comitán tienen la gran oportunidad de ser turistas en su propio pueblo. Es difícil, pero el nativo debe hallar momentos para evitar la rutina y caminar por las calles como si fuese la primera vez en un territorio desconocido. A final de cuentas esa nueva mirada es la que otorga la diferencia. El otro día, el periodista Carlos Rojas subió una fotografía al facebook donde aparece un buzón antiguo empotrado en la fachada de una casa. Ese buzón es como un recordatorio de que en el detalle nimio está lo importante. Estoy seguro de que dos o tres turistas se sorprendieron ante la visión de tal descubrimiento. ¿Cuántos comitecos hemos descubierto esos chunches maravillosos que están en las fachadas, en los patios, en los jardines y en los sitios de nuestro pueblo? ¡Pocos! Las prisas para llegar a la escuela o al trabajo o la inercia de la costumbre nos obligan a no observar los detalles que hacen único a Comitán.
Como bien sabés, Juan Manuel González Tovar falleció en días pasados. Muchísima gente de Comitán lamentó el suceso, porque él se hizo querer por mucha gente, ya que, durante muchos años, fue conductor de programas y noticiarios de radio. Él, un día (¿quién sabe hace cuántos años?), llegó a Comitán, desde el estado de Hidalgo, y adoptó esta tierra como propia. Su ausencia física hizo que reflexionara en esos hombres que llegan de otras partes y se integran al paisaje cotidiano de nuestro pueblo. Juan Manuel llegó e hizo una lectura propia de nuestro pueblo y nuestro pueblo admitió esa lectura como si fuese una lectura propia. A veces es necesario que el “otro” muestre lo obvio, lo que para nosotros está lleno de niebla, no por la niebla en sí, sino por el fastidio del polvo. Juan Manuel nació un 31 de diciembre y el mito dice que el día de su cumpleaños desaparecía, contra su costumbre, ya que era muy sociable y le encantaba el guateque. Tomaba su auto e iba a Los Lagos de Montebello, sin más compañía que el rugido del Puma, que era su nahual. Eso dice el mito y yo lo creí, a pie juntillas. Porque los pumas no son gregarios, por lo regular andan en manadas pequeñas o andan solos. Cuando menos, el otro mito de nuestra historia comiteca dice que los españoles hallaron a un puma bebiendo del manantial por el barrio de La Pila. Era uno, uno nos muestra la escultura de Luis Aguilar que existe en el parque de La Pila, no era una “catazumba” de pumas. Entonces admiré a Juan Manuel. Se me hizo maravillosa la historia de un hombre que para celebrar su nacimiento se interna en el bosque en busca de esos espíritus que en culturas nórdicas llaman gnomos o duendes y acá los llamamos, ¡ay, Dios mío!, ¿cómo los llamamos? ¡Duendes también! Qué jodidos estamos en cuestión de lenguaje, nos apropiamos de lo primero que nos ponen enfrente. Pero, luego, alguien me dijo que eso era, en verdad, ¡un mito!; es decir, era falso. No hombre, me dijo, el Puma hacía un pachangón el día de su cumpleaños, llegaban decenas de amigos, con guitarras, güiros, zampoñas, cuatros y se ponían a cantar, a comer, a beber, a bailar, ¡a disfrutar la vida! Y entonces reculé y di paso a la nueva versión. Claro, era imposible que un hombre de tantos afectos se resistiera al afecto. Los hombres, por lo regular, se resisten a vivir en soledad. Y por ello vivimos en ciudades y viajamos a otras, sólo para comprobar que allá también es lo mismo. La vida será diferente el día que alguien descubra que existe una forma de convivir en sociedad que no sea en sociedad. Esto que parece una bobera puede ser una de las claves de porqué las civilizaciones fuera de nuestro Sistema Solar han llegado a estadios diferentes a los terrícolas.
Nuestra condición humana nos marca con una fecha de nacimiento (que todo mundo sabe) y una fecha de muerte (que todo mundo ignora). Cuando el ciclo se cumple, el espacio vacío puede llenarse, y, como en el caso de Carlos Fuentes, llamar a un tallador y cincelar la fecha en una lápida del panteón de Montparnasse; pero también puede suceder (y esto representa una mayor humildad) que esa fecha no queda grabada en ninguna tumba, porque, como en el caso de Juan Manuel, sus cenizas serán esparcidas en medio del bosque o en la superficie del agua, donde todo volverá a reintegrarse a su condición original. Es más saludable, para el universo, que el despojo se integre al aire y al viento a que quede enterrado y se consuma adentro de un cajón. Los hindús son más sabios, colocan a su muerto sobre una tarima maravillosa de troncos de madera y le prenden fuego (si es junto al Ganges, mejor). El despojo humano se reintegra al flujo infinito del Universo y todo es más sencillo. ¿En dónde está Ghandi Paramjit, oriundo de Benares? ¡En el universo! Su nombre (polvo al fin de vanidad) ya no está más que en el corazón y en el pensamiento de sus más cercanos. ¡Caso contrario al de Carlitos Fuentes! Medio mundo que llega al cementerio de París lo ve y se admira. Era lo que deseaba Carlos, estar en el mismo lugar donde está Cortázar, Carol, Porfirio Díaz, Sartre, Simone de Beauvoir y demás franchutes maravillosos.
Cuando Juan Manuel llegó a Comitán por primera vez vio a nuestra ciudad con los ojos del extranjero, del que halla prodigios en todas las esquinas. Lily -su hija- cuenta que llegó porque acá andaban dos de sus hermanos. Juan Manuel decidió quedarse en esta tierra, la adoptó y (creo yo) nunca perdió esa capacidad de asombro ante lo novedoso, a pesar ya de la rutina de la costumbre.
Algo perdí cuando me dijeron que eso de celebrar su cumpleaños en soledad y en los Lagos de Montebello ¡era un mito! Me hubiese gustado que fuese verdad. Porque era una manera de recordarnos que miles de visitantes de todo el mundo vienen a visitar esa zona de manera exclusiva. Esos compas extranjeros deben quedar con la boca abierta cuando ven una orquídea trepada como araña en un árbol; deben lanzar exclamaciones en lenguas extrañas cuando tocan un árbol “tocado” con la gracia del pashte. ¿Cada qué tiempo los comitecos visitan la zona? Lo tenemos a la vuelta de la esquina y no lo apreciamos. Tan es así que ahora medio mundo (es una exageración) anda preocupadísimo porque los Lagos están súper contaminados y uno de ellos, cuando menos, ya perdió su coloración original, el color que los hizo tan famosos. Pasamos de noche. ¡Es la fuerza de la costumbre! Los amantes comienzan a reconocer sus territorios con la misma novedad con que el visitante recorre cada calle y cada pasaje de París. Poco a poco la fiebre de la rutina se apodera de sus cuerpos y terminan como terminan. Ah, con qué emoción veo a las parejas de muchachos bonitos que andan en la etapa del escarceo, con qué tristeza los veo meses después. Las parejas cumplen ciclos y luego, como si fuesen árboles viejos, la plaga de la rutina se apodera de ellas y los consume lento, lento. No hay fuego más avasallador que la rutina. La rutina es la brasa que deshace el sol y pone la venda del hielo en el corazón.

Posdata: mi carta la inicié con una pregunta. Los comitecos tenemos la ventaja de saber qué es un pan compuesto y qué es un chinculgüaj, pero el visitante tiene la gran ventaja de mirar con ojos novedosos. A veces he visto a comitecos que se “atascan” con un hueso de tío Jul, los veo de lejos, en las mesas de restaurantes y, mientras platican y se carcajean, quitan un poco de carne del hueso y con un pedazo de tostada y picles se lo llevan a la boca sin ese ritual que hace la diferencia. La vida tendría que ser el instante en que nos paramos frente a un árbol con musgo y vemos cómo la orquídea se abre como se abren los brazos del mar al sol. La vida tendría que ser la permanente mirada del visitante, la prodigiosa mirada del que está en viaje permanente. Algunos dicen que somos viajeros de las estrellas. Parece que nos hemos olvidado. Te invito, mi niña bonita, a que ahora mismo dejés la lectura y mirés a tu alrededor y mirés la bendición de vivir en este pueblo. Te invito a que, ahora mismo, me pensés y cuando, en la tarde, nos miremos en nuestra banca del parque, me mirés con ojos nuevos, como si yo fuese un río nunca visto y vos fueses una barca que boga mi cuerpo por primera vez. ¡Bebamos la vida, hasta en tanto se completa el vacío con la otra fecha!