sábado, 8 de febrero de 2014

CARTA A MARIANA, DONDE SE CUENTA CÓMO LA LITERATURA ESTÁ EN EL AIRE





Querida Mariana: Tom Jones, en los años setenta, popularizó una canción que se llama “Love is in the air”. Así como el amor está en el aire ¡la literatura también está en el aire! A pesar de que en México se lee poco (y en Comitán menos, mucho menos), estamos llenos de citas literarias que repetimos a cada rato. ¿De dónde tomamos esas citas literarias si no somos grandes lectores? ¡Del aire! Los que leen dicen las citas en las reuniones y de ahí la gente las pepena.
En Comitán, como en cualquier lugar del mundo, revolvemos esas citas literarias con citas de anécdotas locales y hacemos un tachilgüil hermoso. Esto enriquece nuestro itacate cultural. En cualquier mesa de fiesta, llena de cervezas y platos con butifarra y tortillas con asiento, a la hora que los marimbistas hacen un descanso, oímos que alguien, hinchando el pecho como si fuese Senador, dice: “No te preocupés, ya viste que El Quijote dijo: si ladran los perros es porque vamos avanzando”. ¡Dos contra sencillo que el tipo nunca ha leído El Quijote, pero se avienta la frase célebre! A propósito, los expertos en literatura; es decir, quienes sí han leído la obra, dicen que en El Quijote no aparece tal frase.
Cuando en Comitán hace un frío brutal (frío que pondría a botar de la risa a más de un esquimal) la gente se enfunda dos o tres chamarras y unos gorros tejidos que mueven, en efecto, a risa. Ante la burla de los otros, porque el “entamalado” pierde todo el glamur y se mueve como robot de película de El Santo, el aludido dice: “ande yo caliente, ¡ríase la gente!”, dando a entender que él está calientito y le vale un cacahuate lo que la gente opine de su indumentaria. ¿Sabrá este compa que tal dicho viene de un poema del poeta español Luis de Góngora y Argote? El poema de don Luis comienza así: “Ándeme yo caliente, ríase la gente”. Los mismos expertos opinan que Góngora y Argote tomó este verso de algún dicho popular que, en sus tiempos, repetían los bebedores en tabernas. Y es que, lo sabés bien, Marianita de mi vida, toda la literatura tiene su sustento en el pueblo. Por esto digo que: ¡la literatura está en el aire! Sin que nos demos cuenta revolotea como zancudo alrededor de nuestra cabeza.
En Comitán tenemos mucho aprecio por las citas anecdóticas. ¿Quién no conoce el dicho de “como dijo el Padre Naty”? A quien no lo conoce, rápido se le cuenta que el padre Naty, famoso sacerdote católico que oficiaba en el templo de La Trinitaria, ante la pregunta de si habría misa él respondió: “A güevo, hija, a güevo”. Por eso, en Comitán, cuando algo es inevitable se dice: “Como dijo el padre Naty”, y ya no hay necesidad de completar la frase, porque todo mundo la completa en su mente: “a güevo, hija, a güevo”. Así, cuando el estudiante pregunta: “¿Va a haber examen, maestro?”, éste responde de inmediato: “¡Como dijo el padre Naty!”.
Eso de “citar citas literarias” otorga prestigio. Los conferenciantes son muy dados a incluir citas en medio de sus disertaciones, para hacerse los importantes. Así, por ejemplo, escuchamos a un conferenciante decir: “como dice Vila Matas: existen grandes contrastes entre la grandeza y lo prosaico…”, y cuando termina de decir la cita se infla como guajolote a mitad del sitio. ¡Ah, cómo se infla! Con esto nos dice que él está en otra categoría, que ya es casi un semi dios en el Olimpo.
Los inflados no conocen a Pepe Pitirijas, quien, sólo por joder y por remedar a los “intelectualoides”, ha preparado una conferencia que “dicta” ante las masas con aire de superioridad. Pepe sube al estrado (vestido con una toga de color azul, que en realidad es un pedazo de fieltro que su mamá usaba como cortina para separar la recámara de la cocina), se sienta y, con ligeros toqueteos al micrófono para ver si funciona, dice: “Distinguido y culto público conocedor. Desde tiempos bíblicos, el tema de la “Insuficiencia intelectual en meandros alienígenos” es de importancia vital” (acá hace una pausa y toma un sorbo de agua. Mira complacido que todos los que están en el auditorio siguen con atención sus palabras. Algunos tienen en su frente el signo de interrogación, pero nadie, nadie, se atreve a acercarse al vecino y preguntar qué chingado es meandro). Su plática está llena de alusiones a naves extraterrestres y a polvos estelares. Cinco minutos después de su inicio menciona: “Rich, El Grande, con gran sentido de lo infinito mencionó la pauperización de nuestras sociedades terrenales al decir: “Está jo la vida, padre, está jo”. Jo es un apócope de jodida y, a la vez, es una representación metafórica del abismo en que estamos insertos en la actualidad. ¿Y qué decir acerca de la advocación al Señor, al Dueño de todo el Universo, al padre alienígena?”. (Vuelve a colocar el vaso entre sus labios, a fin de evitar la risa que está a punto de ganarle la partida). Acá, dos o tres del público también sonríen, como comenzando a ver que lo que dice el maestro Pitirijas es pura chunga, pero no se levantan de su asiento. La disertación continúa con citas de Herodoto, de Mario Mocoso, de Shakespeare y concluye de la siguiente manera: “Porque ya lo dijo el Gran Maestre De-ley, ‘no mata el trago, mata la coca’. Muchos años antes de que la ciencia terrenal descubriera que la coca cola es la causa de que haya tantas muertes por diabetes, ya el De-ley lo había dicho”. El Pitirijas agacha la cabeza y la esconde entre sus manos, dice “gracias”, casi de manera inaudible. Esconde la cara porque se ataca de la risa. Los asistentes a su magna conferencia aplauden. Me cuenta que en una ocasión, en Arriaga, la gente lo ovacionó de pie, y que en Tuxtla, una periodista se acercó, le tomó varias fotografías y cuando estuvo cerca, lo besó y le dijo que lo admiraba.
Parece que la clave está en la forma en que se dice. La frase más elemental y común, si se pronuncia con un tono doctoral hace que brille como si fuese un grano de oro puro. A veces una frase en latín hace que la audiencia crea que el conferenciante es un tipo prodigioso.
Quienes conocieron al maestro Bernardo Villatoro cuentan que era un hombre culto que gustaba emplear palabras culteranas. En lugar de decir viento suave decía céfiro blando. Tal vez, el maestro Bernardo pepenó tales palabras de un poema de Lope de Vega que así comienza: “Céfiro blando que mis quejas tristes / tantas veces llevaste…”.
Yo, querida Mariana, que con trabajos hablo español, a veces, tengo el atrevimiento soberbio de lanzar una frase latina, sólo por el gusto de sentirme mamila. A veces digo: “Verba volant, scripta manent”, de manera pedante y estúpida, cuando bien podría decir que “el verbo vuela y lo escrito permanece”, por esto creo en la literatura. ¿Imaginás lo que sería el mundo si Jesús hubiese escrito sus parábolas? Nos perdimos todo lo que dijo porque, en ese tiempo, no había grabadoras. Lo que sabemos de él lo sabemos de segunda mano y aún lo conservamos porque a Mateo y a los demás compas se les ocurrió transcribir la historia y anotarlo en pergaminos. Menos mal que a Dios se le ocurrió escribir los Diez Mandamientos, con fuego sobre la piedra, porque de lo contrario tendríamos una versión muy chafa del mandato divino.
Los grandes oradores son cultivadores de citas. Se las aprenden de memoria y las sueltan cada que tienen oportunidad. Dicen: “Como dijo Kierkegaard, ‘El amor sólo es bello mientras duran el contraste y el deseo; después todo pasa a ser flaqueza y costumbre…’”, y luego le agregan algún comentario pertinente.
Un amigo inteligente descree de esos tipos que, por quítame estas piedras, vomitan citas. Dice que quien expresa los pensamientos de otros es porque no tiene un pensamiento propio. Pero los inteligentes no abundan en este país donde se lee poco. Los que leen poco se creen todas las píldoras adornadas con foquitos y con aroma de Chanel 5.
Cuentan que una vez, un Rey andaba aburrido y ofreció parte de su reino para aquel súbdito que dijera la mejor cita acerca de la vida. La mayoría, que era analfabeta, fue con los ancianos a buscar la frase que le permitiera ganar el certamen; dos o tres letrados buscaron una cita en libros. El día del evento, el patio del palacio se llenó de hombres y mujeres y banderas y panderos y tambores y trompetas. El soberano salió al balcón, levantó los brazos y, con ello, marcó el principio de la justa (bueno, ni tan justa, porque era una injusticia que labriegos analfabetos compitieran contra los dos o tres letrados). Las frases de los ignorantes movieron a risa, la gente, mientras bebía vino en sus tarros de madera, se pitorreaba de lo que los labriegos decían en el estrado. Uno de ellos subió con un pedazo de cortina roída, de un color indescifrable, como si fuese la túnica de un anciano honorable, se puso a mitad del tablado y pidió silencio con las siguientes palabras: “Silencio, hijos de la luz, ¡silencio!”. La multitud enmudeció, pendiente de lo que el labriego iba a pronunciar. El hombre dio la espalda a los cientos de hombres y mujeres que se movían como un mar mudo. El vaivén iba de izquierda a derecha y de derecha a izquierda en un mutismo impresionante. El labriego, entonces, dejó caer la túnica, quedó desnudo, se inclinó y se echó un pedo. “Esto es la vida”, dijo, mientras la multitud prorrumpía en una cerrada ovación y con pañuelos al aire pedía al soberano que este último participante fuera el triunfador. El soberano se puso de pie y con un simple movimiento de manos atenazó todas las gargantas. Subió los brazos y los bajó como si fuesen un dique que detuviera cualquier sonido y dijo: “La vida no es un cuesco” y todos los integrantes del jurado cuchichearon y dijeron que la frase del soberano era la mejor cita acerca de la vida que jamás se había pronunciado. Los participantes se fueron retirando uno por uno, mientras el de la túnica roída era llevado a los calabozos como castigo por atreverse a faltar al artículo noveno del bando de buen gobierno. De ahí entonces, querida Mariana, obtenemos que antes que la cultura popular y la alta cultura está el poder. Cuando un ignorante sube al poder tiene más fuerza que el más hábil de los culteranos. La palabra no precisa de la inteligencia sino del poder. La palabra revolucionaria ha propiciado cambios no por la fuerza de la palabra sino por la fuerza del poder. A veces, querida niña, la vida se acerca mucho a lo que simbolizó el labriego, pero, la mayoría de veces, la vida es un rostro de ternura que no tiene explicación. Tal vez por esto, ese hombre no eligió palabras sino un acto, un acto que a muchos, sin duda, les parecerá procaz, pero, la vida no siempre es un río limpio. Si alguien te pidiera que dijeras tu cita favorita acerca de la vida, ¿qué dirías? Si alguien te forzara a no usar palabras sino a usar un símbolo ¿cuál elegirías? ¿Con qué chunche sintetizarías la vida? ¿Con una ramita de eucalipto? ¿Con un dedo de sol? ¿Con una brizna de tarde? ¿Con una piedra hueca? ¿Con qué, mi niña, con qué? Sé que la vida a veces es un cardo, un chayote, un edificio de cien pisos sin entrepisos, un golpe de suegra en el codo, pero, también es la risa de tu sobrino, la caricia de tu amado, la lengua húmeda de la noche.
En el aire, niña, ¡en el aire!, todo está en el aire. Las niñas bonitas, como vos, se enamoran porque el amor es como una hoja que vuela en el aire. Es como un virus, como el polvo, como la caca seca, eso es el amor. El amor, igual que la vida, puede en ocasiones ser un pedo o una nube. Ustedes, los chavos, lo saben bien. Aún no lo reconocen en toda su complejidad, pero a cada rato dicen que todo es un pedo, el examen, la espera, la grieta. Cuando me acerco a un grupo de alumnos, nunca falta el que me pregunta, con cara de tiuca desorientada: “¿qué pedo, ticher?”. Y yo, que no tengo pedo alguno, no sé qué decir. Sólo sonrío. Pero luego pienso que, o el muchacho sabe la anécdota del rey y del labriego o es un sabio que está definiendo instantes de la vida.

Posdata: los papás se preocupan cuando su hija se enamora de un “pelafustán”, pero nada pueden hacer para evitarlo. El amor (ya lo dijo Tom Jones) ¡está en el aire! Y el aire, lo sabés, es necesario para vivir. Claro, a veces, el aire parece esa costra negra que respiran en la Ciudad de México; pero, la mayoría de veces, el aire es un globo que ayuda a volar. ¡A volar, niña! Y no hay emoción más sublime que volar, ser pájaro, ser papalote. El amor y la literatura están en el aire. Vos estás en el aire, ¡sos mi aire!