lunes, 10 de febrero de 2014
LA PALABRA CHIAPANECA CON GRIETAS Y HERIDAS (I de III)
Me invitaron a dar una plática con jóvenes universitarios, acerca de “La violencia en la literatura chiapaneca”. Paso copia del textillo.
La grieta, en una cueva, deja pasar el aire y la luz. ¿Puede hacer lo mismo la herida? Pregunto: ¿una herida deja pasar la luz, el aire? En la herida, la luz y el aire se pasean en ella, pero no cruzan. Por esto, a la piedra no le duele la herida de su carne; por el contrario, al hombre y a la mujer les duele la herida por siempre, aún después que cicatrizó.
Ustedes, los jóvenes, ya saben de esto. Tal vez de niños cayeron a mitad del patio de la escuela y se provocaron una herida. Tal vez, ahora, alguno de ustedes recuerda el hecho y advierte la cicatriz, porque, antes no había cicatricure, la famosa crema rosita de la que habla la Adela Micha y que asegura borra la cicatriz. Nadie cree lo que la Micha dice. Todo mundo sabe que ella lo dice porque gana buena paga en la promoción del producto. Tal vez, ustedes, ya sufrieron una de las peores heridas que puede sufrir un ser humano: la cicatriz causada por una herida de amor. ¡Ah, cómo duele esta cicatriz que no se cura con un simple curita o con la famosa crema rosita! Sí, a pesar de que son muy jóvenes, ya tienen heridas.
De esto sabe Rosario Castellanos, de quien, hoy, si me permiten, hablaré tantito, ya que el maestro Ornán Gómez, me invitó a reflexionar, junto con ustedes, acerca de la violencia en la literatura chiapaneca. Pero, bueno, debemos comenzar por lo primero. ¿Qué es violencia? Pareciera que todos ahora, qué pena, lo tenemos muy claro. Todo el día estamos abrumados con noticias donde la palabra violencia se convierte en el pan de nuestros días. Si prendemos la televisión por la mañana y vemos un noticiario advertimos cómo la violencia está presente. No sólo está presente en la televisión, sino en la prensa escrita, en la radio y, ¡Dios mío, a dónde vamos a parar!, en nuestra plática diaria.
La literatura, ustedes lo saben, es fiel reflejo de la vida. Aún la historia más fantástica, maravillosa e increíble, tiene su referente en la realidad. La literatura habla del hombre, del hombre de todos los tiempos, del hombre de París y del hombre de Comitán; de la mujer de Nueva York y de la mujer del barrio de La Pila.
De acuerdo con el diccionario, violento es aquello que: “está fuera de su natural estado, que obra con ímpetu o fuerza”. Como se dan cuenta hay diversos niveles de violencia, así como hay diferentes niveles de amor. Hay unos jóvenes responsables que llevan una relación sana, hay otros, impetuosos, que se enamoran hasta las chanclas. En las relaciones amorosas hay también, qué pena, grados de violencia. Las relaciones sanas son respetuosas (claro, el respeto no significa que sean impolutos y que no se avienten sus fajecitos de vez en vez); en cambio, en las relaciones obsesivas aparece la celotipia y esto ocasiona diversos comportamientos que violentan el “natural estado” del otro. Ojalá que ustedes no lo hayan vivido, pero es difícil permanecer intocados, en estos tiempos.
De acuerdo con lo que dice el diccionario, todo aquello que obra con fuerza es violento. Se impide el flujo natural de la energía y esto, como si fuese una cortina de presa hidroeléctrica, acumula muchos fluidos y termina por reventar el dique. Todo lo que va contra natura ¡es violento! Ahora somos testigos de esto que se llama calentamiento global y de sus implicaciones. ¿Por qué la naturaleza reacciona de manera singular? Porque el hombre, sobre todo el hombre de los últimos tiempos, ha violentado su estado natural.