sábado, 1 de febrero de 2014

CARTA A MARIANA, DONDE SE CUENTA CÓMO UN INSTANTE ES EL UNIVERSO





Querida Mariana: cuentan que hubo un hombre que se llamó José Emilio Pacheco. Cuentan que murió hace apenas unos días, apenas unas horas, apenas unas cuantas líneas de luz. Cuentan que este hombre era poeta, que era narrador, que era traductor, que era un hombre con alas de aire.
Muchos chavos cotorreaban con su nombre. Las muchachas bonitas, con cara de asombro, preguntaban: “Dicen que eres fan de la obra de Pacheco, ¿es cierto?”. “No, no -contestaba el aludido- yo dije que soy pacheco”. Y es que, vos lo sabés, niña bonita, ser pacheco, en México, es ser aficionado a esas hierbitas verdes que te instalan en otra dimensión. En México, como en todo el mundo, hay millones de pachecos, pero, a la par, hay millones también que son seguidores de la obra literaria de José Emilio.
¿Pacheco era pacheco? No lo sé. Lo que sé es que su obra, sin necesidad de fumar “un churro”, nos hace volar tantito. ¿Quién escribió uno de los poemas más leídos y más hermosos de este país? ¡Pacheco!
Dicen que Pacheco murió porque se cayó y se golpeó en la cabeza. ¡Qué muerte tan boba! El otro día dije que a mí me gusta enterarme que un hombre murió en el ejercicio de su profesión, en la cuerda de su vocación. Me gusta saber que un alpinista murió porque resbaló en una grieta del Himalaya; que un corredor de autos murió achicharrado adentro de su auto en una competencia, en un circuito de Le Mans. Son tristes las muertes tontas. Me duele saber que un joven muere joven, como si su vocación fuese ésta y no llegar a ser adulto, abuelo consentidor. Por esto, muchos de sus lectores lamentaron la muerte tonta de José Emilio. ¿A qué águila se le ocurre morir de una caída? ¿A quién, en sus cinco sentidos, se le ocurre ir en caída libre cuando está acostumbrado a volar los cielos del mundo? ¿A quién se le ocurre golpearse la cabeza cuando la cabeza es la leña de su chimenea? José Emilio debió morir en un atragantamiento de nubes o de palabras, debió morir ahogado en un río de poemas. Él debió morir (parafraseando a César Vallejo) “en la ciudad de México con aguacero”. ¡Se murió en la ciudad de México, pero esa tarde no llovía! O ¿quién sabe? Tal vez sí llovía en su cielo y resbaló y el agua contenida en su mente lo inundó y esa agua anudó su garganta. ¿Quién sabe? Tal vez sí murió como colofón de su vocación. Tal vez, canario bonito, dobló su cabecita y clavó el pico.
¿Y ahora? ¡Nada! A seguir leyendo a Pacheco. Millones de estudiantes conocen la novelilla intitulada “Las batallas del Desierto”; millones vieron la adaptación cinematográfica “Mariana, Mariana”, con guión de Vicente Leñero, que interpretó Elizabeth Aguilar (una actriz mediana, pero que tenía el “plus” de haber sido la primera nena mexicana que se encueró para la revista Playboy).
Dije que Pacheco escribió uno de los poemas más leídos de este país: “Alta traición”. ¿Lo recordás? Este poema es la más alta lección de amor a la patria, a la esencia de la patria, a pesar de que el primer verso es demoledor: “No amo mi patria”, dice. ¿Ya lo recordaste? Por esto el poema se llama “Alta traición”. Algunos malos políticos, esos políticos que son sinvergüenzas, cínicos y corruptos, los que a cada rato, en discursos incendiarios, se rasgan la vestidura al jurar que aman la patria pedirían la hoguera para este poeta que se atreve a afirmar que ¡no ama su patria! ¿Qué clase de civismo es ése?, dirían. Y lo harían así porque no terminarían de leer el poema (no son lectores) y, tal vez, no tendrían la suficiente capacidad (son incapaces) para apreciar el sentido amoroso del poema (son insensibles).
¿No te molesta que acá, en este pueblo minúsculo y maravilloso que se llama Comitán, le hagamos un modesto homenaje al gran Pacheco? Ya los grandes pensadores del mundo han dicho que la mejor forma de honrar la memoria de un gran escritor es ¡leyendo su obra! Las palabras inteligentes son el bálsamo para los dolientes. Y siempre que muere un hombre bueno, un hombre que contribuye a hacer más limpio el mundo ¡muchos son los dolientes! En este caso, los dolientes son todos aquéllos que han llenado de aire limpio su mundo con la literatura de Pacheco.
Doña Lolita Albores decía que todo tiene símbolo en el mundo. Para hacer un homenaje a Pacheco debemos prepararnos, debemos ir al parque central de Comitán, subir al kiosco que está a mitad del parque. En cada escalón debemos pronunciar una de las letras de su apellido. En el primer escalón decir, a voz media (para que los que están sentados por ahí no vayan a pensar que estamos locos), pronunciar la primera letra de su apellido: P y relacionarla con una palabra del poema: Patria. ¿Mirás qué bonito? Luego, el segundo paso, el segundo escalón y la segunda letra: A, de Alta. Y así, paso a paso, siempre en ascenso, como un buen conjuro para invocar la luz. Una vez que estemos a mitad del kiosco, hacer lo que hacen los budistas, tener conciencia del instante que vivimos, mirar en derredor y beber las nubes que, allá arriba, pasan como gaviotas, y beber el aire que, como ratón alebrestado, juega encima de las ramas de los árboles. Mirar los tejados y los pilares del portal donde está el Hotel Delfín, donde está La Techumbre, donde estuvo el restaurante de Tío Jul, y abrir el libro donde está el poema de Pacheco, y ahora sí, a coro, en voz alta, leer el título y luego decir cada verso como si la boca fuese un foco y pariera luz: “No amo mi patria. / Su fulgor abstracto es inasible. / Pero (aunque suene mal) / daría la vida por diez lugares suyos, / cierta gente, / puertos, bosques de pinos, / fortalezas, / una ciudad deshecha, gris, monstruosa, /varias figuras de su historia, / montañas / y tres o cuatro ríos.”.
La maravilla del poeta es que logra trasladar el sentimiento de millones de personas, con las palabras precisas y exactas. Pacheco dice: “No amo mi patria. / Su fulgor abstracto es inasible”. ¡Exacto! ¿Qué es la patria, cómo podemos embarrarla en el corazón? La patria, sin duda, es la palabra de Octavio Paz, pero ¿también es patria la línea roja de la violencia? La patria, Pacheco tiene razón, es ¡inasible! Pero el poeta, después, apenas una línea adelante, declara su pasión irrenunciable por todo aquello cercano que forma la patria de cada hombre y enreda una cinta afectuosa alrededor del corazón de su ciudad, la ciudad de México: “una ciudad deshecha, gris, monstruosa”. La patria, dice el poeta, es algunos lugares, cierta gente, puertos, bosques de pino, varias figuras de su historia, montañas y tres o cuatro ríos.
Los lectores sabios reconocen en este poema el más grande acto de generosidad. Este poema hace que cada uno de los lectores comience a realizar también un acto de “alta traición” y ordene su lista de los diez lugares de México (porque este país es nuestra patria), sus figuras históricas, sus montañas y sus tres o cuatro ríos.
El otro día, Roberto Carlos me dijo que admira a Emiliano Zapata porque, según él, fue un hombre congruente: nunca buscó el poder por el simple poder. Fue, dijo Roberto Carlos, un poco como El Che Guevara. Jamás se sentó en una silla poderosa, siempre se sentó en el piso de tierra y bebió su agua en un tazón de barro. No sé. Conozco poco de Zapata, pero sí conozco un poquito de Belisario Domínguez, nuestro héroe cercano. Conocer la historia de Tío Belis hace que él sea una de esas figuras históricas que valen la pena para reconocer la patria.
Esta patria nos ha dado “cierta gente” y ciertos lugares. Por esto, mucha gente señala el peligro del deterioro de Los Lagos de Montebello y comienza una lucha feroz para hacer conciencia en los demás. ¡No podemos dejar que ese Lugar se nos desmorone entre las manos!, gritan. De igual manera muchos pelean por mantener la esencia de nuestra ciudad. Queramos Comitán, nos dicen. Sé, entonces, que Comitán es uno de esos lugares por el cual (aunque suene mal) darían la vida. La dan ofreciendo lo mejor de ellos.
Me gusta la historia de Pacheco, y (aunque suene mal), él fue una de las figuras históricas rescatables, porque nos entregó, generoso, una bandeja de luz. Jamás nos hizo daño. Sólo escribió poemas tan bellos como el que hemos leído; novelillas tan “decidoras” como la de “Batallas en el desierto”, cuentos tan completos como el de “Tenga para que se entretenga”, y cientos de páginas inteligentes con traducciones y ensayos. Cometió la más hermosa “alta traición”. Ah, mi Mariana, si así fuesen todos los traidores, esta Patria no sería la plasta de mierda que es a veces.
Pacheco, en un discurso pronunciado en Ceremonia donde recibió uno de los reconocimientos que alcanzó en vida, dijo que, siendo niño, entró a Bellas Artes y vio una representación de El Quijote. El niño, emocionado, sintió una luz que lo iluminaba. ¡Fue tocado! Tocado su corazón y tocado su intelecto. Pensó que eso, la literatura, era lo más bello del mundo y desde entonces dedicó su vida a cultivar esa luz. Lo hizo con la pasión del jardinero que cultiva un rosal sembrado al lado de la barda del jardín. Y desde entonces, José Emilio se dedicó a sembrar luz para que otros, los millones de lectores, alzaran la mano y cortaran esos frutos maravillosos.
Esto reafirma lo que siempre he pensado. Basta un instante para definir una vocación. Es necesario que los niños y los jóvenes tengan contacto con la alta cultura, para que puedan elegir. Estos tiempos ingratos nos mandan carretadas de música tonta (revuelta con letras estúpidas tipo Arjona) y ríos sucios de libros bobos (tipo libros del Cuauhtémoc Sánchez). Los adultos estamos cometiendo el más denigrante acto de alta traición a la patria al no poner gajos de luz en las manos de nuestros niños y jóvenes. Los viejos debemos enseñarles otro “modo de ser”. Si al final el chavo decide que la música clásica es una basura y prefiere a Paulina Rubio, y dice que Graham Greene es un autor aburrido y prefiere los libros de Jordi Rosado ¡ya no será culpa de los viejos! Pero es preciso que el chavo tenga manera de comparar, que se topetee con buena música y buena literatura, que se le ponga en su camino para que sepa que existen otras líneas de luz. Así como Pacheco se deslumbró en la representación de El Quijote, de igual manera, cientos y cientos de niños y muchachos pueden hallar en la alta cultura su propio camino, su vocación de vida. La patria, ¡esta patria nuestra!, estará cada vez más jodida en la medida que su jóvenes elijan los caminos más pobres de la cultura. Si la lectura que consumen es del tipo de “Teveynovelas” ¿qué patria tendremos dentro de veinte años?

Posdata: llamó mi atención una noticia reciente, me produjo gran alegría. En Tuxtla Gutiérrez, el gobernador de Chiapas y el rector de mi universidad (UNACH) colocaron la primera piedra del Centro Cultural “Balún-Canán”. Dicho espacio universitario tendrá una librería que ofrecerá el catálogo del Fondo de Cultura Económica y llevará el nombre de José Emilio Pacheco. Me dio gusto, porque es una manera inteligente de colocar la buena literatura en el camino de los jóvenes. En Buenos Aires, Argentina (me cuentan algunos amigos que han estado allá), la gente se topetea con libros, muchos libros. La gente camina y mira muchos aparadores llenos de libros. Por esto, Argentina es un país de muchos lectores, de buenos lectores. Aquella patria ha parido grandes sembradores de luz: Borges y Cortázar, sólo por mencionar dos. Ahora, en Tuxtla (como decir a la vuelta de la esquina), tendremos una librería del Fondo de Cultura Económica. Los jóvenes universitarios tendrán la oportunidad de topetearse con libros a cada rato. Uno de ellos, al mirar un libro, ¡será tocado!, y transformará su vida, la hará más plena. Los Pachecos del futuro están por llegar (digo Pacheco en el sentido honroso del apellido de José Emilio). De los otros “pachecos” ya estamos ¡hasta la madre! ¿Por qué hay tantos “pachecos”? Porque en cada esquina se topetean con la famosa yerbita. Hacen falta más libros en todas las esquinas del mundo, libros inteligentes.