sábado, 25 de noviembre de 2017

CARTA A MARIANA, DONDE APARECE ALGO COMO UNA NIEBLA




Querida Mariana: Anexo una fotografía. A primera vista, tal vez, no verás lo que deseo señalar. Porque lo que primero salta a la vista es la casa, con su ventanal, con el medidor de luz y parte de la techumbre. Si uno insiste, la mirada comienza a ver ciertos detalles: el cordón de energía que se tiende como un cable para que los pajaritos jueguen al equilibrista, el moho que crece en la parte carcomida de la banqueta y la sombra de unos cables de luz que manchan el cemento de la calle. Pero, querida mía, hay algo más que deseo señalar. ¿Qué es? ¿Lo detectás? ¿Podés mirar de nuevo y ver si hallás algo extraño? Perdón, la foto no lo permite, pero, digamos, que es parte del juego.
Debo contar que esta fotografía la tomé un mediodía que caminaba por el barrio de La Pila o de la Pilita Seca. Los límites entre ambos barrios no están bien definidos. Era un mediodía plácido, no había mucho tráfico. Esto me permitió escuchar los sonidos del interior de las casas y mirar (juzgón) los patios cuando hallé una o dos puertas abiertas. De pronto encontré esta casa y miré lo que ahora quiero señalarte: Hacé favor de ver con atención la parte inferior donde está el medidor, debajo de esa regleta de cemento. ¿Mirás algo diferente?
Ayer leí parte de una novelita de Julio Cortázar, que se llama “El examen”. Es una novelilla que escribió en 1950. Trece años antes que apareciera su famosa novela “Rayuela”. Cortázar dice que la novelilla “El examen” fue rechazada por el editor, tal vez por cierta alusión al momento político y social que se vivía en Argentina. En la novelita medio mundo habla de una cierta niebla en la ciudad de Buenos Aires, que no es niebla, parece niebla, pero ¡no es niebla!
En esta fotografía hallé lo mismo. Hay algo como una niebla, pero que no es niebla. A pesar de lo soleado del día llamó mi atención esto que ahora te comparto: Debajo del medidor de energía eléctrica hay una celosía que está cubierta. ¿Ya lo viste? Se alcanza a ver la tradicional celosía hecha con ladrillos inclinados que formaban una serie de triángulos. En algún momento, el propietario de esta casa decidió cancelar esa celosía que permitía el paso de la luz y del viento y de las miradas de los curiosos que caminaban por la banqueta. ¿Por qué cancelaron esa celosía? No lo sé.
Vi esa pared completa y supe que había ocurrido algo trascendente, dentro de la simpleza del acto. Supe que era algo como esa niebla en la novela de Cortázar. Algo que está ahí, que afecta, que cambia el curso de la historia, pero que no se sabe bien a bien qué es.
Podrás pensar que esa cancelación de la celosía es una bobera, pero ¡no! Algo nos está diciendo a los que vivimos en Comitán en este 2017. Nos dice lo obvio: que antes, Comitán era un pueblo más generoso, en cuanto a la relación calle-casa.
Antes, Comitán era un pueblo con cielos transparentes, ahora, no lo percibimos de manera clara, pero el pueblo tiene algo como una niebla que, igual que en el libro de Cortázar, no es una niebla, pero afecta la mirada y, también, el espíritu.
Un día (¡Oh, Dios mío!) las puertas de las casas se cerraron, las bardas se hicieron más altas y se coronaron con gusanos de alambre con púas. Un día, las tiendas dejaron su barandal de madera y lo sustituyeron con rejas, como si fueran cárceles. Los compradores ya no tuvimos el acceso franco, fue necesario pedir el refresco o el kilo de azúcar desde la banqueta. Un día (¡Qué pena!) se tapiaron las celosías. Todo se fue dando poco a poco. Pocos percibieron esos cambios brutales que han modificado nuestro carácter y personalidad. La niebla avanza y reduce la luminosidad de antes.
¡Cómo no extrañar las casas que permanecían con las puertas abiertas! Las vendedoras, desde el zaguán, ofrecían sus ventas con el clásico cantadito y escuchaban las respuestas que brotaban desde los patios. “¿Mercasté chayotíos?”. “Sí, entrá”. Y la vendedora entraba y bajaba el canasto y dejaba que la señora de la casa eligiera los chayotes más tiernos.
Hoy, las canasteras han dejado de lado sus pregones y esto, niña mía, ha cancelado un coro que daba vida a este pueblo. ¿Podés imaginar un parque a las seis de la tarde sin la fiesta que hacen los pájaros en las frondas a la hora que se preparan para dormir? ¡Sería trágico!, ¿verdad? Bueno, pues en el instante que los comitecos comenzaron a cerrar las puertas de sus casas cerraron las bocas de esas tiucas cantadoras y el pueblo se llenó de una niebla que no es niebla, pero que oscurece el cielo.
¡Cómo no extrañar las entradas francas sin rejas! Hoy (mirá lo que digo) me apena ir a un tendejón a comprar un refresco, porque debo hacerlo a través de una reja. Siempre tengo cuidado en permanecer sin apoyar mis manos sobre la reja, porque este acto sería tanto como sentirme dentro de una prisión; sería tanto como sentir que la señora que me atiende es un pajarito enjaulado (un loro al que le cortaron las alas para que no vuele). Ir a una tienda es un acto miserable, en estos tiempos.
No sé si ya te conté que un día encontré que una tienda por la que pasaba todos los días en auto ya tenía reja. Mi Paty dijo: “Seguro que ya entraron a robar”, y cuando se enteró de la historia y me la contó comprobé su intuición. Un hombre había entrado una tarde y le había puesto una pistola en la cabeza a la dueña de la tienda y la había amenazado con disparar si no le entregaba el efectivo que tenía en la caja. ¿Cuánto pudo ser la cantidad robada? ¿Cuánto, si es una tiendita pequeña, en una colonia olvidada? ¿Mil? ¿Dos mil pesos? ¿Por esta cantidad es que ahora nuestro Comitán tiene que vivir como si fuera un campo de concentración?
La niebla ya nos rodea sin darnos cuenta. Igual que la pared de la fotografía, la mayoría no percibe que las celosías de nuestro espíritu han perdido esos huecos maravillosos donde corría el aire y la luz y la mirada. Ahora, nuestro espíritu tiene una niebla, que no es niebla, que quién sabe qué es, pero que nos jode.
Comitán, igual que muchos pueblos del mundo actual, está lleno de una bruma indecible.
El tío Andrés siempre nos recomendaba lo siguiente: “No se abrumen, porque no hay peor cosa que la bruma a mitad del patio”. Era como una anticipación de los tiempos que viviríamos. Hoy, no lo percibimos bien a bien, la bruma está colgada en nuestros árboles como plantas epífitas que nos corroe el carácter único.
Porque estos cambios en las casas han propiciado, también, cambios en nuestra personalidad. Ahora, el carácter afectuoso del comiteco se ha modificado. Andamos por las calles con un ánimo de bardas altísimas, de puertas cerradas, de sonrisas atadas con alambre de púas.
Y, para acabarla de joder, hasta el clima ha cambiado, también se ha llenado de una niebla, que no es niebla. ¿En dónde quedó ese orgullo nuestro que era decir que vivíamos en una ciudad de clima templado? Ahora, en muchas ocasiones escuchamos decir que tenemos un clima como si viviéramos en Tuxtla (por los calores agobiantes que sentimos) o como si viviéramos en San Cristóbal (por el viento helado que a veces nos abraza de manera inclemente).
¿En qué momento se jodió la cosa? Los conocedores nos hablan de calentamiento global y de consecuencias nefastas en el medio ambiente. ¿Quiénes nos hablan de celosías canceladas? ¿Quiénes nos refriegan en la cara la ingratitud de vivir en medio de rejas y de bardas coronadas con alambres de púas?
Cuando leí ese fragmento de la novela de Cortázar me aterré, pensé que vivimos en un pueblo donde la bruma nos está comenzando a abrumar. El patio de nuestro carácter está llenándose de una nata oscura que nos impide vivir la armonía que era proverbial en el pueblo.
¿Ya no hay vuelta de hoja? ¿Ya no es posible que una mañana el propietario ordene al albañil tirar los ladrillos sobrepuestos a fin de que la celosía retome su luminosidad? No es tan sencillo, ¿verdad? Pero, yo digo, que todos aquellos que suspiran por ser el presidente municipal de Comitán deben, desde ahora, trazar proyectos viables para que Comitán rescate, poco a poco, la luz que le fue característica. Las puertas se cerraron, las tiendas tuvieron rejas y las bardas ostentaron coronas de espinas por la inseguridad. ¿Qué proponen los candidatos para controlar la inseguridad galopante que es el pan nuestro de cada día?

Posdata: Un día fui al campo. Vi, a lo lejos, un bosque. Desde donde estaba, los árboles tenían dos tonalidades: una verde y una color plata. Era deslumbrante. Cuando me acerqué vi que el color plata era causado por un ejército de gusanos que había consumido parte del verde de las hojas y la había secado. De lejos, el bosque era soberbio; de cerca, era miserable. Cuando me acerco y veo, encuentro un Comitán menos luminoso, más lleno de bruma.