lunes, 27 de noviembre de 2017

EL PEDO DE X




Advertencia: Esta Arenilla no es para espíritus selectos, ya que contaré del pedo que mi amiga X se echó.
Ayer, Juan me dijo que los pedos deberían tener colores, a fin de que cuando alguien se eche uno, el otro pueda saber de qué orificio salió el soplado.
Yo pensé que sería bonito ver en un templo cómo el de la fila primera se echa uno (silencioso) y su nube de color amarillo pálido asciende hasta el techo de la nave; sería bonito ver la unión de dos pedos: un amarillo y un gris. ¡Ah, qué de tonalidades podría apreciarse!
Juan me contó que entró a un elevador en la Ciudad de México. Él subió en el piso doce, por lo que al subir halló a tres personas más: una chica hermosa y dos albañiles (dedujo que lo eran porque llevaban cajas de herramientas y vestían monos de mezclilla). La chica estaba recargada en la pared del fondo, era muy hermosa, con vestido entallado, cuyo color crema hacía juego con su cabello color plata y sus labios de un rojo intenso. Ella llevaba detenía un bolso contra su pecho. Juan se recargó en una lateral para, de reojo, observar a la chica. De pronto sintió un olor a perro muerto. Alguien, de los tres, se había echado uno. Quiso ver a la chica, pero el pudor se lo impidió. Miró a los dos albañiles, éstos seguían platicando como si nada. Pensó que uno de ellos debía ser el asqueroso, pero ¿y si había sido ella? En cuanto lo pensó, una corriente de energía lo abrazó, se excitó con la idea de que hubiera sido ella la que había soltado el gas. En cuanto lo pensó sintió que su miembro despertaba.
Juan me dijo que la pestilencia se diluyó. Vio a la chica. Ella, igual que los otros dos individuos, no había movido ni una de sus pestañas. Seguía con el bolso abrazado a su pecho. Piso cuatro. La chica pidió permiso, salió, una vez afuera, miró a Juan y le gritó: “¡Asqueroso!”.
Juan me preguntó: “¿Cómo saber quién es el pedorro en un grupo de cinco?”. Esto, me dijo, es más difícil que resolver un caso de asesinato, de esos que investigaba Poirot.
Fue cuando recordé el día que X se echó un pedo. R y ella me esperaban. Yo pasé a dejarles un ejemplar, a cada uno, de mi novelilla más reciente. X me había llamado y dijo que ella y R querían un ejemplar de “Siempre aparece un elefante llamado Doko”. ¿Podía llevárselos a su casa, el martes, a las cinco en punto? A las cinco en punto, toqué en la puerta. La sirvienta abrió, dijo que la señorita X me esperaba en la estancia comedor. Entré y saludé a ambos. R tenía una vendoleta en la nariz, como si le hubiesen hecho una cirugía. X, de pie, sostenida en el respaldo de la silla, me ofreció un pedazo de pay, dije que no, saqué la pluma y comencé a firmar sus libros. Ella abrió su bolso y me dio dos billetes. Hizo la silla para atrás y se sentó. A la hora que yo terminaba de escribir la i de Molinari, ella colocó las nalgas sobre el asiento y soltó un pedo tan sonoro que el perro que estaba a su lado despertó, ladró, ladró y salió al patio, pensando, tal vez, que alguien, con una bazuca torpedeaba la casa.
¡Y la peste! Segundos después del estruendo, un olor a albañal inundó mi nariz, con sus garras abrió mis belfos y se metió con su filosísimo puñal.
¿Y qué hiciste?, me preguntó Juan. Nada. Ni siquiera intenté taparme la nariz, porque X podía ofenderse. ¿No la viste? No. Juan dijo que debí verla. Porque a la hora que ella soltó el pedo, Roberto dijo: “Me saluda, porque me conoce”. Lo dijo como si hablara de un amanecer y tratara de seducir a una muchacha bonita. Y cuando la pestilencia inundó la estancia comedor, él dijo: “¡Ah, me encanta el aroma de la manzana!”. En realidad, el aroma era peste, como de manzana revuelta con ajo y cebolla.
Son unos guarros, tus amigos, me dijo Juan, así se excitan. No, dije yo. Sí, insistió. Les excitó esa escena. Están en el segundo paso. El primero es cuando están solos y se echan pedos y se huelen; el segundo es invitar a algún amigo y hacer esta guarrada.
Yo firmé los libros, con prisa, me paré, tomé los dos billetes y me despedí. Ellos, como si nada grave hubiese ocurrido, se despidieron. Vi que R se quitaba la vendoleta de la nariz y ella se colocaba detrás de él y lo abrazaba, más que de manera cariñosa, con pasión.