jueves, 23 de noviembre de 2017

¿CÓMO PUEDE DECIRSE UN GRACIAS A SABINES?




A Sabines el poeta, claro. Porque estoy seguro que en algún recital, alguna chica se acercó al poeta y le dijo ¡gracias!, gracias por escribir tan bonito. Así debió decirlo la chica de pantalones ajustados, y cabello con trencitas. La chica que llevaba un ejemplar con poemas de Sabines para que éste lo firmara. Y a la hora que el poeta firmaba el libro, ella, la chica de sonrisa de luna, le habría dicho: Gracias, don Jaime, gracias por escribir tan bonito. Porque ella, la chica bonita habría usado la palabra bonito, para sintetizar los poemas escritos por el poeta chiapaneco.
Siempre que leo el poema “¿Cómo puede decirse un amanecer en Comitán?”, pienso si alguien, en algún momento, agradeció a Sabines. Agradecerle, en nombre de todos los comitecos, que haya escrito ese poema “tan bonito”. ¿Alguien lo hizo? ¿Alguna muchacha bonita se acercó a él y le dijo: “Don Jaime, en nombre de todos los comitecos, le agradezco ese poema que dedicó a mi pueblo”? No, no creo que alguien lo haya hecho.
Es una pena, porque don Jaime debió saber que Comitán le agradecía ese ramo de palabras que es como una piedra lanzada al lago, de esas piedras que, por un instante luminoso, chocan contra el cristal del agua y forman círculos concéntricos que son como un grito de fiesta que se expande y trepa a lo más alto de los tapancos.
Es una pena. Alguien, alguna muchacha bonita, debió acercarse al poeta una tarde para decirle ¡gracias, poeta! Pudo haber sido una tarde de esas que caminó por Comitán, de esas tardes en que, en compañía de su amigo Gustavo Armendáriz, iba al restaurante Nevelandia y tomaba un trago (porque a don Jaime le encantaba echar trago). La chica debió acercarse (con libro o sin libro) y, nerviosa, titubeante, pararse al lado de la mesa donde los dos amigos reían. Don Gustavo debió sorprenderse tantito con la presencia de esa chica y estar a punto de decir: No, no queremos; pensando que ella se acercaba a ofrecerle un cachito de lotería o a venderle un boleto para la rifa de una imagen, cuyos fondos se emplearían para arreglos del templo de la Virgen del Rosario, en Yalchivol. Don Jaime, al contrario, acostumbrado a la presencia de jóvenes, después de recitales, levantaría la cara y diría ¡Qué tal!, y, varón de ojos azules, soltaría una sonrisa seductora. Y la chica tomaría valor y diría: “Don Comitán, en nombre de Jaime…” y se pondría roja y así, colorada como agua de temperante, recompondría: “….perdón, Don Jaime, en nombre de Comitán…”, y soltaría el agradecimiento que tenía enredado desde la primera vez que leyó ese poema tan bonito que comienza diciendo: “¿Cómo puede decirse un amanecer en Comitán?, ¿en mayo, en la quietud, en la frescura, en el aire?...”
Porque en Comitán todo mundo agradece a Roberto Cordero Citalán la canción de “Comitán” que, dicen los entendidos, ya con tres rones entre pecho y espalda, que es el himno de esta ciudad. ¿Y quién agradece a don Jaime ese poema que es un verdadero canto de amor para este pueblo?
En el vestíbulo del auditorio de la Casa de la Cultura (auditorio que se llama Roberto Cordero Citalán) hay un cuadro de madera que tiene grabada la letra de la canción que don Roberto regaló a este pueblo. ¿Y la letra del poema de Sabines, en dónde está? ¿Por qué no aparece, también, grabada en un cuadro para que los comitecos la lean como una oración, como una bendición?
“Comitán, Comitán de las flores, donde están mis amores, donde quieren de verdad (…) siempre tendré presente este recuerdo, la esperanza divina de mi vida…”, cantan los comitecos, en los patios de las casas tradicionales o en el desasosiego de los departamentos de alguna ciudad lejana.
¿Quién reza el poema de Sabines, ese atado de palabras que son como agua bendita? “¿Cómo puede decirse un amanecer en Comitán?, ¿en mayo, en la quietud, en la frescura, en el aire? ¿Cómo amanecer en el aire?, ¿qué es el aire?, ¿el aire de Comitán en la frescura del amanecer en el aire?...” Y cuando alguien la dice, la palabra se vuelve un papalote y vuela por Nicalococ y extiende su sonrisa blanca de tenocté y da la mano al espíritu tierno.
¿Alguien agradeció a Sabines este poema? ¿Este racimo de aire fresco? ¿Esta arena formadora de un altísimo árbol?