sábado, 4 de noviembre de 2017

CARTA A MARIANA, DONDE SE HABLA TANTITO DE LA FIL





Querida Mariana: Los aficionados al fútbol americano esperan con ansia, cada año, la llegada de septiembre, mes en que, entiendo, inicia la temporada.
De igual manera, qué bueno, muchos lectores esperan con ansia el mes de noviembre, porque es el mes en que se celebra la Feria Internacional del Libro, en Guadalajara.
Estoy casi seguro que Samy, el propietario de la librería Lalilu, ya comenzó a preparar sus maletas para viajar a Guadalajara, durante la segunda quincena de noviembre.
Vos sabés que a mí me encanta leer. En los libros hallo, desde que estudiaba secundaria, un mundo maravilloso. Pero nunca he ido a la FIL y si ahora me preguntás si deseo ir, digo que no, la verdad no me atrae mucho la idea. Y no me atrae porque implica viajar.
Soy escaso para las relaciones interpersonales y soy más escaso, aún, para la cuestión de los viajes. Soy feliz en Comitán. ¿Qué puedo encontrar en otros pueblos que no tenga acá? En realidad me cuesta mucho, por ejemplo, dormir en otra cama que no sea la mía. El otro día viajé a la ciudad de San Cristóbal (ciudad bellísima, que quiero mucho) y cuando me acerqué al mostrador de registro del hotel, la señorita preguntó por celular si ya estaba lista la recámara 216, le dijeron que no, ella apremió para que se apuraran porque ya iba a darla. Yo dormiría en la 216, habitación que acababa de ser desocupada, ¿por quién? Pensé en el compa que había dormido en la misma cama que yo dormiría y pedí a todos los santos que la encargada de limpieza usara sábanas limpias, que trapeara bien, que cambiara las fundas de las almohadas, que limpiara, con extremo cuidado, el lavabo y la taza, la taza del baño, sobre todo. Cuando entré a la recámara (dos horas después, ya que la habitación había sido limpiada) pensé en las decenas de personas que han dormido en el 216, pensé en sus hábitos y en sus manías, pensé en todo lo que se hace en un cuarto de hotel.
Sí, por esto no me gusta viajar. Bueno, en realidad esto que digo no es cierto, porque, como ya dije, viajo muchísimo, a todas horas, desde que estaba en la secundaria; es decir, desde que tenía trece años, más o menos. Si ahora tengo sesenta significa que he sido un viajero riguroso y constante durante más de cuarenta y siete años. ¿Mirás? Si ahora llegara a una empresa a solicitar empleo y me preguntaran en qué tengo experiencia, diría, con mucho orgullo: “En ser lector”.
¿Has pedido pizza alguna vez y te la han llevado a domicilio? El servicio a domicilio tiene grandes ventajas. En los años sesenta, en Comitán sólo había una farmacia en turno que atendía durante las noches. En la presidencia municipal colocaban un letrero de madera con el aviso de cuál farmacia estaría de turno durante la semana. Las personas que tenían alguna urgencia a las doce de la noche, salían a la calle con una lámpara de mano, subían las escaleras de la presidencia y, con la lámpara, alumbraban el letrero para saber el nombre de la farmacia en turno, para caminar apresurados, tocar en la puerta de madera y esperar que el propietario (o el empleado) abriera un ventanillo y preguntara qué quería. Ahora (por fortuna) hay más de dos farmacias que despachan las veinticuatro horas y, además, hay servicio a domicilio. El afligido toma el teléfono, da la relación de medicinas que necesita y media hora después escucha el rugido de una motocicleta que indica que un compa lleva el pedido. ¡El servicio a domicilio tiene muchas ventajas! ¿Verdad? Bueno, pues en secundaria descubrí que los libros, también, funcionaban como mensajeros a domicilio. Y digo también, porque muchos años antes había descubierto que el cine funcionaba de igual manera. En el Cine Comitán y en el Cine Montebello, desde mi pueblo, podía viajar a cientos de países y conocer su cultura. Bastaría decir que en el cine descubrí la maravilla de la Selva y el encanto del desierto y la belleza del mar. ¿Dónde en Comitán algo de eso? ¡Ni en sueños! El cine daba imágenes a mis más sublimes sueños.
Lo mismo sucedía con los libros, con la gran ventaja de que éstos estaban en mi buró. El cine implicaba caminar, pagar y entrar a la sala y luego (a veces en medio de la lluvia pertinaz) salir para regresar a casa. Con el libro todo era más sencillo: Bastaba ir a la Proveedora Cultural, platicar con don Rami, elegir el libro, pagarlo, regresar a casa y comenzar a viajar sin moverse, más que de la sala al cuarto o a la cocina para preparar un té.
Desde secundaria comencé a viajar, gracias a que los libros funcionaban como agencias de viajes y de aventuras ¡a domicilio! Como si su slogan fuera: “No salgas. Nosotros te llevamos todo el mundo hasta tu casa.” ¡Ah, qué privilegio! Y todo sin gastar los miles de pesos que gastan los viajeros y sin las incomodidades de dormir en cuartos de hotel, donde una noche anterior durmió una pareja que tomó licor y que hizo cochinadas sabrosas.
Pero digo que el otro día viajé a San Cristóbal y debí quedarme a dormir una noche en un hotel, porque así lo exigía el compromiso que debí cumplir. Viajé temprano. Subí al ADO a las diez de la mañana y antes de las doce ya estaba en San Cristóbal. Fui a La Enseñanza, mítico edificio que albergó una institución educativa en los años cuarenta y del cual maestro Jorge me habla constantemente. La Enseñanza fue restaurada, con mano mágica, porque se respetó su entorno histórico. Bastó entrar al zaguán para hallar un hilo de luz que, de inmediato, me puso a pensar en la Feria Internacional del Libro, en Guadalajara, considerada la feria más importante de Iberoamérica. ¿Mirás lo que digo? ¡La feria del libro más importante de Iberoamérica! ¡Pucha, nadita! Y digo que pensé de inmediato en la FIL, porque en la entrada del edificio de La Enseñanza me topé con una fotografía de la querida María Luisa Armendáriz, quien, lamentablemente, falleció en 2015, un poco antes de que continuara con la obra cultural que había emprendido de manera brillante. ¿Por qué está expuesta su fotografía en La Enseñanza? Ah, pues porque ella fue una de las principales promotoras del rescate de esa histórica casa que andaba en el abandono total. ¿Y por qué digo que al ver su fotografía pensé de inmediato en la FIL? Porque ella, María Luisa, fue directora general de dicha feria. ¡Todo un orgullo! La FIL inició en 1987, por lo tanto estamos hablando de que este año cumple ya ¡treinta años! María Luisa hizo que la FIL caminara con buenos pasos. Cuando ella renunció (en 2003) Raúl Padilla, a través de testaferros, mandó a decir que María Luisa había tenido “un desempeño poco afortunado en su gestión del año pasado (2002)”. María Luisa, por su parte, se defendió diciendo que la principal discusión con Raúl Padilla (presidente de la FIL) se había dado “en relación con la necesidad de crear una asociación civil que manejara de manera transparente los recursos, a lo cual el ex rector de la UdeG no accedió”.
María Luisa renunció. En la Ciudad de México organizó el Festival de la Palabra donde continuó con su pasión de promover la lectura. Ella, en una ocasión, declaró: “La demanda urgente de este país es de lectores y esto lo tenemos que revisar bajo el tamiz de que sin lectores tampoco contamos con el aparato crítico natural para construir la sociedad que requerimos”.
Entiendo, querida Mariana, que si no hubiese viajado a San Cristóbal no hubiera entrado a La Enseñanza y, tal vez, nunca me hubiera topado con la fotografía de María Luisa. Pero también entiendo que, en la vida, ningún mortal puede abarcar todo. No obstante, yo, gracias a la lectura, he podido viajar a cientos de lugares, algunos tan distantes como Estambul, a través de los libros de Pamuk, escritor al que admiro, sobre todo por dos de sus novelas: “El museo de la inocencia” y “Me llamo Rojo”.
Ahora ando viajando por Nueva York, porque leo “4 3 2 1”, la novela más reciente de Paul Auster, escritor norteamericano, que será honrado con la Medalla Carlos Fuentes, en la edición de este año de la FIL. Auster, igual que Pamuk, es un gran narrador. Ahora estará en Guadalajara. ¿Llama mi atención esta noticia? Pues hasta acá; es decir, no me gana la gana por ir a verlo. ¿Para qué? Ahora lo tengo acá en mi buró y me está contando cosas maravillosas.

Posdata: Nunca conocí a María Luisa Armendáriz, digo, así en vivo. Pero la conocí a través de una novela que escribió “Amores de selva y sombra”. El maestro Óscar Bonifaz me prestó su ejemplar y yo viajé con María Luisa. Uf, he viajado en tren, en avión, en cayuco, en globo, en auto, en caballo a muchos países de la mano de gente interesantísima. He caminado miles de kilómetros al lado de Cortázar, por ejemplo, y digo que su compañía por nada la cambio.
Mi amiga Rocío Hernández viaja a Guadalajara para asistir a la FIL y siempre me comparte fotografías. Una vez se tomó una fotografía con un ejemplar de mi novelilla “Historia triste de un cuentahistorias” y me dijo: “Molinari ¡acá estás!”. Mi amiga Eva Morante vive en Guadalajara y acude a la FIL y siempre me comparte su experiencia. En una ocasión, mi amiga Coco Villatoro me dijo que ella haría un viaje de descanso con su familia y que yo podía estar en su casa sin pagar un solo centavo, con tal que fuera a la FIL.
Todo lo agradezco. Todo lo vivo, desde acá, desde mi pueblo; desde mi casa, donde duermo a pierna suelta en mi cama.