sábado, 11 de noviembre de 2017

CARTA A MARIANA, DONDE SE HABLA DEL MEMBRILLO



Querida Mariana: Vos conocés a Cheno, sabés que es alburero, un juguetón de la palabra. Siempre que escucho la palabra membrillo, recuerdo cuando de chicos albureaba a sus primas diciéndoles: “¿Quieren ate de miembrillo?”. Lo decía así: miembrillo, como referencia al miembro masculino. No faltaba la inocente prima que, gozosa, decía que sí, que sí quería un pedazo del ate que Cheno ofrecía. Las risas no se hacían esperar, brotaban como tsizim en temporada de lluvia. El Cheno sigue igual, nada ha cambiado, sigue siendo un molestoso, un exquisito juguetón con la palabra.
El otro día recordé a Cheno y le llamé por teléfono. Él agradeció que le llamara, dijo que se henchía de gusto por la llamada y antes que le comentara que había leído la palabra membrillo en el libro más reciente de Amín Guillén, el muy canijo me dijo: “Mi miembrillo espiritual se hincha de gusto al escucharte”. Te digo, el Cheno sigue siendo un molestoso.
Una de estas tardes fui a la casa de Amín y le pedí que me vendiera un ejemplar de su libro más reciente: “Cántaro y yagual”. Él me invitó a pasar al patio lleno de luz, entró a su estudio y salió con un ejemplar. Me lo obsequió.
Tuve un interés personal en conseguir un ejemplar de su libro desde que me enteré, tal como lo menciona el subtítulo, que trataba de “Apuntes para la historia del agua en Comitán”. Intuí que iba a ser un libro muy importante para nuestro legado cultural. No me equivoqué.
Amín ya tiene una extensa bibliografía. Los últimos años los ha dedicado a estudiar documentos antiguos para atar hilos de la identidad comiteca. Su labor ya es fundamental para la historia local. Como siempre sucede, hay algunos libros que son más brillantes que otros. Aún no termino de leer el de “Cántaro y yagual”, pero puedo decir que es, al momento, el libro más interesante, porque el tema así lo impone. Uno de los problemas más severos de los tiempos recientes es el del agua. Los comitecos padecen una escasez que se ha recrudecido a tal grado que hay colonias y barrios que tienen meses de no recibir el agua entubada. Ya no se trata de recibir agua potable, se trata, cuando menos, de recibir un pringo de agua entubada para satisfacer las necesidades mínimas (no la del consumo, porque el agua tiene un grado alto de contaminación).
Siendo así un tema que toca de manera directa al ánimo de los comitecos, el libro de Amín se convierte en un referente histórico de importancia. ¿Qué rollo con la historia del agua en Comitán? ¿Cuál ha sido la traza cultural, desde los orígenes del pueblo que están contenidos en la leyenda del león de la pila, hasta estos días en que la autoridad municipal no logra resolver el problema del abasto? El libro de Amín da un puntual seguimiento a esas huellas del mítico león.
La otra mañana me topé con Amín (después de un mes que me obsequió su libro, en el patio de su casa, donde uno de sus nietos tocaba en guitarra una canción de un grupo norteamericano). Me topé con él en el auditorio de la Casa de la Cultura, donde se efectuaba un foro de periodistas chiapanecos. Le dije lo que ahora te digo. Cuando termine de leer completo su libro haré un comentario más en extenso, pero que no variará en mi opinión: es, hasta el momento, su mejor libro, porque es como un arcoíris en medio de la lluvia, en medio del agua que, desde siempre, ha bendecido el suelo comiteco.
El próximo encargado del sistema de agua potable de Comitán (¿Potable? ¡Qué buen chiste!) deberá, antes de sentarse en la silla, leer con atención este libro de Amín. ¿Y el próximo presidente municipal? Sin duda. Ojalá no nos salga como Peña Nieto. Es más, creo que todos los suspirantes deben conseguir desde ya el libro de Amín y darle una vuelta muy atenta para tener los antecedentes de la historia del agua en Comitán y de porqué es un problema que requiere una atención inmediata, inteligente y definitiva.
Sería una bobera insistir en lo que los grandes pensadores han dicho acerca de que las próximas guerras a nivel mundial serán por la posesión del agua. Pero tal vez no sea ocioso decir que esas guerras iniciarán en las localidades. Las personas pueden unirse y reclamar el derecho que tienen a recibir agua. Todo mundo sabe que el Senado de la República aprobó una reforma que dice: “toda persona tiene derecho al acceso, disposición y saneamiento de agua para consumo personal y doméstico en forma suficiente, salubre, aceptable y asequible”. Está muy claro, ¿no? ¿Qué pasa en Comitán con este derecho constitucional? Pucha, pareciera que la autoridad lo entendió al contrario, en nuestro pueblo el agua es insuficiente, insalubre, inaceptable y nada asequible.
En fin, digo que en otra carta te contaré las bondades de la investigación de Amín, a quien ya felicité, por la atingencia de su estudio. Ya contaré de qué habla el libro de Amín. Sólo para que te dé curiosidad diré que nos habla de la cueva de Tío Ticho, del Tanque de los Caballos, del Plano Hidráulico, del Reloj Hidráulico, del Río Grande (que ahora está casi seco), en fin, el libro está lleno de jícaras que, juntas, llenan la olla hasta el desborde y mojan las orillas de nuestra historia común.
Pero decía que, en la primera página del libro, Amín (con su estilo a veces barroquísimo) dedica este trabajo a las mujeres que llevan sobre sus cabezas el cántaro y el yagual y escribe: “Las encontramos en esas calles enlodadas, donde dejaron tanta historia. Memoria de caites junto a las del jumento cabizbajo, amagado con vara de membrillo…”. Cuando leí eso de vara de membrillo recordé al Cheno y recordé cómo antes, en las escuelas, había maestros que tenían, al lado de sus escritorios, una vara de membrillo, con la que castigaban a los alumnos mal portados.
A mí no me tocó algún maestro de esos, pero tengo amigos de mi generación que cuentan recibieron castigos cruelísimos a punta de varazos. ¿Por qué la vara de membrillo? No sé, pero según entiendo, la vara de membrillo es flexible, difícil de quebrar y aguantaba cientos de varazos en las piernas o en las nalgas de los estudiantes. Hoy, cuando es imposible que un maestro toque con un pétalo a algún estudiante, sorprende saber que antes era práctica común. De ahí el dicho: “La letra con sangre entra”.
¡Ah!, tan sabroso el ate de membrillo (el de membrillo, no el del miembrillo del malcriado del Cheno). Lástima que para muchos, la palabra membrillo remite al castigo escolar desmesurado. Por eso, también es una pena que dicha madera sea recordada de tan fea manera. ¡Qué no diera el árbol de membrillo en tener el prestigio que tiene la ceiba!, por ejemplo, que es considerado el árbol sagrado de los mayas. ¡Ah!, qué no diera el árbol de membrillo de tener el ascendente que tiene el hormiguillo que es el árbol que da la madera para la marimba. El membrillo también sacaba notas, pero de dolor. Los niños, por más que deseaban evitarlo, gemían y lloraban a la hora que los maestros les metían sus varazos sin compasión. Qué diferencia de las notas que regala el hormiguillo, notas que invitan a mover los pies y a aventarse al patio para echar un bailongo sabroso.
De esto me acordé cuando leí lo que Amín escribió en la dedicatoria de su libro. Él dijo que el burrito que trotaba cabizbajo era amenazado con una vara de membrillo para que le echara julepe a su trote. Los burritos de los años sesenta eran azotados con vara de membrillo. Por esto, tal vez, los burros de los maestros azotaban a los alumnos “burritos”.
Por fortuna, yo nunca recibí azotes con vara de membrillo. Y no porque fuera aplicado, sino porque no me tocaron maestros membrilleros. Lo que sí me tocó, ya en sexto grado de primaria, fue dos o tres reglazos en las manos. Creo que dolían igual que aquellos azotes. En secundaria lo que me tocó fue un borradorazo que esquivó el compa al que iba destinado. El compa hablantín vio que el borrador volaba y se agachó, como yo estaba sentado detrás de él, me tocó el borradorazo, sin deberla. Todos los compañeros rieron, a mí no me quedó más que sobarme y agacharme para recoger el borrador y entregarlo al maestro victimario. Eran tiempos en que los alumnos éramos dóciles.

Posdata: En el libro de Amín, ¡faltaba más!, hay mención de los burritos de La Pila; de los tiempos en que los habitantes del centro compraban el agua que ofrecían los burreros en barriles. Cuentan que en los patios de las casas había enormes ollas de barro donde los burreros volcaban el agua contenida en los barriles.
Juan fue burrero. Hace años me contaba anécdotas de su oficio. Un día le pregunté si sabía leer y escribir, si había ido a la escuela. Me dijo que no. Su familia era pobre, por lo tanto, desde niño tuvo que trabajar. Lamenté que no hubiera ido a la escuela, dije que, probablemente, su situación hubiese sido diferente, dije que, tal vez, con el estudio pudo dedicarse a un oficio menos difícil. Juan dijo que sí, que tal vez con estudio su vida hubiese sido diferente, pero un minuto después me sorprendió al decir: “Aunque, la verdad es que estuvo mejor que no fui a la escuela, mi compadre Armando me contó que la escuela era muy aburrida y que el pinche maestro los cuereaba y los vareaba”. Lamenté escuchar eso. Así era la vida, antes, en tiempos de Cheno.