domingo, 29 de mayo de 2011
CARTA A MARIANA, DONDE SE CUENTA CÓMO EL CIELO SE LLENA DE POLVO
Querida Mariana, recibí tu mensaje escueto y lapidario: ¡Leonora murió! Prendí la computadora y en el Internet corroboré esa nube negra.
Hace muchos años, una amiga cercana (tan cercana como ahora vos lo sos), viendo una bellísima edición de pintura mexicana, me dijo: “Me gusta Leonora” y me pasó el libro. A mí, dije yo, me gusta Remedios Varo. Ella, regando unas begonias en el balcón, dijo: “¡Qué remedio!”.
Ahora Leonora está muerta, mientras mi amiga está distanciada de mí. No obstante yo recuerdo a ambas y, como si fuesen begonias, procuro, de vez en vez, salir al balcón y regarlas. ¿Cómo se riega a los ausentes cuando éstos no son más que una foto, un cuadro, una hoja seca? Y digo hoja seca porque, ante la noticia de la muerte de Leonora, abrí de nuevo el libro y, justo donde está el cuadro que ella veía, hallé la flor. Y recordé que ella, esa tarde, dijo: “¿Qué otras cosas se secan en medio de los libros?”, y colocó la flor en la página 45, entre la pintura y la ficha biográfica mínima de la artista. ¿Qué otras cosas se secan? Tal vez, sólo tal vez, la ficha de Leonora ha envejecido y hoy tiene un punto final que es como un abismo. ¿La pintura? ¡Sigue iluminada!
¿Qué otras cosas se secan en medio de las hojas de los libros? ¡Las palabras no! Las palabras nunca se secan. Ya lo dijo el poeta: cuando un lector abre el libro la palabra sale de su insomnio y ¡brilla como la madrugada!
Ahora el concepto recuerdo llama mi atención. La flor que ella, mi afecto, colocó entre hojas estaba seca desde antes, mas, ahora que apareció, el recuerdo brotó como un renuevo. Ella nunca me lo dijo, pero ahora pienso que un día esa flor virgen fue cortada del tallo y se marchitó en otro libro. ¿Así ahora Leonora? ¿En qué otro libro sus manos descifran el misterio?
Los recuerdos no se marchitan, basta un poco de agua para revivirlos en la herida. Leonora murió y todo, en apariencia, sigue intacto en la plaza, en el café, en el vuelo de las aves que revolotean sobre el agua del estanque.
El libro permaneció intocado durante mucho tiempo. Ahora, la muerte de Leonora accionó un mecanismo en mi memoria y me impelió a bajar el libro del estante. Estaba en el entrepaño superior, como si algo indescifrable me forzara a enviarlo al cielo que habitan los ausentes. Lo que está en la parte superior, querida Mariana, siempre se llena de polvo, de ese tenue aroma con el que se cubren los trastos inútiles. ¿Es el recuerdo un objeto inútil? ¿De qué sirve regodearse en algo que fue como una raya en el agua? Y, sin embargo, no deseché la flor seca. La regresé al libro, pero en la página donde está la pintura de Remedios.
Lo único real es el libro, la pintura y la flor seca. Nunca estuve al lado de Leonora para comprobar su existencia. Hoy, mi afecto no está más a mi lado y la pienso como una niebla, como la mera representación de un sueño. No es casual que, si en realidad existió alguna vez, ella y yo tengamos aprecio por obras de surrealistas.
Cabe, dentro de lo surreal, la no existencia de Leonora en esta dimensión. Tal vez ella sólo fue un sueño que se coló en la plenitud del tiempo. Y si esto es así, la noticia de su muerte también es irreal, no más que el agua revoloteando sobre un cernidor.
¿Leonora, igual que Remedios, murió? ¡Pues ya, qué remedio!
Pd. Vos, nunca me has dicho si preferís a Remedios o a Leonora. ¿De qué esquirlas se visten tus sueños?
sábado, 28 de mayo de 2011
CISTITIS DEL ALMA
Fue una tarde cuando a Leopoldina le comenzó el mal. Estaba tranquila, tomando café con pan, en el balcón de su casa, mirando la calle, cuando sintió lo que en Comitán llaman “flato”, que es algo como un desasosiego. Dejó la taza de café y puso su mano en el pecho y a San Caralampio imploró sosiego, pero su corazón marchaba bien, era algo que estaba más allá de meros órganos del cuerpo. El flato es una opresión que aparece de pronto sin saber porqué y estruja al espíritu sin miramientos. “Haga’sté de cuenta que sos’té una camisa mojada y lo están exprimiendo y nunca se seca’sté”, así don Concho define al “flato”.
“Sí”, le dijo el doctor Pérez, “tiene usted Cistitis del alma”. A quien padece esta enfermedad, todo mundo lo sabe, le dan ganas de llorar a cada rato y siempre queda con la sensación de que no se vació por completo. Es feo llorar de a poquito. Una piedra de agua siempre está atorada en la garganta y quién sabe en qué otras partes del cuerpo.
La comadre Virginia le dijo a Leopoldina que no se preocupara de más, porque con la preocupación la enfermedad agrava. “Lo que pasa es que te dio un tu repasón de nostalgia, pero ya te pasará. Vení, llorá”, le dijo e hizo que se recostara sobre sus piernas. Virginia tomó un cepillo de cabello y, como si Leopoldina fuera un potrillo, la acarició.
Leopoldina lloraba ante lo más sencillo de la vida. Lloraba ante la fachada escarapelada de su casa (esa tristeza del color deslavado que está detrás de los colores nuevos); lloraba ante el vuelo del pájaro (¿cuál es el sentido de su vuelo?); lo hacía ante el mínimo azote de viento, de ese viento que movía lento el camisón de la abuela en el lazo del tendedero (¿por qué nunca se le quita ese olor a orín, a viejo?).
Lloraba al ver cómo su abuela se desgastaba tras el mostrador de la tienda casi vacía; lloraba al ver las piernas varicosas de la tía Romualda; lloraba ante el silencio del interior de los templos, ante la mujer con la veladora prendida frente al santo; lloraba ante las ventanas abiertas de los asilos; ante la inutilidad de las piedras del monte; ante el flujo incansable del río de aguas sucias. Lloraba ante la luz indefinible que toma el mundo cuando el sol se oculta; ante el sonido del saxofón que todas las tardes toca el vecino que es ciego; ante la muchacha que, en un motel, abre sus piernas para que el hombre le meta sus asquerosos dedos; ante el teporocho que, desde las seis de la mañana, se reúne con sus compas y bebe a pico de la botella de “charrito”.
Quien padece de Cistitis del alma llora por todo y por nada. Es una enfermedad rara y fea. El espíritu se llena de nada y como si ésta fuese aire comienza a inflar todas las recámaras. ¡No hay manera de pinchar el globo! Hasta que un día, igual que como llegó, el mal se aleja, las aguas bajan y ya nada más se trata de sacar el lodo de los cuartos y de los patios. El sol regresa. Leopoldina se emocionó ante el renuevo del árbol de durazno, ante la mínima florecilla que brotaba, pero no lloró. Supo entonces que se había curado. Miró el cielo y lo vio inmenso, respiró hondo y sintió algo como un descubrimiento. El viento removió el framboyán y una lluvia de flores secas cayó sobre el suelo. ¡Y no lloró! Dos niños treparon al árbol y la niña, con la cara manchada de mermelada, dijo: “soy un pájaro” y abrió los brazos y sintió el aire en su rostro. ¡Y Leopoldina no lloró! El flato se había ido.
miércoles, 25 de mayo de 2011
LOS CIELOS MÁS ALTOS
En Chiapas vivimos en medio de lugares comunes. Se dice que esta tierra de Dios es tierra de poetas; se dice que basta levantar una piedra para hallar un poeta. ¡Qué desatino! ¡Qué piedra tan pesada le hemos adosado a las piedras!
¿Quién puede ahora llevarnos al terreno de lo real? ¿Quién, iluminado, darnos luz y decirnos que debajo de las piedras hallamos lombrices y cochinillas en medio de la humedad? ¿Qué otra cosa puede crecer debajo de la oscuridad de la piedra?
Una mayoría ha creído, cree, que, en efecto, debajo de las piedras están los poetas y levanta esos sapos disecados y confunde a las cochinillas con los poetas. Por eso nos va como nos va. Decenas de escritores se resguardan debajo de piedras y asoman sus rostros grafiteados y dicen ¡Somos poetas! Por eso nuestro cielo anda un poco gacho, casi casi reptante.
Por fortuna, una minoría, alejada de esa masa crédula, sabe que debajo de las piedras ¡no hay poetas! Otro es el lugar donde la poesía germina, otro el espacio de los más altos cielos.
Marirrós Bonifaz ¡es poeta! Su obra así lo testifica, sus versos sagrados así lo avalan. Un cerillo basta para incendiar la troje o el almacén, pero para inflamar un espíritu es preciso una flama perenne: ¡el aire de la palabra!
¿Qué día emprendemos una campaña para erradicar ese lugar común que tanto daño nos ha hecho? ¿Qué tarde comenzamos a pensar que Chiapas es tierra de grandes poetas, ¡de enormes poetas!, pero éstos no se dan como se da la ortiga en los cercos? La poesía es como el agua limpia, como el cristal que bendice la madrugada.
¿Qué día emprendemos una campaña para decir que los grandes poetas de Chiapas son aquéllos que han crecido por encima de las piedras y vuelan porque sus alas son hijas del viento? ¿Cuándo, en las aulas, en las plazas y en los santuarios comenzamos a decir que tenemos enormísimos poetas como Jaime, Rosario, Efraín, Juan, Óscar y Marirrós?
¿Cuándo comenzamos a sentirnos hijos de la luz eterna y no de la instantánea bengala? ¿Cuándo, en afrenta bíblica, comenzamos a arrojar todas las piedras donde se ocultan los simuladores? Hace buen cielo para decir: "El que esté libre de piedras ¡que tire la primera culpa!"
Tal vez es momento de construir libreros con un solo entrepaño. Momento de colocar los libros más altos en el cielo más alto; colocar a los "pocos poetas que en el mundo han sido"; a los pocos poetas que en Chiapas son.
Lo otro, el lugar común le hace mucho daño a la calle donde a diario caminamos. Nunca será buen presagio lavarnos las manos con agua estancada. Poseyendo tan altos cielos ¿a quién se le ocurre respirar en el cuenco del tizne, de la tiznada?
lunes, 23 de mayo de 2011
ARENILLA PARA VIRIDIANA CULEBRO GARCÍA
Viridiana cursa el cuarto semestre de la Licenciatura en Trabajo Social, en la Universidad Mariano N. Ruiz. Si alguien le pregunta por su profesión, Viri dice: “disfruto mucho de ella”. Parece que nuestra entrevistada no tuvo problema vocacional, le gusta su carrera porque le permite servir a la sociedad. Tal vez ella es de esas personas que piensan que la realización plena está en el servicio al otro. Es difícil, en estos tiempos en donde el centro del universo gira en torno al ego, desprenderse de éste y darse al otro. ¡Darse en plenitud! Viri es como una mano, pero también es como un corazón. La mano siempre extendida, el corazón siempre dispuesto. Tal vez éste es el misterio oculto, tal vez ahí radica el principio de la armonía espiritual. ¿Qué para mí? ¿Qué para los otros? Viri es un espíritu no muy común en estos tiempos.
1.- ¿Qué flota en las madrugadas?
La esencia de las personas, porque sólo en los sueños podemos dejar volar libres los deseos y anhelos más íntimos y ¡oscuros!
2.- Si tu cuerpo es un fogón ¿cuál es la brasa?
Considero que el detonante principal para mis emociones es la mirada, porque me hace volar muy lejos, percibir y expresar muchas cosas.
3.- El ojo de la soledad ¿con qué se “deslumbra”?
Lo he impresionado cuando, con fuerza, me enfrento a la vida, dejando atrás las heridas y llevando conmigo las lecciones aprendidas.
4.- Si fueras la Mujer Invisible ¿qué travesura le harías a tu amado?
Siendo invisible dejaría mi pudor atrás y me dejaría llevar por emociones y sentimientos; diría cosas que he reprimido por pena, pero ¿para qué esperar ese momento?
5.- Imagina que eres aire. ¿Gozas cuando un grupo de muchachos, como en una orgía, juegan contigo?
Por supuesto, porque a fin de cuentas la vida es una gran oportunidad para jugar siendo aire, no vestiría máscara alguna y dejaría a un lado los complejos.
6.- Si fueras regalo ¿cómo te gustaría que te abrieran?
Muy despacio y haciendo crecer el misterio, mientras me desnuda y descubre mi esencia.
7.- ¿Qué ritmo musical tiene tu corazón?
El ritmo de la lluvia. Quiero poder darme sin esperar el reconocimiento de los demás, quedarme con la satisfacción de vencer a la gravedad.
8.- ¿A qué aves es necesario cortarles las alas para que no se pasen al “sitio” vecino?
A los miedos, porque si permito que sean libres me quedaré escondida y de nada servirá la oportunidad que Dios me dio de hacer la diferencia.
9.- ¿En qué instante convalece el libro abierto de tu corazón?
En el momento que alguien dice mentiras, esto provoca que todo se paralice y prefiero guardar bajo llave mis sentimientos.
10.- Si tu mano es un imán, ¿en qué parte del cuerpo de tu amado se queda detenida?
Siendo imán buscaría atraer sus pensamientos y de ser posible los pensamientos de muchos hombres con los que convivo porque ¡vaya que son complicados!
(Viridiana Culebro García nació el 3 de diciembre de 1988, en Comitán, Chiapas. Es la segunda de cinco hermanos. Actualmente cursa el cuarto semestre de la Licenciatura en Trabajo Social, en la Universidad Mariano N. Ruiz).
viernes, 20 de mayo de 2011
DE UNA CALLE SIN NOMBRE
Escribí que en Comitán existe un “Centro de Capacitación en Belleza” que se llama Rosario Castellanos. Héctor Cortés Mandujano, mi amigo y talentoso escritor, me escribió y dijo que Efraín Bartolomé le contó que en algún lugar hay un estacionamiento que se llama Amado Nervo (capaz que no falta el simpático bardo que al sacar su auto le dice al cobrador: “¡Nada te debo, estamos en paz!”).
Lo común es que las escuelas, plazas, calles y demás lugares públicos lleven nombres de famosos. La relación es amplia: escritores, poetas, maestros, científicos, políticos, héroes y demás humanos orlados con coronas de olivo (en Comitán, para variar, existe una colonia que lleva el nombre de la mamá de Elba Esther Gordillo; señora que, juran quienes la conocieron, no tuvo más mérito que procrear a la famosa lider).
Como en la vida hay rangos, así algunos a duras penas alcanzan el nombre de una calle media extraviada mientras otros logran el mérito de que la ciudad entera ostente su nombre. Acá don Belisario Domínguez tuvo más peso y logró cercenar el “de las flores” que ostentó Comitán durante mucho tiempo (aún hay compas románticos que le botan el “de Domínguez” y le encaraman el nombre anterior; así como hay lectores que siguen llamando “Balún-Canán” a este pueblo).
Pero no sólo nombres de famosos se cuelan. A veces, el prodigio asoma con la misma tranquilidad con que el sonido da vuelta en las esquinas. Don Conrado Espínola, una mañana dijo: ¿Y yo por qué no? Tomó un bote de pintura roja, una brocha, cargó una escalera, abrió la puerta y colocó la escalera en la esquina de su casa. Veinte minutos después bajó de la escalera, fue a la banqueta de enfrente y, satisfecho, leyó el letrero con letras chuecas: “Calle Conrado Espínola”. El letrero lo colocó debajo del letrero oficial de 5ª. Avenida poniente norte. Sus amigos disfrutaron la “puntada”, pero él insistió en que no era una ocurrencia, era, así lo dijo, “reparar un error imperdonable”. Don Conrado murió hace varios años, pero, de manera muy tenue, todavía se alcanza a leer su nombre en la fachada de su casa. El otro día platiqué con uno de sus sobrinos y le dije que sería bueno repintar el letrero, pero él se negó. Dijo que no debemos alentar ideas extrañas. El nombre de una calle debe estar aprobado por el Cabildo del Ayuntamiento. “Si no -dijo- al rato todo mundo va a querer tener su calle”. Estuve de acuerdo con él y le dije: “Sí, capaz que al rato Elba Esther le pone el nombre de su mamá a una colonia”. Él rió de buena gana y dijo que sí, que ¡ese es el peligro! Íbamos caminando por la calle Rosario Castellanos, frente al Centro Cultural Rosario Castellanos.
Por esto don Concho Aguilar me cae bien. Él invitó a sus compas a una beba en la Cantina “La Granja”. La invitación, muy formal, decía: “A la develación de la placa que se colocará en la esquina de su propiedad”. Ahí está todavía la placa con el nombre de tío Concho, que da testimonio de su fidelidad hacia dicha cantina. Desde el año 1984, hasta 2004, asistió todos los viernes a echar su trago. Ya los meseros sabían que la mesa de esa esquina estaba reservada para él. “”De lunes a jueves se las presto a los otros”, era su dicho, siempre que se sentaba con sus compas.
Tío Concho nunca tuvo una calle con su nombre. Se conformó con tener una mesa. Algunos bebedores actuales, en lugar de decir que van a beber a “La Granja” dicen: “¡Vonós a la esquina de tío Concho!”
Algún día, estoy seguro, el Héctor Cortés Mandujano tendrá su calle en Berriozabal. Ya le dije que ni se vaya a enojar cuando camine por ella y mire a dos bolos orinándose en la “Héctor Cortés”. La piedra agarra más brillo con los gritos y excrecencias de los bolos.
miércoles, 18 de mayo de 2011
ORACIÓN PARA DESPUÉS DE CLASE
Para Paty, con el deseo de que encuentre
el camino más propicio para sus sueños.
Dora Patricia crece en Cajcam, una comunidad modesta cercana a Comitán, alejada de segundos pisos. Cajcam es un lugar de cielos claros, de aire limpio, donde los pájaros vuelan como si el vuelo fuese el acto más sencillo. Por esto Paty sabe que el suelo más cercano a la piedra del corazón es el de la tierra, el del trigo, el del maíz, el del árbol de durazno y el de la planta de malva. ¡No hay más piso que el de la huella de nuestro pie!
Paty, estudiante del sexto semestre de bachillerato, me pidió el otro día un consejo acerca de su vocación. De todas las profesiones, ella ya ha descartado muchas, pero aún persisten dos o tres que son como diabólica encrucijada. ¿Qué estudio?, me pregunta, como si yo tuviese el “vocaciómetro” en la punta de mis dedos.
Paty crece en medio de esa palabra que se pronuncia como hilo de agua: ¡Caj – cam! La jota demanda, más que sugiere, una pausa. Esa palabra no puede pronunciarse como si fuese una piedra en alud, ¡no! La jota debe alargarse como se alarga el viento para completar la palabra: ¡Caj – cam! La boca debe abrirse como si fuera el corazón del desorientado en busca del hilo de Ariadna.
¿Qué estudio?, me pregunta y yo pongo mi cara de grieta a medianoche. Las grietas sólo sirven para cuando hay luz, para cuando el sol juega a meterse por los huecos. ¿De qué sirve una grieta en medio de la oscuridad? ¿Qué se cuela por ella? Paty ahora tiene el sentimiento de la grieta y anhela el rayo de luz que camine a través de ella.
¿Qué estudio?, demanda. ¿Qué puedo decir? ¡Nada!
¿Por qué no juega a pronunciar la palabra que es como su casa: ¡Caj – cam!, y, en medio de la pausa, invoca el corazón de la piedra?
¿Por qué no, por un instante, sólo en esa elongación de la jota, se convierte en piedra? ¿En piedra de monte, en piedra bola de río, en la que duerme a la entrada del pueblo?
Las piedras no tienen necesidad de definir su vocación. Alguien, en algún momento, las puso en el lecho del río, en lo alto de la montaña, en la tierra o en algún otro planeta. Y es la mano del hombre la que modifica su destino. Alguien, en algún momento, las vuelve materia de cimiento o pieza esculpida de museo.
¿Por qué no -le digo a Paty- jugás a que sos piedra y mirás qué le va más a tu forma, a tu esencia? ¿Por qué no mirás en tu interior? ¡Hacete una grieta, pequeña, muy pequeña, y mirá en tu corazón de piedra! Si tu corazón está hecho de una materia dura y rugosa dejá de jugar y preguntá ¿qué estudio?, al hombre que pasa por la calle. Pero, si tu corazón de piedra está hecho de agua limpia, de árboles, de nubes y de palabras, entonces dejá que sea la mano de Dios la que te saque del lecho del río y te coloque en medio del aire.
Pronunciá ¡Caj – cam!, como si esta nube fuese la primera lluvia, como el primer rayo que incendia la oscuridad del cielo, como el primer trueno que bendice el silencio.
¡Piedra de Cajcam! Ruega por nuestros cielos. ¡Árbol de Cajcam! Bendice nuestros suelos. ¡Flama de Cajcam! Llueve nuestros anhelos.
¿Qué más podía decirle a Paty? ¿Qué decirle a los miles y miles de muchachos que ahora, igual que ella, buscan definir su vocación? ¿Qué decir ante esa interrogante que decide entre una vida plena y una vida miserable por elegir no el sueño sino la imposición de una carrera que “deje” dinero? ¿Qué decir? ¡Nada! Salvo pronunciar una palabra como luz para el corazón y el entendimiento. ¡Una palabra que los ubique lejos de segundos pisos y les hinque en el más sublime de los suelos: el que sostiene el paso del hombre!
lunes, 16 de mayo de 2011
CARTA A MARIANA, DONDE SE CUENTA CÓMO EL ESPEJO ES FIEL
Querida Mariana: el cristal del agua es como la piedra de nuestra conciencia. ¿Recordás cuando en Tuxtla, en un Encuentro Nacional de Poesía, María Eugenia Díaz De la Cruz me dijo que le gustaría saber quién es Mariana? Pues resulta que ahora en el Festival Internacional Rosario Castellanos volví a toparme con María Eugenia y lo primero que dijo cuando me vio fue: “Soy fiel lectora de tus Arenillas. En casa tenemos suscripción de El Heraldo de Chiapas”. Ella sigue con la duda de quién sos vos. ¿Qué le podía decir? ¡Nada! Sin quererlo te has convertido en una mujer deseada (en el mejor sentido de la palabra). Tal vez ella quiere conocerte para reconocerse. Los hombres siempre estamos en búsqueda de nuestro rostro en el rostro de los otros. ¿Cómo saber que existimos si sólo podemos tocarnos? En la literatura y en la vida real hay muchísimos ejemplos de aquéllos que se ahogaron en el lago en intento de tocar la luna reflejada; asimismo hay ejemplos de quienes, en intento de “tocar” su imagen, también se perdieron en la profundidad del agua. Así somos los seres humanos, ¿qué querés? Los gurús nos explican que nuestro verdadero rostro está en la transparencia del aire, pero como somos incapaces de vernos ahí, por eso buscamos con ahínco el cristal común del espejo.
Hace muchos años le hice una Arenilla a don Antonio García, un modesto bolero (no sé si aún vive). Cuando le hice la entrevista acusaba una pérdida gradual de visión en un ojo. Una de las preguntas fue: ¿Por qué nos quedamos ciegos cuando vemos directamente al sol? Él, cerró los ojos, y respondió de inmediato: “Ah, porque el sol es como la uña de Dios”. ¿Mirás qué prodigio de respuesta? Desde entonces pienso en el universo que nos circunda como el polvo del traje que envuelve a Dios.
Mi querida María Eugenia, un poco al estilo de Santo Tomás, quiere tenerte a su diestra para verse en el espejo. ¿Te quiere conocer? Pues que nos dé su dirección electrónica para que le enviemos una foto donde estemos vos y yo (y tu perrito “tenemeacá”). O mejor le pidamos a ella que cierre los ojos y te piense como si fueras una piedra con corazón o un árbol de mil nubes verdes.
La foto será suficiente. Nunca he visto en persona a Bono o a Carlos Slim, pero las fotos son la prueba de su existencia. Nunca me pregunto quién es Bono (vocalista de U2) o quién es Slim (el hombre más rico del mundo). Así, María Eugenia, cuando te mire, sabrá que Mariana es “el aire de las Arenillas”, casi casi como si dijéramos la artista consentida de Woody Allen o la muchacha bonita de Julio Cortázar.
Pd. En lo íntimo me da mucho gusto cuando María Eugenia te menciona cada vez que nos vemos. Antes de que hablara acerca del aroma del cielo comiteco o del color del aire, ¡me habló de vos! Sabe que vos te has convertido en el árbol más alto de mi patio, en el ladrillo donde me paro para ver el cielo.
¡Soy un consentido de Dios al saber que vos sos como mi espejo, como la luna reflejada desde la azotea! Vos sos el grito envuelto en albahaca, el más íntimo deseo. ¡Que el hilo de Dios sea siempre tu cuerda! ¡Que Él sea tu Everest, tu piolet, tu pie congelado, tu corazón de brasa, tu garganta titubeante, tu bitácora, la piedra de tu agua! Que Dios y no otro chunche ¡sea el espejo de tu espejo!
viernes, 13 de mayo de 2011
ATENTO RECADO PARA MI EDITOR
Respetado Carlos Marroquín, editor de la sección de Cultura, de nuestro periódico “El Heraldo de Chiapas”: Vos y yo no nos conocemos físicamente, pero nos conocemos a través del papel, del olor a tinta y del agua limpia de la palabra. Por esto, ¡confianzudo!, me atrevo a enviarte estas líneas públicas.
Te cuento que, en una ocasión, un compa corrector de prensa quiso enmendar mi texto y donde yo había puesto “El hilo de Ariadna” él corrigió y puso “El hilo de Adriana”.
Te cuento esto porque, si me pongo mamila, diré que, si Dios lo permite, en 2012 cumpliré treinta años, ¡treinta!, de dedicarme a esta vaina del periodismo. En 1982 tuve el honor de dirigir un Semanario, en Comitán, que se llamó “Ensayos”. En dicho periódico impreso participaron escritores tan importantes como el hoy famosísimo y reconocido periodista Miguel González Alonso, Mariano Penagos (Premio Chiapas), Juan Manuel González Tovar, Marco Tulio Guillén Barrios, Roberto Álvarez, Leticia Román de Becerril y muchos más.
Te cuento esto porque lo considero como una huella del respeto y pasión que profeso a este oficio. Soy un admirador de la literatura y, por ende, de los escritores que tienen a la palabra como uno de los Valores Supremos de la humanidad.
El otro día, ya ahora en época de tu responsabilidad, una colaboración mía fue enmendada: escribí la palabra “alimón” (vos sabés el significado de ella) y el corrector escribió “limón”. Con esto, lo adivinás, mi texto tomó un sabor agrio. Si de por sí escribo enredado, has de comprender que esto lo enreda más. Pobres lectores, no es justo hacerles esto. No es justo, porque ellos son el motivo fundamental de nuestra publicación (mi maestro Ricardo Cuéllar Valencia, me envió un elogio el otro día en su columna “Piedra de Toque” y dijo que la Arenilla es “multileída”, si esto es así pues ya imaginás la cantidad de lectores que merecen mi respeto).
Procuro, respetado Carlos, escribir de la manera más clara y sencilla; procuro ser responsable. Nuestro Director, Ricardo del Muro, es fiel testigo de lo último que digo. Desde hace más de cinco años Dios me ha permitido cumplir con mis entregas semanales. Llueva, truene o relampaguee envío las Arenillas para publicarse lunes, miércoles y viernes.
Claro, Carlos, muchas veces, los correctores hacen su trabajo y reconozco ¡mejoran los textos! Siempre he procurado ser humilde para reconocer mis yerros (ahora que Coneculta trabajó en mi libro que obtuvo la Mención Honorífica del Premio de Poesía Enoch Cancino Casahonda, los correctores me hicieron sugerencias y arreglaron mis versos de manera precisa, así que si alguna línea de ese libro da luz en el corazón del lector ¡será en mucho por ellos!). Siempre reconozco el trabajo preciso que trata de dar luz. Por esto, el otro día que hiciste favor de llamarme vía telefónica, te supliqué respeto, no para mí, sino para los lectores.
Hoy reafirmo mi mano tendida y vuelvo a suplicar el trabajo profesional que se merecen los lectores. Te suplico que cuando hagan correcciones sean para darle brillo, asimismo pido que mis textillos no sean tijereteados (ya ha sucedido en dos ocasiones en estos tiempos, que son tus tiempos. Jamás ocurrió con Valeria y con Dámaris, responsables anteriores de la Sección).
Quedamos, y yo te agradezco la deferencia, en que si alguna línea ofende la línea editorial del periódico no publicarás la Arenilla completa, me avisarás con tiempo y yo entenderé.
¿Por qué hago esta petición de manera pública? Para demostrar que en Chiapas los asuntos públicos los ventilamos a la luz del sol y en la terraza donde tomamos el café de manera libre.
En fin, Carlos, espero tener el gusto de saludarte personalmente. Mientras tanto te deseo suerte en esta aventura editorial, por bien de la sociedad de Chiapas, que bien merece un periodismo objetivo y dador de luz. Un abrazo.
Pd. Una vez escribí la palabra “inflingir” y Enrique García Cuéllar, mi Maestro y amigo, la corrigió y, con tacto profesional, me dijo que yo había cometido un error de dedo, pues, sin duda, quise escribir “infringir”. Claro, no es casualidad que ahora don Enrique sea el mero mero del “Sol de México”, en la capital de la república. ¡Es un tipazo!
Nota: En la publicación impresa de El Heraldo de Chiapas, el editor escribió: "Estimado Alejandro Molinari, tomo dato de cada una de sus quejas, y asumo que desde este momento sus textos serán publicados de manera íntegra".
miércoles, 11 de mayo de 2011
EN BLANCO Y NEGRO
Con un abrazo para mi hijo Fernando
Socorro Trejo, destacada poeta, dio un taller de poesía. “Cierren los ojos y piensen en una luna”, nos dijo a los participantes. Cerré los ojos, igual que los demás, pero, a diferencia de los otros, yo no logré ver algo. ¡Siempre me sucede así!
¿Por qué los gurús alientan a dejar la mente en blanco? ¿Esto es posible? Lo pregunto porque siempre que cierro los ojos ¡veo todo negro!
Cuando Socorrito ordenó que abriéramos los ojos (después de un minuto), tuve la misma sensación de cuando salía de la matiné del Cine Comitán, el domingo a las dos de la tarde.
Cuando tocó mi turno de compartir mi imagen, dije que, en cuanto oí la palabra luna, la imagen del cuadro de Remedios Varo se apoderó de mi mente. Vi la luna, enclenque, encerrada en una jaula, siendo alimentada por una mano igual de enclenque, pero luego la luna se infló como la panza de tío Concho, satisfecha con la mano que la alimentaba. Al final, cuando abrí los ojos, la luna ¡estaba llena! Pero ¡esto no fue cierto! Vi, ya lo dije, ¡nada! Inventé algo porque no podía quedarme callado, cuando los demás compañeros participantes compartían su visión lunar. Unos vieron lunas llenas sobre tejados, lunas brillantes reflejadas en lagos o lunas, como uñas de gato, colgadas en el cielo. Un compañero dijo que su mente le había hecho un juego y, en lugar de ver una luna, vio un sol rojo, como el de la bandera de Japón. Luego, cuando leyó su ejercicio entendimos el motivo: “no vi la luna, porque no estabas tú”. ¡Ah, un enamorado solar!
Siempre que cierro los ojos veo la oscuridad total. Como si entrara a un cuarto oscuro y mis ojos, ¡jamás!, lograran acostumbrarse a esa penumbra, como si ese movimiento de párpados fuese una guillotina y cercenara mi visión. Me miro ciego, me siento ciego. Tal vez, por esto, en la vida real, con los ojos abiertos, voy tentaleando, apoyándome en las paredes del aire.
Mientras la poeta explicaba el concepto de símil y daba ejemplos o leía versos de Efraín Bartolomé o contaba una anécdota de Sabines, yo seguía preocupado por mi mente en negro. ¿A qué se debe esta incapacidad de poder visualizar, ya no una piedra sino un simple guijarro? Cerré los ojos (como si me concentrara en el verso que Socorro leía) y traté de imaginar un fonógrafo, uno de esos aparatos llenos de polvo que se ven en los aparadores de los bazares. ¡Nada! Intenté con un vaso de agua, pero en cuanto lo pensé retrocedí porque nunca falta el sabio que pontifique en la inexistencia de vasos de agua e insista, con poses de Doctor en Filosofía, egresado de Harvard, en que los vasos son de cristal o de unicel o de plástico o de nube. Para ese instante, Socorro ya había terminado de leer el poema de la maestra Lupita Alfonzo y yo, con cierta pena, debí abrir los ojos para no parecer un grosero. Volví a salir de la sala de la matiné y entré a la luz del día. Di gracias a Dios por poder dejar a voluntad la negra estancia de mi cerebro y de mi memoria.
¡Ya decidí que para la próxima vez que, como ejercicio literario, deba cerrar los ojos, imaginaré que la indicación del Maestro es: “Piensen en un cuarto oscuro”! Sé que entonces no tendré problemas en imaginarlo.
¿Poner la mente en blanco? Nunca lo he logrado. “Ni lo lograrás”, diría don Teofilito.
lunes, 9 de mayo de 2011
CARTA ABIERTA A RICARDO CUÉLLAR VALENCIA
Con un abrazo para el poeta Carlos Gutiérrez Alfonzo,
intelectual comprometido con el desarrollo de Chiapas.
Querido Maestro, leí con atención la “Piedra de toque” que publicaste el 5 de mayo en el “Heraldo de Chiapas”. Piedra de toque que ¡me tocó!
Agradezco tu atención al hacer precisiones a un texto que escribí con anterioridad respecto a la participación de ex becarios del Centro Chiapaneco de Escritores en el Festival Rosario Castellanos. Coloqué el nombre del Doctor Andrés Fábregas Puig, donde vos asegurás va el nombre de Javier Espinosa Mandujano como gestor de la formación del CECHE. Instituto donde vos fuiste el organizador inicial. Estas precisiones refrendan la idea que compartí con mis compas ex becarios: la necesidad de escribir la historia del Centro Chiapaneco de Escritores.
Decís que algunos de mis recuerdos son “fragmentarios e imprecisos”. Pues sí, Maestro, definiste mi memoria con exactitud. Pero no sólo es mi memoria ¡es la de Chiapas! La memoria colectiva tiene huecos que urge llenar.
Decís que “es bastante exagerado, querido Alejandro, señalar que Después de la generación del Ateneo no existe un movimiento literario tan importante como el que fundó el Instituto Chiapaneco de Cultura. El Centro fue producto de un proyecto pensado”, mientras vos, líneas antes, generosamente, escribís que la Arenilla es multileída. ¡Vos sos el exagerado!
¿Se te hace exagerado decir que El Centro fue producto de un proyecto pensado cuando vos aclarás que fuiste el encargado de organizar dicho Centro? Entiendo que Pedro negó a Cristo, pero no es sano que vos te negués. Fuiste mi maestro y reconozco que sos un hombre pensante. Insisto en lo que escribí: el CECHE fue una iniciativa con objetivos bien definidos y sustentados, no fue producto de una ocurrencia y por eso me atreví a decir que, después del Ateneo, es el movimiento literario chiapaneco más importante. Claro, ahora falta que brinquen quienes sostengan que a “La espiga amotinada” le corresponde tal honor. Ojalá brinquen críticos y estudiosos que aporten ideas a esta plática que vos pepenaste en el aire y que le hace bien a la salud mental de este Estado.
Uf, se acaba el espacio y con ello la oportunidad de seguir platicando sobre ideas que vos pusiste sobre la mesa. No puedo decir algo sobre lo que escribís acerca de que Jesús Morales Bermúdez “sin ninguna justificación (te) desplazó del Centro y se colocó él”, ni tampoco decir algo cuando expresás que “Joaquín (Vásquez Aguilar) no gozó de protección oficial y menos de aquéllos que quieren aparecer como sus amigos” porque son apreciaciones tuyas. Pero sí puedo decir algo con respecto a esto que escribiste: “Suponer que el actual Consejo Estatal para las Culturas y las Artes reviva el Centro Chiapaneco de escritores es absolutamente iluso (…) Valdría la pena, apreciado Alejandro, que revisaras la lista de los actuales coordinadores para que te enteres de su deplorable estado actual”. Lo que puedo decir, querido Maestro, es que en Chiapas existen muchísimos jóvenes y viejos con talento que bien pueden aprovecharse para beneficio de la sociedad y que siempre existe la esperanza de sembrar en terreno fértil.
Hacer una revisión de los movimientos literarios nos dará luz. Valorar con objetividad el esfuerzo de las propuestas y logros nos otorgará certezas.
Mi querido Maestro, los tiempos actuales son confusos. La sociedad necesita caminos menos pedregosos. Los intelectuales tienen la enorme responsabilidad de diseñar un proyecto lleno de luz. Por esto agradezco mucho tu texto. Ojalá sea el inicio de una revisión sustancial de la historia cultural de Chiapas. Ojalá que, sin apasionamientos desbordados, las ideas dictadas por la razón diseñen un futuro mejor. Un abrazo.
viernes, 6 de mayo de 2011
PENSAMIENTOS DE PESO, A PESO
Catorce minutos después se arrepentiría. Don Juancho caminaba detrás de Luz (no se le busque simbolismos a esto, Luz es una muchacha bonita de dieciocho años, sobrina del viejo Juancho). Ella caminaba concentrada, tal vez cuidando de no resbalarse en las banquetas de laja de Comitán, que son tan resbaladizas como el jabón o como las muchachas de dieciocho años que están tocadas por la brasa. Don Juancho apuró el paso, alcanzó a su sobrina y sólo por romper el hielo le dijo: “¡Veinte pesos por tus pensamientos!”. Luz pareció regresar quién sabe de dónde, emitió un gritito de sorpresa, tomó del brazo a su tío, se repegó y extendió la mano: “Va”.
¡Ah, don Juancho se arrepentiría catorce minutos después, pero ya lo había dicho! El Viejo, sólo por seguir la broma, metió la mano a la bolsa y sacó un billete de cincuenta (no tenía de menor denominación) y se lo dio a la muchacha: “Me debes treinta”. “Te los pago en cuanto lleguemos a casa de mamá Chona”, dijo ella, metiéndose el billete en medio del sostén y del pecho, tal como lo hacían las antiguas mercaderes. Siempre lo hace así, a sus amigos les fascina ver cómo ella arruga el billete, luego lo dobla como si fuera una palomita de papel y, con movimientos calculados, con su mano izquierda levanta el borde superior de la blusa, cierra los ojos y mete la palomita a su nido, como si se acariciara, como si su mano fuese la primera llamada-llamarada de un amante.
Don Juancho, sólo para continuar con el juego, le dijo: “Bueno, vienen tus pensamientos”, y movió la mano como si cobrara. Luz, a las once con veinte minutos de esa mañana de 4 de mayo, dijo: “Venía yo pensando en que soy una cajita y toda la gente, toda, guarda sus cosas adentro de mí. Mi mamá siempre está guardando sus frustraciones y deseos incumplidos. ¿Vos creés que insiste en que yo estudie arquitectura?, dice que si no ¡no me pagará la escuela! Pendeja, digo yo, ¿por qué voy a estudiar lo que ella no terminó? ¡Voy a estudiar cine y no me importa que ella no me mantenga! Para espantarla le digo que me voy a meter de puta para sostenerme. ¡Ah, la vieras, cambia su carota de palo de jaula de pájaro! Para no conflictuarla la abrazo y le digo que no es cierto, que voy a ser obediente y estudiaré lo que diga; ella me abraza y me besa, pero noto su temblor de que no cree lo que le digo, sabe que es sólo para tranquilizarla. Y, bueno, tío, ella sabe que voy a ser lo que se me hinche, porque me conoce. ¡Voy a estudiar cine y voy a ser una directora tan fregona como el más fregón de los directores del cine, no mexicano, no, estos son maletas, voy a ser tan fregona como Visconti o como Fellini! He visto a mis compañeros de la prepa cómo me miran cuando me meto el dinero en el pecho, varios me dicen: “¡Quién fuera esa mano!”, y yo les digo: “¡Órale!, pero sé un billete de quinientos”, y varios, de puro juego, así como vos de juego me ofreciste veinte pesos por mis pensamientos, meten la mano a la bolsa y sacan el billete arrugado y yo juego a que es cierto, y a la hora que, temblorosos, llenos de sudor, arrugan el papel y lo doblan para metérmelo, yo río y me alejo. Los dejo con sus caras de calenturientos, los dejo más calientes, con la misma cara que me ponen todos los hombres cuando me acerco y me compongo el cabello, como si fuera yo Marilyn Monroe. Los hombres son unos niños, igual que mi mamá es una niña caprichuda y temerosa. Dejaré que los hombres, con billetes de quinientos o de mil, pongan sus asquerosas manos sobre mis pechos. Ah, tío, pero quitá esa cara, ¡no es cierto, no es cierto, todo es un choro! Uf, tenés la misma cara de mi mamá, la misma que ponen estos bueyes cuando juego con ellos”.
Luz terminó de decir esto a las once con treinta y cuatro y ya don Juancho tenía una cara de arrepentimiento.
miércoles, 4 de mayo de 2011
REENCUENTRO
Con un abrazo para mis amigos Guillermo del Castillo y Carlitos Rojas,
con mis mejores deseos por sus cumpleaños; y un abrazo respetuoso
a la familia Aranda por la ausencia física de doña Carmen Aranda León.
Ex becarios del Centro Chiapaneco de Escritores nos reuniremos mañana en Comitán. Nos convoca el afecto y la flama de la palabra. El feliz pretexto es la figura de Rosario Castellanos, en el Festival que se realiza en su nombre.
Como si fuésemos OV7 tendremos un reencuentro, un espacio dentro de la burbuja inclemente del tiempo. Acudiremos como luciérnagas al fogón donde revolotea la oscuridad y el silencio. Antes del Origen, cuando todo era La Gran Nada, antes de ese tiempo ya existía el Verbo, brasa que hoy sigue alimentando la esperanza del hombre.
Es bueno que, en estos tiempos de dudas y pesadumbres, los hombres se reúnan en torno a la fogata y tejan la palabra. Es bueno que los hombres se sigan reuniendo debajo de la sombra del ahuehuete y cuenten cuentos o toquen la cítara o dancen como si fuesen hojas en vuelo o hagan buches con el agua limpia de la poesía.
La palabra es lo único que los poderosos no pueden arrebatarnos, no pueden hacerlo porque a pesar de que quieran ponernos esparadrapos en la boca nos queda el recurso Divino del rezo, del grito y de la oración pronunciada en voz baja.
Todo será como un mínimo homenaje para Andrés Fábregas Puig, creador del Centro. Después de la generación del Ateneo no existe un movimiento literario tan importante como el que fundó el Instituto Chiapaneco de Cultura. El Centro fue producto de un proyecto pensado. Los ex becarios recibimos la asesoría de importantes escritores y estudiosos del lenguaje; asimismo tuvimos multiplicidad de talleres con especialistas de la literatura y realizamos viajes para comprender que, como decía Jesús Morales Bermúdez, “el oficio del escritor demanda un compromiso de veinticuatro horas al día”.
Hace tiempo escribí que los ex becarios, todos, seguimos en el ajo de la creación. Unos más y otros menos, pero todos andamos en la pepena de la luz. El Centro nos proveyó la red para atrapar los peces. Algunos se han atrevido ir a mar abierto; otros, más temerosos, lanzamos la red desde la orilla. Pero todos, todos, cada mañana, revisamos la red y remendamos el hueco por donde puede escaparse la luminosidad que pescamos.
Hoy, Coneculta Chiapas (organismo que sustituyó al Instituto) carece de un proyecto de creación literaria similar. Sería bueno que la Directora actual, a pesar de que ya le queda poco tiempo al frente de la institución, diseñara un proyecto semejante. El Centro Chiapaneco de Escritores tuvo su inspiración en el Centro Mexicano de Escritores y ambas instancias justificaron con creces las bondades de su creación. Los escritores se hacen a través de la disciplina, del estudio y de la inspiración. El CECHE, aliado de los más altos valores, fue el viento para las velas de nuestras embarcaciones. Fue un viento amable, comprometido y generoso.
Nos reuniremos y será una manera de recordar, como sugirió Miguel Ángel Godínez, a Manuel Cañas, poeta ya fallecido y que también fue becario del Centro Chiapaneco de Escritores.
Nos reuniremos mañana y todo será para decir que en Chiapas existe una generación que, como Rosario Castellanos, cree que es posible “otro modo de ser”.
Nos reuniremos: Uvel Vásquez, Miguel Ángel Godínez, Rubén De Leo, Yolanda Gómez Fuentes, Carlos Gutiérrez Alfonzo, Gabriel Hernández, Marco Fonz, Mario Nandayapa, Gustavo Ruiz Pascacio y el Arenillero.
Nos reuniremos en tiempos de desasosiego, porque la flama del Verbo es el mejor camino para sembrar un poco de luz y de esperanza en nuestros espíritus.
Hago votos porque la presencia de mis talentosos amigos poetas y narradores del CECHE toque el corazón de dos o tres jóvenes comitecos y éstos se conviertan en seguidores de la palabra. ¿Rosario? ¡Rosario es el feliz pretexto!
lunes, 2 de mayo de 2011
EL “MAL” DE REYLI
Morgan insistía en que tomara una cerveza. No, Morgan, no, ya no bebo alcohol, dije. ¡Una, una, como si fuera tu primera vez, viejo! Pidió dos, colocó una botella delante de mí y dijo: A ver si resistís la tentación. Resistí la tentación y cuando él acabó su cerveza tomó la mía y dijo: ¡Va, por los que nunca se atreven a vivir!
Morgan escribe, tiene cuatro libros de cuentos inéditos y dos poemarios (sí, sí, también inéditos) y lo más simpático es que dice tener “dos novelas completitas… en la cabeza. Nada más están en espera de que las escriba”.
Cuando pidió otras dos cervezas, emocionado por el disco de marimba que oíamos, dijo: “Estoy procurando que me dé el mal de Reyli”. Coloqué mis codos sobre la mesa y me acerqué sabiendo que haría una declaración importante. “El Reyli hizo un dueto con Bosé y otro con Miguel Ríos. ¿Sabés lo que es hacer un dueto con Miguel Ríos?”. Asentí, sin saber bien a bien qué es hacer un dueto con Ríos o con lagos o con mares, pero intuí el privilegio del cantante chiapaneco al cantar al lado del creador de esa maravillosa canción que se llama “Santa Lucía”. ¡Claro, a eso me refiero!, dijo y explicó.
Cuando comenzó a decirlo estuve a punto de tomar un sorbo de cerveza para mitigar el buche de risa porque se me hizo una idea alocada, pero luego la fui consintiendo. Era, en efecto, una idea loca, pero ¡una gran locura! Se trata de trasladar el “mal” de Reyli a la literatura. Morgan dice que ya comenzó a buscar las direcciones de Gustavo Ruiz Pascasio, Efraín Bartolomé, Eraclio Zepeda, Arcadio Acevedo, Roberto Rico, Jesús Morales Bermúdez, Marirrós Bonifaz, Óscar Wong, Yolanda Gómez Fuentes y Carlos Gutiérrez Alfonzo, para invitarlos a hacer un libro con “duetos”. Dice que la idea le brotó desde hace mucho tiempo y comenzó a ver la posibilidad de hacerlo. Habló con Jaime Sabines, con Quincho Vásquez y con Enoch Cancino Casahonda: “todos me dijeron que sí, que con mucho gusto, pero yo, de pendejo, por andar buscando el apoyo del Óscar Oliva -que en ese tiempo era el director de Coneculta- perdí la oportunidad. El Oliva no me ayudó, tal vez celoso porque a él no lo invité. Cuando me decidí a hacer una edición de autor ¡ya se habían muerto!”
Pero, dije. Nada de peros, Alejandro, dijo él, ya sé qué me vas a decir. No, ¡naranjas de Chicomuselo! Es posible, ¡claro que es posible! Con don Jaime, incluso, habíamos echado al volado quién escribía el primer verso, ¡él me ganó! Don Enoch, ya mirás que era muy decente, me dijo: “Mirá Morguita, así me decía, vos escribí tu poema completo y dejame los renglones intermedios para que yo los vaya rellenando”, ¿mirás qué decencia?
Me quedé callado. Ya se había refinado la octava cerveza y andaba pidiendo las camineras. Los envases de las botellas vacías ocupaban buena parte de un extremo de la mesa y yo había colocado mis manos sobre mis rodillas y seguía, ¡maravillado!, oyendo esa locura.
Una vez, con un afecto, escribí un soneto (¡pucha!) al alimón, como un mero juego. Luego resultó que hicieron una antología de poesía comiteca y ¡apareció publicado el famoso sonetito! Mi afecto me escribió y me dijo que, a la vuelta de los años, se le había hecho muy menor el textillo. ¿Y luego, qué esperaba? ¡Todo había sido un juego! Mi compa Morga lo mira así, pero no sé qué vaya a decir Efraín Bartolomé, por ejemplo, cuando se le aparezca el Morguita y le diga: Don Efra, ¿nos echamos un dueto poético? Capaz que don Efra oye “duelo poético” y al Morgan le avienta un Ojo de Jaguar para que se lo trague completo.
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