martes, 28 de junio de 2011
LUZ PARA SIEMPRE
Dedico este textillo a Ana Sofía, una niña que
me da su bendición siempre que me encuentra.
“Angelito te regaló una Arenilla”, me dijo Paty. Le dije que no, Angelito me regaló un instante para siempre. Yo estaba en la oficina, atendiendo a una persona, cuando una carita se asomó en la puerta. ¡Un niño bellísimo me sonreía! (¡Dios mío, a mí, que tengo cara de periódico arrugado!). “Hola”, le dije, él entró y dijo: “Mira, es el carro de la basura”. Tenía un carro tanque de plástico en la mano y me lo enseñaba. Estaba a punto de decirle que era un carro de guerra, cuando caí en la cuenta de que él realizaba el máximo prodigio de la vida: ¡transformar las esencias! Yo estaba mal, todo el mundo estaba mal, ¡ese carro era el de la basura! “Señor, ¿jugamos?”, me dijo. La persona que estaba conmigo se paró, tomó su portafolio y dijo algo como: está bien, en eso quedamos (¡quién sabe en qué habíamos quedado!). Me hinqué y recibí el carro que dio cuerda desde el otro extremo de la oficina. ¡Los dos nos sentimos tan a gusto en el suelo, el territorio natural de los niños!
Ángel se apareció por ahí, porque la abuela llegó a hablar con el Director de la escuela. Mientras la señora arreglaba su asunto, la hija y el nieto se sentaron en el lobby. De ahí brotó su luz. A la hora que la abuela terminó, la mamá de Ángel se asomó y dijo: “Vámonos ya, Ángel, dale la mano al señor”. En ese momento supe que se llamaba así. Yo no quería que se fuera. ¡Estábamos jugando tan a gusto!
Angelito entró como entran los pajaritos a los cuartos de las casas. A veces, un pajarito entra de improviso, juguetea, se encarama al dosel de una ventana y luego se aleja.
Paty tiene razón en parte, hubo un tiempo en que vivía para escribir. Estaba en una ciudad de visita y, en lugar de vivirla, colectaba datos e impresiones para luego volcarlos al papel. Un poco como lo que hacen algunos turistas que, en lugar de vivir, toman fotos y fotos. Cuando los turistas regresan a su casa se dedican a recordar el viaje a través de las fotos. Hoy, ya no tomo datos, ya no tomo fotos. Todos los instantes y los paisajes los embarro en mi corazón. Así lo hacía cuando niño. Ángel llegó y jugó. Seguro estoy que ahora mismo ya no recuerda “al señor”. No tiene por qué, la misión de los ángeles es, simplemente, llenar de luz a algunos elegidos. Ese día, Dios me consintió y me mandó a una de sus criaturas más hermosas.
Mientras estuve en el suelo, jugando carritos, colocándole los brazos al muñeco, ¡me sentí muy bien! Los niños juegan con el agua sin pensar en embotellarla para venderla; juegan con la tierra sin hacer mediciones para construir condominios; juegan con las nubes y visitan planetas donde hay rosas, sin necesidad de consultar con la NASA (¿verdad que sí, querido Principito?). ¡Ah, el viento de los niños es el viento más sublime! No sé en qué momento los adultos echamos a perder a los niños. Hay un instante en que la cuerda de la inocencia se atora y se convierte en nudo. Ese instante ingrato nos tuerce para siempre. A partir de ahí, la vida no será más que un continuo tratar de desamarrar ese nudo. Pero, ya ustedes lo saben, lo único que logramos es hacerlo nudo ciego. Y así, ciegos, tatarateros, caminamos todos los caminos.
No faltará el adulto que diga que este texto es un absurdo; no faltará quien reclame destinar este espacio a asuntos más urgentes como la inseguridad y la violencia. Pero sé que algún lector invocará la figura de un angelito, de alguien que asome su carita por encima del escritorio y diga: “¿Jugamos, señor?”. Sería maravilloso, entonces, que este papel periódico sirva para algo bueno, cuando menos una vez en su vida: ¡para hacer barquitos de papel y jugar a los piratas sobre el suelo! Gracias, Dios, por tocarme con la luz más tenue.
domingo, 26 de junio de 2011
CIELOS EN 3D
“Mira, tío”, Alicia señaló orgullosa. El gran domo de fierro y láminas cubría el patio de su escuela, ¡de mi escuela! De niño yo también estudié ahí, por lo que es un poco como mi casa. “¡Qué bonito!”, le dije, pero le mentí.
El otro día subí a la azotea de la casa de un afecto y vi los techos de Comitán. ¡Ah, qué pena, cómo ha cambiado la armonía! Ahora abundan los tinacos rotoplas y el desorden de las casas con dos o tres pisos. Los techos de teja, poco a poco van desapareciendo. Mis amigos arquitectos comentan que los techos de teja significan un problema serio por las filtraciones de agua, pero he visto cómo otros han logrado aliar ambos conceptos y construyen con elementos contemporáneos sin apartar la teja.
“Y en medio de nosotros mi madre como un Dios”. Igual que en el verso de Manuel Acuña, así aparecen los patios techados de las escuelas. Entiendo que las Sociedades de Padres de Familia, cuando se topan con el gobernador o con el presidente municipal solicitan techos para los patios de las escuelas de sus hijos, para que éstos puedan jugar a la hora que hace mucho Sol o a la hora en que llueve, pero estas estructuras son para el ojo y para el corazón como topes en la carretera. Mis compañeritos y yo, al estudiar la primaria, jamás nos topamos con una barrera cuando, a mitad del patio, miramos el cielo. ¿Qué ve, ahora, Alicia? ¿Qué sustancia se unta en el corazón? Los cielos enmarcados de los patios huelen a posibilidad. El hombre que ve el cielo a través de un espacio delimitado sabe que es posible adueñarse de fragmentos del universo. No es lo mismo pararse a mitad de una plaza o en pleno campo que pararse a mitad del patio de una casa solariega o, sobre todo, a mitad del patio de una escuela. Yo nunca he sido de experiencias lúdicas, fui un niño apocado y tímido, por lo que cuando comenzaba a llover corría a guarecerme debajo de los corredores, pero desde ahí veía cómo mis compañeros alzaban los brazos, corrían y chapoteaban hasta terminar empapados como si hubiesen tenido la experiencia sensual más apasionante. Me encantaba mirar a mis compañeritas, a Lupita sobre todo, con el cabello y la ropa mojados. Como si fuesen una tierra fértil, algo como una flor maravillosa crecía en ellas. Era la flor, ahora lo sé, de la inocencia. Sus caritas tomaban una luz diferente, era como si la luz de “arriba” bajara y las poseyera, se convertían en sustancia Divina. Ahora, Alicia, sigue jugando y no se moja, ya no le da el Sol, ya no mira esos cielos enmarcados.
Parece que el mundo de estos tiempos ha ganado en techos, pero ha perdido en sensibilidad. Ahora, ya no miramos tan seguido al cielo, como que no nos hace falta, pensamos. Nos pasamos muchas horas encerrados entre cuatro paredes viendo una pantalla. ¡Dios mío! Cuando llega el fin de semana (para distraernos, para relajarnos, para quitarnos el estrés) subimos al auto, vamos a la plaza y entramos al cine donde vemos, a través de unos lentes especiales, películas en 3D. ¡Pobres de nosotros! No nos hemos dado cuenta que, a toda hora, llevamos lentes invisibles que nos impiden ver el mundo en toda su magnificencia. Estos tiempos son tiempos de muchos techos y de muchos muros. Hemos cerrado muchas ventanas y hemos cubierto muchos cielos. Las casas de antes, donde crecimos los niños al amparo de la luz, ahora han sido rentadas para restaurantes y centros comerciales. Sus patios luminosos, de inmediato, han sido techados con domos de acrílico y podemos, tranquilamente, tomar un café o una cerveza sin mojarnos a la hora de una lluvia inclemente. “¡Qué cómodos son estos tiempos, qué bellos!”, le digo a Alicia, pero le miento. Yo, disculpen ustedes, extraño mucho mis cielos recortados desde los patios de las casas con corredores y desde el patio de mi escuela primaria. Los extraño. Mucho.
viernes, 24 de junio de 2011
EL HOMBRE QUE TROPEZÓ DOS VECES CON LA MISMA PIEDRA DEL CIELO
Y si fueras un gran actor ¿por quién te gustaría ser dirigido en una película? ¿Woody Allen o Martin Scorsese? Y si fueras personaje de novela ¿por quién te gustaría ser inventado? ¿Carlos Fuentes o Mario Vargas Llosa?
Los entrevistados de Hernán Becerra Pino deben sentir un poco el agua de esta lluvia. El periodista llega con sus entrevistados con el aval de dos premios nacionales, precisamente en el género de entrevista. ¿Entonces Hernán es como la última coca cola en el desierto? No debe ser tanto, pero sí es un hombre que lleva en su alforja una bitácora llena de nombres y testimonios notables. Su larga carrera en el periodismo le permite hablar de cien lugares del mundo y de mil personajes.
¿Cuál es la principal virtud de Hernán? Tal vez la respuesta está en la huella de su libro más reciente: “Chiapas entrevistado”. ¿Qué sustancia hace la diferencia entre una entrevista u otra? ¿Por qué un ser humano se atreve a hablar como si estuviese en un confesionario, a sabiendas de que el entrevistador jamás guardará el secreto de confesión? Cuando el entrevistador logra la entrevista no se conforma con compartir el chisme con el vecino o con el carnicero a la hora de comprar el retazo con hueso, corre a publicar el secreto para que éste vuele por mil cielos.
Se sabe que las cosas íntimas sólo se comparten con los íntimos. ¿Cómo Hernán logra derribar muros y penetrar en la intimidad de sus entrevistados? Sin ser íntimo de Hernán me atrevo a sugerir que su principal virtud (principal defecto, al mismo tiempo) es su terquedad. ¿Ustedes conocen al cuicuil? ¿No? El cuicuil es un animalito que está friegue y friegue a la ladilla. Hernán tiene un mucho de esos hombres agua que están jode y jode a la piedra hasta que ésta comienza a agrietarse. ¡No de otra manera puede conseguirse una entrevista con los grandes personajes que Hernán ha logrado entrevistar! Imagino, sólo imagino, que Hernán es experto en el arte de la seducción y en el arte de la guerra. Posee las herramientas que nos legaron Don Juan y Sun Tzu. En sus manos está el secreto de la llave que abre candados y corazones. No sé cómo Hernán logra ir quitando las vestiduras, algunas de fierro, otras de seda, hasta que su entrevistado se encuentra desnudo sin pena, porque, a semejanza de aquel cuento infantil del Rey y el traje invisible, Hernán promete luz y brillo. Su mayor virtud es su terquedad, ser, lo que en Comitán, llamamos “un metidito”. Ya lo dije, en esta virtud está enredado su máximo defecto. Hernán no cae bien a todos, la monedita que lleva entre las manos no es de oro. Lo que sus detractores no saben es que mucha gente, en Chiapas y en otras partes de la república, plantea la interrogante: si fueras un personaje importante ¿por quién te gustaría ser entrevistado? ¿Elena Poniatowska o Hernán Becerra Pino?
Hernán presentó hace años el libro “México entrevistado”, hoy, para fortuna del estado, presenta “Chiapas entrevistado”, que es un poco decir que Chiapas está hecho no sólo de sus ríos, sus montañas, sus pueblos, sus textiles, su comida y sus cielos azules limpísimos. Chiapas también está hecho de sus palabras, de las palabras que a diario caminan por sus plazas, por sus templos, sus mercados y sus confesionarios. Y si en este libro hay personajes importantes puede ser que no lo sean tanto por su peso específico sino porque, alguna tarde, en alguna sala, fueron entrevistados por Hernán. Ser distinguido con el Premio Nacional de Periodismo es una distinción que a pocos les es conferido; ser distinguido en dos ocasiones con el mismo premio ¡es un acto imposible de repetir en el mismo siglo! ¿A poco don Mario Vargas Llosa tiene posibilidad de ser nombrado Premio Nobel de Literatura por segunda ocasión? ¿Qué prodigio hizo que Hernán lograra dos veces la misma distinción? No lo sé, pero creo que es por esa virtud y defecto que posee: es metidito, metidito y terco ¡como él solo!
(Hernán Becerra Pino presentó su libro: "Chiapas entrevistado", el jueves 23 de junio de 2011, en la Casa Museo Dr. Belisario Domínguez, de Comitán. La Sala estuvo llena y fue acompañado por poetas y escritores como Mario Nandayapa, Hernán León y María Antonieta Alvarado de Utrilla).
miércoles, 22 de junio de 2011
EL UNIVERSO DE LA VUELTA DE LA ESQUINA
Verito llegó a la Firma de Autógrafos. Llegó acompañada por su mamá. ¡Son tan parecidas que parecen hermanas!, es el comentario que se escucha con frecuencia cuando caminan por las calles de Comitán. Ambas tienen el cabello ondulado. A la hora que firmé el libro, dos pajaritos se posaron sobre una antena de televisión. Verito me preguntó: “¿En qué te inspiraste para escribir este libro?”. Dejé de ver la antena y le dije que ella era el motivo de mi inspiración. Se sonrojó tantito, pero se recuperó cuando expliqué que el hombre y su entorno son el motivo de mi creación. Y puse un ejemplo: a la hora que tu mami y vos entraron, el hombre de la mesa del rincón se sorprendió y pensó “¡son tan iguales!”. Pero un instante después su asombro creció pues vio entrar a una pareja idéntica con vestidos idénticos y bolsos del mismo color. La pareja se sentó y llamó al mesero. Ambos corrieron a atender a la pareja (y digo ambos porque no fue un solo mesero, sino dos, ¡idénticos!, los que entregaron la carta con el menú). El hombre, entonces, dejó el libro que leía y observó con detenimiento: todas las mesas estaban ocupadas por parejas semejantes, casi idénticas. Era como si todo mundo tuviera un clon.
Una pareja que estaba justo frente a nosotros miró a los pajaritos posados en la antena. La muchacha (muy bonita, con nariz respingada y unas extensiones de cabello que le daban un aire de mujer fatal) preguntó: “¿En qué pensarán los pajaritos?”, y el muchacho -con playera negra y manos grandes- respondió sin pensarlo dos veces: “En por qué los hombres les dicen pajaritos a sus penes”. Ambos rieron.
¿Los pajaritos siempre se posan en pareja sobre las antenas obsoletas de televisión? El hombre, después de su asombro, entró a una etapa de discernimiento y confusión mental: ¿Por qué, esa tarde, en el restaurante Café, canela y candela, todo mundo tenía su clon? Se paró y fue a la entrada para observar la calle, luego fue al parque de San Sebastián, después entró al templo y constató lo que había intuido ¡todo mundo tenía un doble exacto! Sólo él, aparentemente, andaba sin su doble, pero nadie lo había notado. Pensó entonces, ¡eureka!, que eso demostraba su teoría de la existencia de un universo alterno, idéntico a éste. Por alguna razón, aún no resuelta, esa tarde, el universo, llamémosle B, había sufrido una fractura y los habitantes de ese universo se habían colado a nuestro universo A. Regresó al restaurante y pidió un poco de alpiste al mesero (ya se sabe, ambos corrieron a atenderlo). Los meseros sonrieron pero entraron a la cocina y salieron con platitos llenos de alpiste (¡qué gustos tan raros!, pensaron y anotaron en la comanda: “dos órdenes de alpiste con guarnición de pepinos”). El hombre tomó uno de los platos y regó el alpiste sobre el patio, al lado del árbol lleno de orquídeas. Los pajaritos que estaban sobre la antena dejaron de mover la cabeza de un lado para otro y parecieron concentrarse en el alimento sobre el suelo. Volaron. Se posaron sobre el árbol y coquetearon con el alpiste. Uno de ellos se aventuró, aleteó, y comenzó a picotear, como si quisiera abrir pequeños huecos sobre el ladrillo. El hombre tomó su suéter y lo aventó sobre el ave. El otro pajarito se espantó y voló a la antena. El hombre, con premura, se agachó y tomó el suéter, buscó y halló al pajarito. Temblaba. El hombre lo tomó entre sus manos y lo vio con detenimiento. “¡Oh, Dios mío! -pensó-, ¿este pajarito corresponde al otro universo o es de éste?” ¿Cómo saberlo? Apretó tantito sus manos y sintió que el universo A comenzaba a contraerse. Como si fuese una burbuja, el aire del patio del restaurante empezó a volverse una materia asfixiante. Los comensales se desabotonaron las blusas y las camisas, se aflojaron los cinturones, se quitaron los zapatos, las medias y los calcetines. Hacía falta aire. El hombre dejó de presionar al pajarito y todo volvió a expandirse. Supo entonces que el otro pajarito, el que estaba sobre la antena era el del universo B. ¿Cómo atraparlo? ¿Cómo regresarlo a su espacio original? Tal vez, pensó el hombre, cuando alguien desaparece de este universo nuestro de todos los días no hace más que entrar al universo alterno, el B. ¿O existe también el C, el D…? El hombre jugó, volvió a apretar tantito el cuello del pajarito y vio cómo los hombres y mujeres que estaban en el café seguían quitándose las demás prendas, los pantalones, los brasieres, las camisetas y las tangas de hilo dental. El pajarito aleteaba, su temblor era el mismo temblor del Big Bang.
“Así ocurre esta vaina de la llamada inspiración”, le dije a Verito, le entregué su libro y antes de que se retirara, al lado de su mami, le dije: “ahora sabés por qué pensé en vos al escribir este libro y lo seguiré haciendo cada vez que escriba un libro, cada vez que pinte un cuadro, cada vez que juegue a inventar universos ondulados.”
lunes, 20 de junio de 2011
CARTA A MARIANA, DONDE SE CUENTA CÓMO UN LIBRO NO HACE VERANO
(Modelo: Cielo Angélica Méndez Pinto).
Querida Mariana, ahora a vos te toca decirme ¿cómo lo viste? Yo, simplemente, digo: ¡gracias, por acompañarme en la firma de autógrafos! Tu complicidad me da luz. Como vos lo recordás a cada rato: “La juventud sólo se da por contagio”, según maese Sabines. Es gratificante y un poco inexplicable saber que vos concedés tiempo y alegría a este viejo que soy; debe ser porque tu generosidad natural te impele a hacer labor en asilos. Ahora me explico por qué siempre decís que te gustan más los árboles añosos del parque de San Sebastián que los renuevos.
¿Y después de la firma, qué? ¡Nada! Sólo el recuerdo de haber generado un acto inédito en el pueblo. Acá, como en muchas partes del mundo hispano, acostumbramos las presentaciones de libros. Se corren las invitaciones con anticipación y el día señalado el autor recibe con alegría a los presentadores. La sala o auditorio (en caso de ser optimista) están recién trapeados. El autor se esfuerza en mantener su mejor sonrisa, pero una mueca casi imperceptible denota su preocupación: “¿Llegará el presidente municipal o, cuando menos, enviará un representante? ¡Ya son las siete y diez y apenas hay veintidós invitados y uno de ellos ya mira su reloj con premura!”. Por lo regular, las salas no se llenan; algunos invitados, en lugar de estar atentos a las palabras de los presentadores, envían mensajes en sus celulares o critican el vestido rojo de la fulanita. Por lo regular, los presentadores se vacían en elogios para el autor (no puede ser de otra manera). Asimismo, medio mundo espera ansioso el término del acto para degustar el vino de honor (¡ah, cuánto chalequero!). A esto, mi querida Mariana, estamos acostumbrados; a que al día siguiente aparezcamos en las notas de “Sociales” de los periódicos de la localidad, como si fuésemos quinceañeras o participantes del Miss Mundo.
Pero el viernes no hubo algo de esto. Fuimos al Restaurante Café, canela y candela y de once de la mañana a una de la tarde, y de cinco de la tarde a siete de la noche (según la invitación general) esperamos a los lectores. Todo fue una fiesta, gracias a vos y a los cuatro amigos que se presentaron durante la mañana. Un poco como para no dejarme solo frente al paredón de fusilamiento, vos, Felipe y la Güera me acompañaron toda la jornada. Paty me había recomendado que no me frustrara si no llegaban amigos y lectores. Le dije que no. Sé que un libro no es un partido de fútbol. Pero, ¡vos lo viste!, en la tarde, como si fuera un viñedo, los amigos se dejaron llegar por racimos. ¡Se volvió una gran fiesta! Los amigos y lectores me solicitaban el autógrafo y, tal como lo dije, me sentí como Ricky Martín (claro, no faltó el compa que me dijo: “¡Pucha, tené cuidado, no te vaya a gustar y vayás a terminar siendo gay!”. Ya mirás cómo son de chanceros en el pueblo). Vos lo viste, fueron tantos amigos generosos que, contra mi costumbre y contra lo programado, debimos quedarnos hasta las ocho y media de la noche. Quien quiso mandó mensajes o habló por su celular o tomó un café o gritó o rió ante una anécdota divertida o miró las plantas del jardín o miró cómo yo dibujaba los libros especiales (los de trescientos pesos). ¡Ah, qué disfrute! Todo mundo evitó el palabrerío y el sahumerio del autor en turno, por parte de los presentadores. Pero, bueno, como dije al principio, ahora a vos toca decir ¿cómo lo viste? ¿Estuviste contenta? ¿Algo aportó a tu corazón?
Pd. ¿Y después de la firma, qué? ¡Nada! Aspiro a que un lector (uno, no más) sea tocado por una línea de mi librincillo (una, ¡no más!). Y esto ya lo tengo ganado, porque sé que vos (me lo dijiste) ya fuiste tocada, y aunque tu mamá se enojaría al saber que fuiste tocada por mí, yo, ¡iluminado!, doy gracias a Dios por tu río afectuoso. Si Sabines tiene razón, la alegría también sólo se adquiere por contagio, dejame decirte entonces que el día de hoy ¡estoy contagiado gracias a tus ramas y a tus nubes!
viernes, 17 de junio de 2011
RÍOS DE AIRE
A veces divido el mundo en dos. Ayer lo dividí en: mujeres que son como La Nada, y mujeres que son como El Todo.
La mujer Nada es la más sencilla del mundo, es cordel del viento enredado en la brizna más sublime. La humanidad, desde siempre, la ha convertido en objeto de su burla: “¿Ella nada? ¡Nada, nada!”. Mas, detrás de esa ronda de circo ¡está la sabiduría! De su ventrículo izquierdo proviene el corazón del hombre. ¿De dónde el origen de la vida si no de esa sustancia íntima que lleva en su mirada? De La Nada ¡todo!, y con El Todo ¡Nada!
Es el aro que circunda al universo, la liga que se distiende al infinito. Por esto, el hombre que la seduce es un hombre bendito por la mano de Dios.
Nunca falta el hombre que la desconoce. Se sabe que los hombres (¡ah, ignorantes!) siempre quieren el Todo. Nunca, nunca, se conforman con menos. Si alguien les cede la mano, ellos, voraces, quieren tatuar su nombre en las nalgas y en el cuello. Los hombres (¡ah, ciegos!) no advierten que La Nada ¡es Todo! ¿De qué está lleno el universo? ¿No es el aire la esencia más soberana?
Mi abuelo Enrique contaba su experiencia con una mujer que él llamaba la mujer más bella que jamás había visto. Sentado en la orilla de un río, allá en Acapetahua, vio a una mujer deslumbrante: falda de algodón a mitad del muslo y blusa con un escote que dejaba ver la mitad superior de sus pechos llenos de sudor La sombra de ella era casi imperceptible porque era la hora sagrada del mediodía. Su flama era tan intensa que mi abuelo, como si viese al Sol de frente, desvió la mirada. Se concentró en el movimiento del agua. La mujer caminaba al ritmo del río, en la misma dirección, pero cuando pasó frente al abuelo ¡la imagen reflejada se congeló en la piel transparente del río! Mientras el agua y las nubes fluían ¡la mujer permanecía suspendida! Mi abuelo contaba que fue un instante apenas, porque al otro segundo el Sol se había ocultado. Lo contaba con una emoción en sus labios y en sus manos, con un leve temblor en su vientre. “¡Fue como si Dios se hubiera sentado en medio de todo!”, decía y secaba sus manos sobre su pantalón de mezclilla. “Como si una burbuja llena de nada abriera el mar del universo”, continuaba. Y yo, haciendo dibujos en la arena, pensaba que mi abuelo había visto a una mujer Nada. El brillo de sus ojos así lo atestiguaba.
Benditos los hombres que tienen a su lado a una mujer Nada y saben reconocer que en sus manos está la luz del canto del cenzontle.
A veces divido el mundo en dos. Mañana lo dividiré en: mujeres que tienen hilos de luz en sus manos, y mujeres que los bordan en el fogón de su vientre.
miércoles, 15 de junio de 2011
EN BUSCA DEL TERRITORIO EXTRAVIADO
“¿Qué es lo que más te gusta en la vida?”, preguntó mi compadre Abenamar a Arcadia, su hijita de siete años, “Mirar las sábanas asoleándose”, respondió.
El pasado 8 de febrero, cumpleaños de la abuela de Arcadia, la niña le dijo: “Abue, abue, ¿te canto las mañanitas?”. Doña Robusta, que le hace honor a su nombre, dijo que sí, se sentó en su “butac” y, con una sonrisa de tapir disecado, miró a su nietecita y esperó. La niña subió a una silla de madera, abrió sus brazos como si entregara un regalo y cantó: “Qué linda está la marrana, que yo vengo a saludarla…”. El rostro de la doña tomó el color de la brasa del fogón y si no golpeó a la niña es porque ésta brincó y desde la puerta le dijo: “Es broma, abue, es broma. Felicidades” y desapareció.
“¿Por qué le pusiste el nombre de Arcadia?”, le pregunté a Abenamar un día que, en el patio de su casa, hacía injertos a arbolitos de limón. “Por mi viejo, compa. Todas las tardes se sentaba debajo de este árbol y me contaba de una tierra maravillosa, llamada Arcadia. Decía que ahí todas las cosas eran de todos y nadie trabajaba. Que todo se daba de manera natural. ¿Y dónde está esa tierra maravillosa?, le preguntaba, y él sacaba un mapa ajado de la bolsa de su pantalón, lo extendía sobre el suelo y señalaba: ¡acá está! ¿Y está muy lejos?, decía yo. No, no, decía él. Muy pronto iremos allá. ¿Y dónde vamos a vivir?, preguntaba mi mamá, ¿en qué vas a trabajar? ¡No te digo que todo es gratis! Allá hay casas para todos. Las vacas y las cabras están en los patios y cuando una familia llega, todo el mundo le da la bienvenida y el jefe de familia puede escoger la casa que quiera y los animales que quiera. ¡Te digo que todo es de todos! Podés agarrar una cubeta y sentarte a ordeñar la vaca del vecino y nadie dice nada. Era un choro mareador que siempre nos echaba. Cuando le pedía algo para la escuela él me decía que no podía comprarlo porque estaba ahorrando para llevarnos a Arcadia. Mis zapatos y mis pantalones siempre tenían hoyos y mi mamá tenía que lavar ajeno para que más o menos comiéramos. A veces, mi hermana y yo nos acostábamos con la panza vacía”.
¡Ah, ya entiendo, compadre!, dije. “No, no -dijo Abenamar-, no entendés. El día que nació mi hijita la envolví en unos trapitos blancos de algodón, crucé el patio lleno de sol y caminé hasta este árbol. Mirá, le dije, acá está tu nieta. Se llamará Arcadia. Abrazala. Mi viejo se quitó el sombrero y con las manos temblorosas la abrazó. Ahí los dejé a los dos. Entré a su cuarto y quebré el cochinito que estaba bien pesado. Repartí el dinero en cuatro partes: una para mi mamá, otra para mi hermana, una para mí y otra para el viejo. Cuando le di su parte, me dijo: que sea para Arcadia. Me presentó a mi hija y yo la abracé. El viejo volvió a ponerse el sombrero y cerró los ojos. Ahora sí ya entendés”.
La otra tarde llegué a la casa y en cuanto Arcadia me vio corrió a abrazarme. Yo la cargué, le di vueltas como si ella fuera una sábana; como si estuviera sobre un tendedero y el viento la alargara en el aire; como si su risa fuera ese estirarse de tripa contenta de gato.
Luego, acezantes los dos, nos sentamos en la barda del corredor y vimos el tendedero. Las camisas recién lavadas se movían impulsadas por el viento. La tarde era como una rebanada de sandía. Hubo un instante en que presentí una camisa como la de un fantasma porque parecía a punto de levantar el vuelo; pero sucedió lo contrario: el lazo podrido cedió y toda la ropa se llenó de tierra. Arcadia rió. Doña Robusta salió de la cocina y, con el paso veloz de una gansa, se apresuró a levantar la ropa, pero lo hizo de manera tan atolondrada que resbaló y quedó hincada. Arcadia no podía más, se llevó las manos a su estómago y somató sus piecitos sobre el suelo. Su risa se oía a dos cuadras y el par de guajolotes le hacía coro.
A partir de hoy, digo que a mí también me gusta ver cómo se asolean las sábanas. ¡Es muy divertido!
lunes, 13 de junio de 2011
¡NI CHUCHOS, NI DESHONESTOS!
¡Algún día tendremos que cambiar! Buen principio será erradicar paradigmas equivocados. En Comitán es costumbre decir: “¡Que robe, pero que no sea tan chucho!”, acerca del manejo deshonesto de algún político (imagino que este dicho lo dicen en todo el país, con variantes dialectales). Esto es un error del pueblo, porque consentimos que los políticos sean deshonestos, cuando debe ser todo lo contrario: exigir que el político tenga como principio fundamental ¡la honestidad!
El mundo es lo que nombramos. La construcción del universo se da a partir del corpus del lenguaje. Si pronunciamos luz, la sombra se oculta.
¿Por qué permitimos que los poderosos modifiquen nuestra palabra si ésta es la única real posesión del pueblo?
Sin darnos cuenta nos hemos convertido en impulsores de la deshonestidad de los políticos al repetir paradigmas equivocados. Nuestros jóvenes crecen en medio de palabras llenas de laberintos donde el Minotauro es la reencarnación de Hermes, algo así como un Dios deshonesto.
Lo peor es que nos rasgamos las vestiduras y preguntamos por qué los políticos son deshonestos. Sencillo, son deshonestos porque la sociedad les ha concedido autoridad para serlo. ¡Que roben, está bien, pero que no lo hagan en demasía! ¡Esto es algo inaudito! Lo que la sociedad debe exigir es ¡honestidad!, y este término significa manejo pulcro del erario.
Román Alcántara, escritor pinolteco, tiene una fábula muy bonita. En la plaza central de un pueblo de ratones existe una fuente hecha con monedas de oro. Un tacuatz, turista de un país lejano, se sorprende cuando advierte que las monedas están intocadas. ¿Cómo es posible que ningún ratón haya intentado robar alguna moneda, si la fuente no tiene protección ni guardias que la protejan? El ratón guía explica que el suyo es un pueblo muy civilizado y ha erradicado el verbo robar de su diccionario. ¡Ah!, dice el tacuatz y regresa a su país convencido de las bondades de esa sociedad. Prepara una reunión con sus amigos y en ella da a conocer la maravillosa historia. “No, tacuatzín -le dice su prima Zarigüeya, con un martini en la mano- no viste bien. Ninguno de los ratones tiene manos, porque la fuente tiene un mecanismo que las cercena cuando alguien intenta robar”.
¿Con qué herramienta derribar muros de palabras falsas? Un amigo me dice que soy un iluso, que este país no tiene remedio. Yo pienso lo contrario. El amigo explica: “todo mundo dice: si no lo agarro yo lo agarrará otro ¡mejor lo agarro yo!”. Y creo que acá está la fórmula, basta cambiar el paradigma: “Si no lo digo yo, no lo dirá otro ¡entonces lo digo yo!”. Digo que, a partir de este momento, ningún mexicano vuelve a concederles derechos de deshonestidad a los políticos; digo que jamás volvemos a decirles que ¡roben pero que no sean tan chuchos! A partir de hoy, los perros, los ratones, los zorros y las ratas quedan fuera del ámbito de la política.
Si dejamos de llamar “polaca” a la política y al político dejamos de llamarlo “polaco” podemos diseñar otros cristales, unos cristales limpios y transparentes.
Digamos a los jóvenes que el político tiene la obligación moral de servir al pueblo de manera impoluta. Convirtamos a la política en el espejo del agua, a partir de la construcción de la palabra limpia. Diseñemos el universo con la luz del Verbo.
viernes, 10 de junio de 2011
CARTA A MARIANA, DONDE SE CUENTA CÓMO UN CHUNCHE SE DESHILA
Querida Mariana, Marco Antonio Besares me entrevistó. La primera pregunta fue: ¿Por qué librincillo?, a propósito del libro “Conjuros”, que editó Coneculta-Chiapas. Me gusta la palabra “librincillo”, así como me gusta la palabra “almohada”. Pero, a la hora de estar con Marco Antonio, no me conformé con decir lo que ahora te digo, ¡no! Ya mirás que soy abusivo, por naturaleza, y cuando me invitan a entrar a una sala o cocina, luego luego quiero entrar a mirar cómo es el traspatio de la casa. Así que no dije simplemente que librincillo es una forma afectuosa de tratar al libro, de decir que si Cervantes o Shakespeare o Balzac escribieron libros existen otros que escriben librincillos. Así como hay mares, el Índico o el Pacífico, y hay lagunas, como la de Miramar o la de Agua Tinta, también existen charcos donde los “mulututes” retozan a su antojo y donde los pies de los hombres encuentran cómo quitarse el lodo de sus pies. ¡Hay grandes buches de agua y hay medios vasos, pero todas son aguas del cielo que bendicen la vida!
Pude decir esto, pero no me conformé con adoptar el dicho de que en boca cerrada no entran moscas. No podía cerrar la boca, porque, precisamente, a esa hora, mi oficio era abrirla para decir palabras y aventé palabras como si el juego fuera ensartar la mayor cantidad de ellas en el rondel del viento. Como shuta tataratera, dije que empleaba la palabra librincillo porque me gusta la palabra quesillo. ¿Mirás qué prodigio Dios aventó en mi camino? Me puso esta piedra para que la levantara y presumiera de que mi mente es como un quesillo, por enredada. Pero (¡qué cínico!), esto, en lugar de avergonzarme me produce cierto éxtasis, porque, entiendo, poca gente habría respondido así. La respuesta me pinta entero, tal como soy. Te he dicho muchas veces que no me gusta hablar por la radio o responder esas preguntas llamadas capciosas, y, sin embargo, respondo éstas (con el cordel que encuentro a la mano) y conduzco un programa de radio, los martes, de tres a cuatro de la tarde. ¡Dios mío, qué tanto pepenaran los oyentes!
Me gusta, querida Mariana, lo sabés, la escritura. Disfruto mucho cuando me enfrento a la página en blanco. Por el contrario, cuando me enfrento a la mente en blanco ¡sufro! La escritura (Dios bendiga por siempre este oficio) tiene un ritmo diferente. Cuando no encuentro una palabra que busco, dejo de escribir, me levanto y salgo al pequeño patio de la casa, ahí miro las orquídeas de mi madre, juego con “El Misha”, aviento el “pú” de “La Pigosa” y miro cómo la perrita corre detrás del juguete de plástico y luego yo soy quien corre a la mesa de trabajo porque la palabra ¡apareció como fruta en medio del árbol! La escribo, cierro los ojos y pienso que Dios es generoso. Pero ¡me aterra la pausa en la radio, en la televisión, en el escenario! ¡Tengo el síndrome del silencio del actor, del que “se pone en blanco” y busca en sus cielos y no halla el papalote deseado! ¡Ah, qué tragedia griega revuelta con comedia comiteca!
Pero, desde hace tiempo, me dejo hacer y ser y cuando ya pasó el huracán disfruto la calma. Ahora que te escribo disfruto lo que dije, porque ya no recuerdo qué dije. No sé si hoy, a las diez de la noche, en el canal 10 de la televisión de Chiapas, podré ver la entrevista. El sistema de Cable de Comitán, hasta ayer jueves por la mañana, no tenía la señal disponible. ¡Pucha, qué mala suerte! Sí, porque habría disfrutado mucho mirar mis actitudes y mis trabajos para caminar por la orilla. ¿Te conté que el otro día me invitaron a hacer la presentación de una película de Cantinflas en un ciclo de cine que presentaron en honor a los ancianos que cobran su “Amanecer” y me caractericé de Cantinflas y durante un minuto me reventé una parodia de su baile en la película “El bolero de Raquel”? ¡Sí, lo hice! Y lo hice porque me gusta la palabra “quesillo” y por esto digo que escribo “librincillos” ¡Vaya bobera!
Pd. Marco Antonio me entrevistó porque es un amigo generoso y porque realiza una Serie de entrevistas, con escritores contemporáneos con obra reciente. El librincillo “Conjuros” hizo el ídem de que yo fuera considerado dentro de los escritores recientes con obra contemporánea.
miércoles, 8 de junio de 2011
PARA DESENREDAR EL ALMA
¿Han visto cómo el viento es diferente en el patio de las casas y en las azoteas? Esto pensé cuando Mabel Narcía ¡hizo el prodigio! Resulta que Mabel, junto con su esposo (el famoso integrante de La Rial Academia de la Lengua Frailescana: Marco Antonio Besares), su hijo Iván, su sobrino Gregorio, y Nelly (novia de Iván), estuvo en Comitán para la filmación de una entrevista.
El viento es diferente en el patio de las casas, porque siente que se asfixia dentro de un embudo. Nunca se sabe por dónde se cuela a la casa. No se sabe si husmea a través de una ventana, un balcón o por la puerta, o por el cielo abierto. Lo que sí se sabe es que, en algún instante, el viento se apodera del patio de la casa y juega a las escondidas, un poco de manera atolondrada, como palabra de ronda infantil. Busca, ¡afanoso!, una salida y en su camino abre puertas como si fuese un niño espantado. El viento bota papeles, cierra puertas como una aparición, despeina la cabellera de humo de las abuelas y hace que las muchachas bonitas cierren los ojos y piensen en sus amados, en faunos enredados en bosques.
En cambio, ¡el viento es otro en las azoteas de las casa! Ahí cabalga como corcel; vuelan sus crines como si fuesen atados de hilos destejiéndose; ahí, en las azoteas, se siente, a decir de Juan Bañuelos: “un viento compadre”, y su carrera es la del hombre que sonríe, la de la muchacha que se baña en el río, o la del pájaro que asume su condición primaria de vuelo. ¡El viento en las azoteas no tiene más atadura que su destino y su infinito deseo!
La entrevista fue en el patio interior del Centro Cultural Rosario Castellanos. El viento era como una hamaca en reposo. La presencia de Mabel fue discreta. Mientras Marco Antonio elegía el lugar para la entrevista e Iván, Gregorio y Nelly ubicaban las cámaras, ella caminaba y veía las flores y el cielo que se colaba a mitad del patio. Ahí rondaba un viento, igual que ella, ¡discreto! De pronto, Iván apareció con un chunche de esos que permiten guardar la fila en los bancos, apenas dos postes de madera sencillos y una cadena mínima. Marco Antonio preguntó para qué (tal vez el viento también preguntó lo mismo y cruzó por encima, sólo para jugar a brincar la cuerda). Mabel, entonces, dijo, con palabras de plegaria: “para que coloquen los libros”. ¡Ahí ocurrió el prodigio! El entrevistado entendió, abrió los libros y los colgó como si colgara ropa en el tendedero. Mabel se retiró tantito y a dos o tres metros contempló la obra. ¡La entrevista podía comenzar!
¿Ven? El piso de un corredor se convirtió, por un sencillo acto de luz, ¡en una azotea, en un territorio más cercano al cielo! ¿No son acaso estos actos mínimos los que, en la vida, hacen la diferencia? He visto a mi madre colocar imágenes de santos sobre una mesa desvencijada y he visto cómo ese espacio se convierte ¡en un oratorio!, casi casi en un retablo, en un santuario. Esa tarde vi cómo esos libros, expuestos como camisetas sobre un sencilla cadena, retomaron su esencia. ¿Han visto cómo los libros sobre las mesas, sobre los estantes, aparecen somnolientos? ¿Han visto cómo cuando un lector los toma entre las manos y los abre, los libros parecen extender sus alas dispuestos al vuelo? Pues esa tarde, gracias a la mano generosa de Mabel, los libros desplegaron sus hojas y, divertidos por las cosquillas que el viento les hacía, asumieron su condición de pájaros, de hijos del cielo.
¿Quieren ver cómo la palabra también es hija del cielo? Vean el programa de La Rial, este viernes, a las diez de la noche, en el canal 10, en el canal de Chiapas.
lunes, 6 de junio de 2011
UNA NANA
Con un abrazo para Lupita de Avendaño y su familia.
Murió la maestra Alicia Córdova. Algunos, querida Maestra, tienen la costumbre de “hablar” con los muertos, yo, no sé por qué, tengo la costumbre de “escribir” con los muertos. La costumbre de mirar en el papel los rostros de los ausentes y repasar las líneas de sus ojos y de sus labios. Ahora, por ejemplo, veo tu rostro, el que ya no está más que en esta blancura que hoy me asombra y me cobija. Muchos necesitarán a partir de hoy acudir a las fotografías, a los demás nos bastará mirar el cielo para encontrar tu rostro de nube, de agua.
Fuimos a enterrarte. El cielo estaba limpio, azulísimo y los dolientes tenían, a pesar de su pena, un aura de aire. Tal vez es tu herencia, es la mano de agua con la que llenabas todas las almas. ¡Y cómo no, si vos fuiste por muchos años, directora de un jardín de niños! ¿Mirás qué privilegio? Hay millones de mujeres en el mundo que se dedican al cultivo de rosas, de claveles, incluso de amapolas, ¡santísimo corazón de Jesús!, pero, ¿cultivo de niños? ¿Con qué agua se riegan esos brotes débiles, débiles como espárragos?
Uno de tus sobrinos dijo: “¡Qué bochorno!”, y buscó el amparo de la sombra en una capilla abierta, una que tenía la fecha de 1958. A vos, querida Maestra, saber a qué hora te dio la gana de buscar la sombra de la sombra. Hay un instante en que el bochorno de la vida sofoca, asfixia. Me cuentan que tenías más de noventa años. ¿Cuántos de éstos cuidando el cordel de la vida? ¿Cuántos intentando volar mínimos papalotes en la magnificencia del cielo?
Cuando los albañiles comenzaron a tapiar tu cuarto provisional, una mujer con rostro de margarita en florero, comenzó a cantar, muy tenue, muy desde el abismo: “Hay que morir para vivir. Entre tus manos…”, y el coro comenzó a crecer como crecen los hongos al toque de la lluvia. Una de tus nietas se afianzó más al árbol que abrazaba y dejó que su carita se llenara de agua. El cielo estaba limpísimo, azul, intocado, y, sin embargo, había una humedad que era como una piedra en la garganta.
¡Qué contrasentido, querida mía, qué contrasentido! Tu hija Lupita, tus nietos, tus sobrinos, tus primos, los tuyos, pues, no entendían bien a bien por qué hay que morir para vivir. ¿Qué es entonces esto que llamamos vida? ¿Qué es este sueño donde quedan los tuyos tocando las paredes del aire para alcanzar el hilo de tu ausencia?
Fuiste la directora del Jardín de Niños “Francisco Sarabia”; es decir, fuiste la cultivadora de muchísimos niños que estudiaron en un plantel dedicado a un hombre “dedicado” al vuelo. Ahora vos, querida Maestra, también sos conquistadora del cielo. Igual que en el canto de la mujer, parece que el vuelo de los ausentes también tiene el aroma del contrasentido, ¿es necesario bajar a la tierra para subir al cielo?
Los que te acompañaron esa mañana tenían la mirada como extraviada, ausente. Pensaban quién sabe en qué tantos ríos, pero, estoy seguro, el agua de esos ríos iban a dar a la mar que era tu destino y tu horizonte.
No sé por qué “escribo” con los muertos. Hoy “escribí” con vos. Cuando la mujer comenzó a cantar me resistí a seguir ese ritmo y esa letra. En automático apareció una ronda de esas alegres que cantan en los jardines de niños. Era como una nana para tu sueño, como un elogio para Dios por tu presencia. ¡Hasta la vuelta de la esquina, querida Maestra!
viernes, 3 de junio de 2011
UNA MANCHA BLANCA SOBRE EL LIENZO BLANCO
Para Angélica.
En Comitán existe un taller de pintura que se llama “La Rueda”. Bernabé y su esposa lo dirigen. Bernabé comenzó hace doce, trece o quince años (sólo él sabe bien a bien cuántos años son). Su labor es la labor del hombre que toma la mano del niño y le enseña a seguir la línea sólo para, después, salirse de la raya. El sábado 28 de mayo asistí a la inauguración de dos exposiciones colectivas que sus alumnos montaron en el Museo de Arte Hermila Domínguez de Castellanos (una se llama “El árbol de la vida” y la otra “Entre dos tierras”). Paso copia de las palabras que dirigí a los expositores:
¿Se puede encontrar el árbol de la vida entre dos tierras? Acá es posible. Un árbol, generoso, hallará su savia entre dos tierras, en la tierra de la esperanza y la tierra de la buenaventura.
Esta muestra plástica tiene, de entrada, un prodigio. En todo el mundo, los artistas tienen como máxima ilusión exponer en un Museo. Los expositores de esta muestra (faltaba más, ¡estamos en Comitán, lugar surrealista maravilloso!) comienzan exponiendo en un Museo. ¿Qué sueño les queda entonces por resolver?
Ustedes comienzan su sueño en la cumbre. Ahora, entonces, el reto será permanecer allí o subir hacia el cielo. ¡No deben bajar! ¡Desde arriba se ve tan bonito el valle! En Comitán carecemos de una tradición en el terreno de la plástica. Los grandes artistas están ausentes. Lo están porque no estamos acostumbrados a atrevernos a hacer propuestas novedosas. Nos hemos instalado en la comodidad de la mera copia o de lo meramente tradicional. Nos hace falta hacer una revisión de las tendencias contemporáneas; nos hace falta entender hacia dónde va el mundo en cuanto al arte de la plástica. Nos hace falta ver qué hacen en Nueva York, en París, en Sidney o en Singapur y hacer algo semejante con lo nuestro, acá, en este territorio maravilloso del universo. Sólo Luis Aguilar, el creador de la escultura que está acá en la plaza frente al templo de San José o de la escultura que está en el parque central, sólo él ha logrado trascender. ¿Por qué Luis ha logrado permanecer en la cumbre y exponer en varios museos del mundo? Porque, con el barro de nuestras tierras ha hecho un árbol de vida novedoso, un árbol que, antes de él, no estaba sembrado en el mundo.
Ustedes, estoy seguro, poco a poco dominan la técnica. Cuando el dominio de la técnica es pan comido, es momento de atreverse a dar el gran salto de la originalidad. El verdadero artista es aquél que propone una nueva forma de ver el mundo. Es momento, entonces, de atreverse a buscar nuevas propuestas. Sin ir muy lejos, basta abrir los ojos, la mente y el corazón para captar los colores que nos identifican, los que nos hacen auténticos.
Ustedes son la esperanza de los nuevos tiempos por llegar. Hago votos porque siempre, siempre, su obra plástica esté colgada en los muros de los museos del mundo y en las paredes del aire.
Hoy comienzan en el museo más importante del pueblo, pueden sentirse orgullosos, porque, a veces, en la propia casa nos cierran las puertas. Ustedes han tocado y las puertas se les han abierto. Que siempre, siempre, el aire de su pincel abra todas las ventanas del mundo. Es mi deseo y es mi más profunda emoción.
miércoles, 1 de junio de 2011
LA UÑA DE GONZALO ROJAS
Marirrós Bonifaz leyó a Gonzalo Rojas en la radio de Comitán. Lo leyó días antes que Marvin Arriaga, Directora de Coneculta-Chiapas, llamara a casa y dijera: “Hace cuarenta minutos me entregaron Conjuros. Ya te haré llegar tus libros”. “Conjuros”, lo saben mis lectores, es el librincillo que contiene la obra poética que obtuvo la Mención Honorífica en el Premio Estatal de Poesía Enoch Cancino Casahonda. La Directora de Coneculta-Chiapas atendió la recomendación del jurado y, en octubre de 2010, en el programa radiofónico de Miguel González Alonso se comprometió a publicar dicho librincillo. El jueves 26 de mayo, Marvin me llamó y dijo que había cumplido su promesa. Miguel, generoso como siempre, hizo favor de dar a conocer la noticia de la aparición de “Conjuros”, en su programa del viernes 27. Ahí, la Directora de Coneculta dijo que, haciendo una excepción a la normatividad, me entregaría trescientos ejemplares en donación. Ella volvió a cumplir su palabra y el mismo viernes, a las siete de la noche, el Licenciado Daniel Oropeza, Director de Patrimonio e Investigación Cultural, bajó de su camioneta y me entregó una caja con los librincillos (Gracias, Daniel, la caja pesaba un resto, pero vos, amable, la cargaste dejando a un lado, tantito, la importancia de tu puesto. Yo no ayudé porque no puedo cargar cosas pesadas, ya bastante tengo con cargar las piedras y complejos que desde siempre cargo).
¿Y ahora qué? Marvin empeñó su palabra en “Palabra Libre” de Miguel González Alonso y la mañana del 27 la desempeñó y, estoy seguro, la recuperó más luminosa, porque cuando un funcionario cumple con su encargo de servir a la sociedad ¡un cordel de luz hace volar los más altos sueños! Esa mañana, por la radio, dije que el gobierno estatal tiene ahora un lema muy bonito: “Poner el corazón por Chiapas”. Desde siempre, los auténticos creadores chiapanecos, han puesto el corazón por Chiapas. El puente llega a la otra orilla cuando los funcionarios ponen a Chiapas en su corazón.
Marirrós leyó a Gonzalo como un mínimo homenaje en su memoria. Ella dice que en el mundo deberíamos leer solo a los más altos poetas y que los aspirantes a la escritura debieran, cuando menos, hacer el intento de ser la uña de Gonzalo Rojas.
¿Y ahora qué haremos con los trescientos librincillos? ¿Una presentación? ¡No! Haremos una firma de autógrafos. Uno de estos días medio mundo sabrá que, en una cafetería de Comitán, de once de la mañana a una de la tarde y de cinco a siete de la noche, firmaré librincillos. Todo lo que se recaude de la venta será para beneficio de la Casa Hogar para Ancianos “El Sagrado Corazón”.
En algunos libros, diez o veinte, dibujaré originales en páginas interiores a fin de hacerlos especiales. Dichos libros tendrán más valor y, por lo tanto, costarán más. ¿Cuánto? Pues lo que alcance para alcanzar la mano de un anciano.
¿Sirve de algo la palabra? ¿Conmueve conciencias, modifica el mundo, construye libertades, inspira territorios fantásticos? ¿Quién sabe? Acá lo único que sabemos es que puede, perfectamente, ayudar a que un grupo de ancianos tenga un poco de arroz en su panza y un rayo de esperanza en su ya muy tenue línea del horizonte.
Alfonso Carbonell, en el programa radiofónico del viernes, privilegió el papel que jugó la radio como puente de aire (en el aire) entre la funcionaria y el creador. Es una certeza que sin la intervención del medio de comunicación, ¡el libro jamás se hubiese publicado! ¡La publicación de este librincillo puede ser motivo de reflexión en tal sentido y motivo celebratorio para significar logros cuando se reúnen voluntades!
De manera personal espero que mi librincillo (mío y de Miguel y de los correctores de Coneculta) toque el corazón del lector y que, cuando menos, alguna línea sea el tenue esbozo de la uña de Gonzalo Rojas.
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