sábado, 27 de agosto de 2011

CARTA A MARIANA, DONDE SE CUENTA CÓMO HAN NACIDO EN MI RANCHO DOS ARBOLITOS


Con un abrazo respetuoso a la familia De la Vega Kánter
por la ausencia física de doña Elenita.




Querida Mariana: en nuestro pueblo, como en cualquier lugar del mundo, existen sitios públicos que son sagrados. Los comitecos se han apropiado de esos espacios y los han convertido en sitios que están más acá de su corazón. Los urbanistas explican que las personas estamos hechas, en buena medida, del entorno. Quien vive en un callejón adquiere una personalidad diferente a la del que vive frente a un parque. No es lo mismo abrir la ventana y encontrar una pared, que abrir un balcón y toparse con los árboles, la gente, las bancas y los sonidos de viento del parque de San Sebastián.
¿Quién sabe cómo y en qué día la Plaza Picadilly Circus, en Londres, se convirtió en un lugar de reunión de jóvenes? ¡Quién sabe! De igual manera nadie puede decir cómo el espacio que rodea a la fuente, en el parque central de Comitán, se ha convertido en un espacio de convivencia de jóvenes. Los muchachos preparatorianos, a la hora de la salida de clases, se congregan ahí. ¡Es un estallido de luz verlos congregados! Sus risas y sus chanzas contagian el parque, tanto que el agua de la fuente salta con más emoción cuando los jóvenes ocupan el espacio. ¿Tiene algún nombre ese espacio? No lo creo, los comitecos, a pesar de todo, siguen citándose “en la fuente”. Aunque no faltan las parejas que prefieren citarse en la banca junto a “Las Dos Lolas” del parque central. ¿Mirás qué prodigio? Esto también es un buen ejemplo de cómo la gente se apropia de los elementos arquitectónicos y artísticos expuestos en las calles y en las plazas. La obra escultórica de Luis Aguilar se llama “Día Marcado” o “Día de Mercado”, pero, de inmediato, los comitecos la bautizaron como “Las dos Lolas” porque alguien dijo que las mujeres de la escultura tenían cierto parecido con doña Lola Albores (cronista de Comitán) y Lolita Guillén (funcionaria de varias administraciones municipales). Cuando esto sucedió, más de dos pararon las narices en señal de enojo y advirtieron que nuestro pueblo era un pueblo inculto. ¡Jamás! ¿A poco es signo de incultura que los pobladores hagan suya una obra de arte? No estábamos acostumbrados a ver arte en las calles. Habrá que reconocer que nos llevan algunos siglos de adelanto los pobladores de Florencia, Italia.
Ahora, querida mía, “han nacido en mi rancho dos arbolitos”. Contra esquina del Teatro de la Ciudad, el pasado 7 de agosto se develó un busto dedicado a Rosario Castellanos. La escultura es obra del mismo Luis Aguilar.
Escuché por la radio y en conversaciones particulares cierto encono porque la autoridad municipal mandó a talar uno o dos árboles que estaban sembrados, desde quién sabe hace cuántos años, en el lugar donde hoy se erige el árbol de luz que es la sombra de Rosario. ¡Ay, Mariana de mi corazón, si estas voces supieran que en los años setenta muchos más árboles desaparecieron cuando fue derruida toda una manzana! En donde hoy está la fuente de reunión, en donde hoy los jóvenes aprenden a leer el mundo de Comitán, ahí, niña mía, ahí hubo casas, patios, comercios y, sobre todo, un portal que enmarcaba el parque de esos tiempos. Y un día, así, de la noche a la mañana, decenas de hombres se apostaron frente a esas casas y comenzaron a derruirlas. ¡No sabés lo que significó para los jóvenes de mi generación ese derrumbe! Nuestra personalidad estaba formada con los ladrillos y los ventanales de esas casas. Los de ese tiempo recuerdan cafeterías con nombres propios de esos años psicodélicos: “La Pantera Rosa” y el “Intermezzo”. Sin darnos más razón que la sinrazón nos dejaron huérfanos de una buena parte del corazón de nuestro pueblo.
Mas un día, lo que fue simple cascajo se convirtió en lo que hoy es la ampliación de la plaza. Hoy, los jóvenes de ese entonces nos paramos en la parte alta del parque, frente al templo de Santo Domingo y pensamos que esa manzana (conocida como Manzana de la Discordia), tal vez, tal vez, era como un muro que nos impedía ver la magnificencia de la fachada de Santo Domingo; nos sentamos en las gradas y pensamos que esa manzana, tal vez, era como un agujero negro que absorbía la energía que hoy, en espectáculo lleno de vida, observamos cuando en derredor de la fuente se reúnen las tiucas y cenzontles comitecos que sueñan con volar otros cielos algún día, cuando terminen su bachillerato.
Cuesta trabajo pensar que la propiedad privada se convierta en espacio público, pero cuando, al paso del tiempo, uno mira cómo ese territorio común es como la sonrisa más bella del pueblo, uno piensa que, tal vez, valió la pena el trueque. Durante mucho tiempo estuve dolido por el despojo de ese espacio tan nuestro, pero hoy ya perdoné a las autoridades municipal y estatal que “orquestaron” tal modificación. Los jóvenes de hoy no lo saben, pero esas autoridades les legaron este espacio que hoy es parte de su cotidiano ritual.
Ahora, algunos comitecos siguen dolidos por la ausencia de los dos o tres arbolitos que cedieron su espacio vital para erigir el monumento dedicado a Rosario. Nosotros, los de aquel tiempo, perdimos más, ¡mucho más! ¿Valió la pena tirar la manzana para ampliar el parque, para darnos ese remate visual de la imagen completa del templo? ¿Valió la pena cambiar cuartos, bodegas y sitios de las casas para diseñar una explanada con la fuente donde los jóvenes de hoy beben los cielos de nuestro amado Comitán?
Hoy, Mariana de mis aires, algunos comitecos piensan que perdimos dos árboles en el parque. Yo, dentro de mi bobera (como dice el Maestro Jorge), pienso que sólo hicimos esa magistral jugada del ajedrez que se llama enroque. En esa esquina ahora crecen orondos dos árboles: ¡Rosario y La Palabra!
Algún día los jóvenes de hoy harán el recuento de estos tiempos y dirán si el trueque valió la pena. Si el busto de Rosario sirve de guía para decir que este pueblo es savia de talentos y si sus versos son como el arco iris para encontrar la luz ¡habrá valido la pena!
Pd. Siempre he pensado que si nuestros vecinos de San Cristóbal de Las Casas hubiesen tenido el privilegio de haber acunado los años infantiles y adolescentes de Rosario ya la habrían convertido en su principal divisa de turismo cultural. Los comitecos la hemos ignorado. Medio mundo habla de ella, pero basta acercarse con el bolero que trabaja al lado del busto para saber que él ignora quién fue Rosario. Un día antes de la develación le entregué una invitación y le dije que él, por ser vecino más próximo, era ¡invitado de honor!, pero él me dijo que no sabía quién era su nueva vecina. Por el contrario, me confesó que conocía el nombre de una comiteca famosa: Josefina García. ¿Mirás, en el pueblo tiene más peso el personaje inexistente que el real?
En Japón medio mundo ignora quién es Josefina García o Belisario Domínguez, pero muchos saben quién es Rosario; muchos conocen Comitán porque han leído “Balún-Canán”. No nos hemos dado cuenta pero Rosario hizo mucho y sigue haciendo mucho por este pueblo llamado Comitán. ¿Valió la pena botar dos árboles por sembrarle alas de luz al parque? ¡Saber! ¡Yo qué voy a saber!