martes, 16 de agosto de 2011

DE FICCIÓN




Sucedió. Chabelo, comediante mexicano, iba en su carro por una calle de la ciudad de México. En una esquina, con el semáforo en rojo, un chavo le puso la pistola frente a la cara y le exigió la cartera. Chabelo vio al delincuente. Éste retrocedió. ¡Había reconocido a Chabelo! Titubeó, corrió, se perdió en un callejón.
Sucedió. Con diferentes personajes, la escena se repitió en una calle de una ciudad de Brasil. Una escena similar le ocurrió a Pelé, famoso futbolista.
Al contrario de personalidades como la de David Chapman (asesino de John Lennon) que pretenden volverse famosos al atacar a famosos, los delincuentes que quisieron asaltar a Chabelo y a Pelé se retiraron al reconocerlos. Tal vez pensaron: “¿Cómo voy a asaltar a quien me hizo feliz de niño?”. El primero de los delincuentes le “catafixió” a Chabelo un instante, y el segundo le hizo un drible a Pelé.
Sucedió. El policía, con pasamontañas, le apuntó con el arma a la cabeza de Efraín Bartolomé. Según la crónica del propio Efraín, el diálogo, en medio del horror y de la niebla, fue éste:
“-¿Cómo se llama?
-Efraín Bartolomé.
-¿Cuántos años tiene?
-60.
-¿A qué se dedica?
-Ya se lo dije, señor, soy psicólogo y escribo libros.”
Cualquier romántico hubiese pensado que, en este momento, el policía, al igual que los dos delincuentes comunes, bajaría su arma, se quitaría el pasamontañas y preguntaría: ¿Usted es el poeta, Efraín Bartolomé? Y el hombre explicaría a sus compañeros. Todo mundo bajaría las armas, se disculparía y saldría a la calle porque ahí, en esa casa de luz, no tendrían qué hacer.
A veces duele no llamarse Chabelo o Pelé. Duele vivir en un país donde la gente, todo el día, permanece bajo la influencia de Televisa. Duele vivir en un país donde los libros están lejos de las manos de sus jóvenes. Duele vivir en un país donde los delincuentes no retroceden ante la presencia de un escritor que tanta luz ha dado a este país. Duele, de veras duele, llamarse Don Nadie por no aparecer en la televisión. Duele querer llamarse Jordi Rosado o La Tetanic.
Los asaltantes que amagaron a Chabelo y a Pelé reconocieron al artista y al futbolista como si fuesen parte de ellos, como si la idea de pueblo los hermanara, prevaleció el sentimiento de tribu. Por el contrario, en México, los escritores no están vistos como parte de la misma sociedad atribulada. ¿Cómo decir que los escritores están más del lado del pueblo, mucho más que los propios actores y deportistas? Pero, ¡no!, es imposible incubar esta idea, porque el gobierno ha hecho hasta lo imposible para que la lectura y sus escritores estén lejos de las manos y del corazón del pueblo. Los autócratas saben que la lectura contraviene sus fines esclavistas. Las sociedades deben estar adocenadas. Por esto el gobierno y las empresas televisoras caminan tan de la mano, para que el pueblo se nutra sólo de Chabelo y de fútbol.
Y ahora resulta que debemos agradecer que aún no llegamos a extremos. En sociedades totalitarias, al saber que alguien es escritor, las autoridades lo exterminan. ¡Dios mío!
Sucedió. Efraín y Pillita, gracias a Dios, ¡están vivos!