miércoles, 24 de agosto de 2011
CARTA A MARIANA, DONDE SE CUENTA CÓMO HAY OTRAS RUTAS
Querida Mariana, a veces pareciera que, como decían los muralistas mexicanos: ¡no hay más ruta que la suya! Pero no es así, ayer encontré una ruta diferente (y eso que no soy chofer de microbús).
Salí de casa porque debía hacer un pago en el banco que está a media cuadra del parque central. Al llegar a la esquina, un agente de vialidad me dijo que no podía pasar. Me sorprendió porque no iba en auto. “De todos modos no puede pasar, porque hay una marcha”, dijo. Vi la calle por encima de su hombro y observé un hato de ovejas que llenaba la calle, de banqueta a banqueta. ¡Eran más de cien ovejas! (de inmediato pensé una bobera: “estas ovejas hacen un plantón porque los del banco les quitaron su lana”).
Un señor, con sombrero, sentado en la banqueta, se limpiaba el sudor y exclamaba que eso ¡era el colmo! Me acerqué, me vio, con cara de perro ovejero. Me senté a su lado. “Sí -dije- esto era lo único que nos faltaba”, lo dije para ver si tragaba el anzuelo. ¡Lo tragó! Me preguntó que si había yo visto algo similar en alguna parte. No, dije. ¡No!, es la primera vez que veo tanta oveja en una calle de la ciudad, interrumpiendo el tránsito. Y ¡el colmo!, dijo el hombre, es que la policía los solapa. ¿Por qué no les lanzan gases lacrimógenos o chorros de agua? No lo hacen porque luego asoman los defensores de los animales. ¿Y a nosotros, quién nos defiende?, dijo el hombre y volvió a limpiarse el sudor con un paliacate sucio.
Los policías llegaron y colocaron barricadas para impedir el paso de las personas. Nosotros, quedamos en la zona de exclusión, al lado de las ovejas. Una señorita, con visera tejida con palma, se acercó a nosotros y nos dijo si queríamos firmar el manifiesto a favor de las ovejas. El hombre, carraspeó y, de mal modo, le dijo que sólo eso faltaba. La muchacha se sonrojó y corrió hacia el otro extremo de la calle. Lo lamenté. Estuve cerca de conocer el motivo de la manifestación. Me despedí del hombre. Estaba visto que si seguía a su lado me metería en problemas. Caminé por en medio de las ovejas, pisé la caca que manchaba toda la calle. Vi a la muchacha platicando con un señor de barba hasta la mitad del pecho. La muchacha me señalaba y el hombre se dirigía hacia mí. Caminé en sentido contrario, pasé al lado del hombre del paliacate y le pedí al policía me dejara salir. El hombre de la barba corría. Hice a un lado el policía y derribé la barrera de protección. Las personas que estaban del otro lado vieron el camino abierto y se metieron a la fuerza, impidieron que el hombre me alcanzara. A mitad del parque volví la mirada y vi al hombre con los brazos elevados tratando de avanzar, pero la fuerza del río de personas lo llevaba en sentido contrario, hacia donde estaban todas las ovejas. Las personas se confundieron con las decenas de animales. La turba enardecida quebró el cristal de la puerta de la sucursal bancaria y todos entraron en tropel. Los empleados bancarios de piso se escondieron detrás de los escritorios y quienes estaban en las cajas, detrás de los cristales, renunciaron a sus puestos, activaron la contraseña de la puerta de seguridad y en cuanto se abrió corrieron a esconderse en las bóvedas. El banco se llenó de personas y de ovejas.
Subí a un colectivo y fui a la sucursal del bulevar, pero cuando llegué ya estaba cerrada. No pude hacer el pago. Me castigarán y mi tarjeta de crédito será suspendida por un mes. Todo por unas ovejas que nunca supe por qué se manifestaban frente al banco.
Pd. Al otro día compré el periódico local. En la página siete había una nota perdida acerca del destrozo que un grupo de manifestantes había hecho en el banco. La nota decía que el grupo de inconformes exigió la devolución de su dinero porque corrió el rumor de que los bancos congelarían los dineros de las cuentas de ahorro, como medida de defensa por la recesión. De las ovejas ¡nada!