viernes, 26 de agosto de 2011
DEBAJO DEL PUENTE
Los jóvenes de hoy ¿escriben Diarios personales? ¿Los escriben como antaño, cuando una muchacha de quince años guardaba su bitácora personal bajo llave en su escritorio, o el muchacho la guardaba debajo del colchón?
Hoy, como nunca antes, se escribe mucho. Veo a los jóvenes, a los adultos (Dios mío), escribiendo mensajes todo el tiempo. Existe una necesidad de contarlo todo. Los jóvenes no hacen caso a los mayores porque están pendientes de su blackberry; los adultos tampoco hacen caso a los jóvenes. ¿Quién hace caso al otro? Todo mundo parece empecinado en enviar mensajes, en decir: ¡Acá estoy, mírame!, pero sin ver a los otros y, lo que es peor, ¡sin verse a sí mismo!
¿Alguien escribe para sí? Los Diarios tenían el don de ser “mensajes espejos”. El escriba de un Diario se confesaba. Los jóvenes de todos los tiempos nunca han encontrado un interlocutor ideal. Por esto, el diario funcionaba como la toalla donde los jóvenes limpiaban su conciencia y secaban sus alas tristes.
Hoy, todo mundo escribe en cualquier lugar y a cualquier hora. Mientras la muchacha está bailando en el antro ¡escribe!, mientras hace pis ¡escribe! (tal vez alguien ya tuvo la experiencia de que mientras le hace el amor a su pareja, ésta responde un mensaje en su celular. Las prostitutas de mi juventud se recostaban boca arriba en la cama y abrían las piernas; mientras los adolescentes se aplicaban en cumplir, ellas masticaban chicle y leían una revista, que bien podía ser Lágrimas y Risas, una creación de Yolanda Vargas Dulché; revista que vendía millones de ejemplares cada semana).
Disculpen ustedes, pero algo de esas prostitutas de los sesentas llevamos en nuestra piel del siglo XXI: mientras la vida pasa con su flor de viento, nosotros estamos respondiendo mensajes a través de una pantalla. ¡Nos hemos prostituido!
Por esto pregunto: ¿quién escribe Diarios? Ahora escribimos a diario, pero nadie conserva lo escrito, todo se va a ese inmenso basurero cibernético llamado Internet.
Nos hace falta el ritual. Los escribas de Diarios escribían debajo de la sombra de los árboles o encerrados en su cuarto, alejados de ventanas indiscretas. Los Diarios eran sólo para sus propietarios, eran las películas más íntimas y estaban proscritas para los demás, sobre todo, para los padres. No era bueno que ellos se enteraran de los ríos de nuestros espíritus porque los de ellos iban, indefectiblemente, a dar a otros mares.
Me gustan las muchachas que visten con decoro, con sutileza, con sugerencia; me desagradan aquellas muchachas que visten como si estuviesen en una playa o adentro de su recámara.
Era bueno el tiempo cuando los hombres y mujeres contaban sus intimidades sólo a sus cercanos. Hoy está de moda el “Sexthing” y medio mundo mira a medio mundo en actitudes que, antes, estaban reservados a los íntimos, a los amados.
Me desagrada, disculpen ustedes, la gente que va en auto y responde mensajes mientras maneja; me desagrada el que no hace caso a la plática del acompañante porque revisa su “facebook”.
Hemos perdido el encanto del ritual; extraviamos la magia del encuentro con el otro. La reunión en torno a la fogata se ha consumido y hoy todo mundo se reúne ante la pantalla, pero sin el sentido maravilloso de lo gregario. ¡Estamos más solos que nunca! ¡Ya no platicamos con los prójimos ni escribimos Diarios para encontrarnos!