miércoles, 3 de agosto de 2011

CADA VERANO




Medio mundo se fue a la playa. Mariana y yo nos quedamos solos en casa. Las casas, en verano, toman otro color, como si la espiga de la tarde se apoderara de ellas. Mariana despierta temprano, cuando todavía está oscuro, prende una vela y recorre todos los pasillos, revisa que ninguna aldaba haya sido forzada. Después del baño, salimos a regar las plantas, a componer la cerca de madera, a dar alpiste a los pájaros y a escuchar los insistentes reclamos que un pájaro carpintero le hace al árbol (tal vez él también se quedó solo y protesta porque nadie le abre la puerta).
A las ocho llega doña Licha y comienza a preparar el desayuno. Mariana toma el primer libro, lo abre al azar y subraya la línea que llama su atención. Las líneas o versos de los libros servirán para nuestros juegos de la tarde.
Esta mañana, Mariana me jala hacia el balcón, pone su mano sobre mi corazón y me dice: “No te alterés, pero anoche forzaron la aldaba de la cocina”. Le hago caso. Con parsimonia le pido el libro que tiene en la otra mano: “¡Bendita mañana, borra el miedo de la manzana! ¡Pobre montaña, no recuerda la metáfora de la memoria!”, dice la línea que acaba de subrayar. El libro es un libro de poemas de Szymborska, poeta polaca. La línea pareciera sintetizar el instante que vivimos. Mariana y yo miramos la montaña, mientras el olor del tocino inunda nuestra conciencia. Vemos la montaña, detrás de ella está el mar, donde vacacionan los demás integrantes de la casa.
Mariana me preguntó anoche por qué no me gusta salir, si allá afuera ¡está la vida! Allá, en la falda de la montaña, o en su cima o detrás de ella, están las casas de campaña llenas de muchachos que prenden fogatas, tocan la guitarra, cantan, beben y juegan a las escondidas detrás de las dunas o detrás de las palmeras; allá, tan al alcance de la mano, las muchachas que se quitan el sostén y retan a sus amigos a seguirlas mientras corren y se meten al mar. ¿Por qué no voy con los demás si allá –donde ahora están ellos- escuchan música de Bob Marley, fuman, ríen, rozan sus cuerpos, se besan y juegan a que una caricia es el principio de todo?
Doña Licha nos llama. Sobre la mesa, con un mantel blanquísimo, la mujer ha colocado dos servicios: jugo de naranja, huevos revueltos con tocino, frijoles, queso, pan integral, mantequilla, mermelada de zarzamora y café. Al lado de cada plato una pila de libros de poesía. Mientras desayunamos cada uno de nosotros lee, en un tono de voz que sólo nosotros podamos escucharlo, los versos que brincan como salmones hacia la corriente de nuestro corazón. Los que más nos gustan ¡los subrayamos!
En la tarde nos recostamos sobre unas tumbonas que están en la veranda. Doña Licha, antes de despedirse, nos deja jarras con limonada sin azúcar y unas galletas de avena.
A la hora de acostarnos, apago todas las luces de la casa. Mariana prende la vela y echa aldaba a todas las puertas. Esta noche me lleva hacia el balcón y me señala hacia el extremo derecho del jardín. Vemos una silueta que corre y se esconde detrás de la buganvilia. “¿Creés que sea él quien, anoche, quitó la aldaba de la cocina?”. Pongo mi dedo índice sobre sus labios, mientras pienso que esa silueta puede no ser un hombre, sino una mujer. Ella besa mi dedo, lo besa como si estuviera en busca de la metáfora de la memoria, como si yo fuera la montaña y ella, frente a mí, ¡el mar!
¿Para qué salgo?, le digo a Mariana. Acá tengo el alpiste y el pájaro carpintero que alimenta las líneas de estos libros donde ahora te leo.