lunes, 29 de agosto de 2011

EL DIVO DE CARTAGENA




Enrique me envió un mensaje: “Estoy en Gandhi. ¿Qué libro querés?”. Le respondí de inmediato. Enrique, desde siempre, me ha obsequiado libros. En los ochentas, cuando él trabajaba en la ciudad de México y yo radicaba en Comitán, me enviaba libros por correo. Su biblioteca actual tiene miles de libros.
Le pedí la novela “El ruido de las cosas al caer”. Es un título bello. Pienso que el ruido de un vaso que se quiebra no es grato, pero una vez leí un cuento de nubes que caían y el ruido era sigiloso, casi celestial.
“El ruido de las cosas al caer” es una novela de Juan Gabriel Vásquez que obtuvo el Premio Alfaguara de novela 2011. Está recién echado al mar.
Un día después, Enrique me dijo que ya tenía el libro en su oficina. Quedé de pasar en la tarde.
En los setentas, cuando ambos estudiábamos en la ciudad de México, teníamos la costumbre de asistir a la Feria del Libro. Del presupuesto que destinábamos para el trago, siempre hacíamos un guardadito para la Feria. Los demás integrantes del grupo de amigos no tenían la costumbre de comprar libros porque carecían del gusto por la lectura. Por esto, siempre que la botella terminaba nos pedían les prestáramos del guardadito, pero nosotros nos negábamos (nuestro amor por la literatura nunca cedió terreno al vicio de la botella, tal vez por eso, ahora seguimos siendo grandes lectores y la botella, en mi caso, está desterrada, y en el caso de Enrique es una amiga ocasional y de ratos más bien breves).
Enrique me dejó el libro con Blanquita. Pasé a su oficina y lo recibí. Con la punta de una pluma rasgué el plástico y lo abrí, sólo por el gusto de pasar mi mano por la textura que irradian las hojas de los libros nuevos.
Me coloqué el libro en el sobaco y entré a la Farmacia del Ahorro que está frente al parque central de Comitán. Una señorita, de sonrisa de tiuca y de tez morena, chaparrita, atendía a un joven que pidió una crema de esas que tanto publicitan en la televisión para terminar con el acné. La señorita le dijo que estaban en promoción hasta tal día de septiembre. Ella me vio y dijo que ya pronto me atendería., le dije, no hay problema. En cuanto el joven aceptó la oferta de dos cajas por el precio de uno, la señorita me atendió. Pedí una caja de curitas, con veinte piezas. Ella entró a la bodega y regresó con la caja. Antes de verificar el precio me dijo: “Disculpe que sea indiscreta, pero ¿cuánto le costó su libro?”. “Doscientos cincuenta pesos”, dije (el precio rondaba por esa cantidad según vi en la etiqueta amarilla de Gandhi que venía pegada al papel translúcido de protección). “Juan Gabriel es mi autor favorito”, dijo ella y puso la caja sobre el lector óptico. Sonreí. Igual que ahora mis lectores pensé que se había equivocado y que había confundido al Divo de Juárez como autor de libros. “¿Perdón?”, dije. “Sí -respondió- Juan Gabriel García Márquez es mi autor favorito”. Me maravilló hallar a una lectora del Gabo en esa farmacia.
¿México es un país que no lee? ¡Falso! Hay muchas personas que leen. La dependiente morena de la Farmacia del Ahorro ¡lee! Claro, agregó un nombre, pero eso es lo de menos. Me maravilló pensar que ella se maravilló con “Cien Años de Soledad” o con “El amor en los tiempos del cólera”.
“No -le dije- está equivocada” y le mostré la portada del libro y le leí en voz alta el nombre del autor. Le dije que este Juan Gabriel también es colombiano como su autor favorito. Ella sonrió. Me dio el precio del producto y lo llevó a la caja. Le agradecí. Casi casi estuve a punto de decirle que para la próxima vez que Enrique vaya a Puebla o a la ciudad de México (lo hace seguido) le pediré que me obsequie un libro del Gabo para llevárselo a esta muchacha, pero me contuve. A veces la gente confunde mi emoción con un deseo torcido. Capaz que me quedaba viendo y me mandaba a Ciudad Juárez con todo y libro, o un poco más allá. Y cómo ir a un lugar tan lejos sin que se escuche un ruido estrepitoso cuando cae una buena intención. ¿Qué ruido hace un libro cuando cae de las manos y llega al corazón?