miércoles, 10 de agosto de 2011

DE ENERO A DICIEMBRE




A veces divido el mundo en dos. Ayer lo dividí en: mujeres que son como días de calendario y mujeres que son como calendarios para el día.
La mujer calendario tiene los meses en su entrepierna y en su mirada. Es como un calendario perpetuo con todos los lunes que han sido y los que serán hasta el fin del universo. En círculo rojo señala los días de luna llena y los días de amor menguante. Da a conocer los días de los santos y de los no tan santos; en cada línea de sus versículos (sin albur) presenta la conmemoración cívica o religiosa a celebrar.
Algunos ingratos (nunca faltan), la colocan sobre su escritorio o la cuelgan en la pared de la oficina. Los más inteligentes la llevan en la bolsa de la camisa, muy junto al corazón. Los hombres sabios saben que la mejor mujer calendario es la de bolsillo, la que rechaza el olvido y nos recuerda a cada instante que los martes son para ir al parque, los miércoles para leer a Marirrós Bonifaz o a Efraín Bartolomé, los jueves para jugar carritos, los viernes para subir a una montaña, los sábados para tomar agua de chía y los domingos para ir a volar papalotes. ¿Los lunes? Los lunes son como esas materias de la universidad que se llaman optativas. Uno puede optar por ir al trabajo para justificar la quincena o por ir a visitar al Señor Secretario (aunque esto último confunde el río con un simple charco).
He visto a la mujer calendario en el taller del zapatero; la he visto pegada con tachuelas sobre la pared, con el torso desnudo, con una mirada confundida; también la he visto, ya en tono sepia, en la cocina de la abuela.
La mujer calendario puede ser de cartón sencillo o plastificada. La primera se consume con el fuego y se agota con el agua; la segunda soporta el paso de los años, pero no permite acariciar su corazón (todas las mujeres plásticas poseen este defecto).
Ella tiene muy bien definido sus ciclos. Su agua está dividida en siete vasos. Los hombres inteligentes saben que hay que probarla poco a poco, así como está dosificada. Los estúpidos que la beben de un solo golpe la dejan vacía, sin su luz. Por esto hay tantas mujeres, en cafés, plazas y cuartos, buscando a otros hombres que les llenen sus odres.
A la mujer calendario hay que consentirla con la pasión del que conoce los secretos del cielo. Su luz está regida con los movimientos del universo.
Se reconoce que no es una creación de Dios sino del hombre, pero del hombre culto, de quienes saben que todo, en la vida, responde al plan supremo de Dios. Por esto, no es exagerado decir que de todas las mujeres que existen en la tierra, la mujer calendario es la consentida del destino. A cada instante nos recuerda que somos simples marcas sobre su cuerpo, sencillos proyectos a futuro.
Conozco hombres a quienes les encanta marcarla, con plumones, con lápiz o con plumas de colibrí. Me dan pena porque esas señas son citas de trabajo, cumpleaños de los tíos, comidas con los compadres o compromisos con los jefes. Me dan pena porque las marcas tendrían que ser marcas de agua sin más destinatario que ella misma. Los hombres deberían honrar a esta mujer reconociendo la bendición de estar junto a ella y dejar todos los pendientes para un día antes del fin del mundo. Mientras tanto, destinar los lunes para pintarle estrellas en su pecho; los martes para beber del cuenco de su vientre; los miércoles para escribir poemas en su cintura; los jueves para hacer el inventario de sus ojos; los viernes para contar los ríos de sus tierras aún no descubiertas; los sábados para soñar con las lianas de sus dedos; y los domingos para dormir con ella, al lado de una laguna.
A veces divido el mundo en dos. Mañana lo dividiré en: mujeres que son como el asta de la bandera y mujeres que son lavanderas hasta que dicen ¡basta!