domingo, 14 de agosto de 2011

FORO: EL PAPEL DE LA RADIO COMO MEDIO DE COMUNICACIÓN Y SU INFLUENCIA EN LA SOCIEDAD.


Radio "Brisas de Montebello" cumplió 8 años de transmisiones, el pasado sábado 13 de agosto. Juan Manuel González Tovar me invitó a participar en un Foro, donde se me asignaron 8 minutos para intervenir. Para tal propósito escribí el textillo que comparto a continuación:

¿Cuándo se inventó la radio? ¿En qué momento la conversación de la sala o del café se volvió un espacio público?
No sé cuándo se inventó la radio, sólo sé que en algún momento alguien descubrió esta maravilla. ¿Cuál es la maravilla? Que una voz se escuche en mil oídos, por encima de las montañas o a través de los mares.
Antes del invento de este chunche, medio mundo se comunicaba de manera muy elemental y primitiva. Don Nepomuceno salía, de madrugada, trepaba al monte y enviaba señales de humo. Prodigio era “escribir” ese código, prodigio era “descifrar” el mensaje.
Pero si hablo de señales de humo hablo de ¡nubes! Y hablar de la radio significa hablar de nubes, porque la radio es lluvia. Lluvia de sonidos. Y ahora, gracias a ese compa que inventó la radio, ¡llueve en todas partes! Llueve tanto que, incluso, a través del Internet, escuchamos voces desde el Japón, desde la Rusia, desde Alemania, ¡Dios mío!, hasta de por acá cerca con ese invento de Barba Roja que se llama radio pirata.
Hagamos un sencillo juego de imaginación: cerremos los ojos, un segundo, y pensemos que la radio ¡no existe!
Nos levantamos, ponemos el vaso de peltre con agua en la hornilla de la estufa, prendemos el calentador para el baño y luego vamos a la sala a encender ese aparato que, nos dijeron nuestros mayores, se llama radio. Le damos vuelta a la perilla y escuchamos, como siempre ¡la nada! Heredamos ese armatoste con bulbos pero no sabemos para qué sirve. Nos dijeron que lo teníamos que encender y ¡así lo hacemos!, pero es un objeto aburrido porque nunca hace algo. Cuando menos, la cajita de música toca una canción y hace bailar a una muñeca, pero ¿el radio? No sirve para algo.
La ventaja del silencio de este aparato es que en lugar de oír la voz de un locutor con voz de vendaval de agua entre piedras o una canción de Arjona, la peor pesadilla que nos llegó de Guatemala, podemos escuchar el murmullo de la escoba que sacude el patio o el canto del cenzontle que aroma nuestras esquinas.
Como seguimos imaginando que la radio no existe tenemos que llenar nuestros tiempos con juegos, para no aburrirnos. Así vemos que los niños, en lugar de oír a Raymundo Zopilote, con su imaginativo programa de Radiombligo, salen a la calle y juegan obliga o burro castigado o chepe loco. A los niños no les queda de otra que hacer temporadas de trompo, balero, yoyo o canicas.
¡Ah, piensan los viejos, qué pena que la radio no existe! Porque, ellos, igual que los niños salen a la calle, sacan sus sillas y esperan a que pase algún compadre o comadre para que platique con ellos. Preparan, con las manos callosas, un papel amarillo donde colocan hebras de tabaco, lo enrollan, lo prenden y echan humo, en intento de ahumar la nostalgia.
Porque hubo un tiempo, nos platican los abuelos, en que la radio ¡existió! Los hombres, antes de ir a la huerta, prendían la radio y tomaban su café oyendo a Pedro Infante o a Jorge Negrete. Se valía, ¡claro que sí!, llevar al sembradío un radio de pilas. La yunta de bueyes como que se movía más rápido cuando los toros o vacas oían aquella canción que dice: “Han nacido en mi rancho dos arbolitos. Dos arbolitos que parecen gemelos…”, y las mujeres, lavando la ropa en el río, poniéndola a secar sobre las piedras blancas y lisas, escuchaban las radionovelas, soñaban con Marcela que, en brazos de Romeo Alejandro, anhelaba un paraje donde había un río limpio, con cielos llenos de garzas y loros.
Los abuelos platican que, al regreso a casa, cuando la tarde se escondía detrás de las montañas, ellos se sentaban en el corredor de la casa y miraban cómo los pájaros llegaban en bandada a refugiarse en las copas de los árboles. Mientras los pájaros hacían un revuelo y un bullicio de los mil cantos, ellos prendían la radio, para escuchar la música de los tríos y las canciones de Lola Beltrán. Cuentan los abuelos, que el bullicio de los pájaros acababa porque también los zanates escuchaban, maravillados, aquello que dice: “que una paloma triste, muy de mañana le va a cantar, a la casita sola, con las puertitas de par en par”.
Y cuando el insomnio aparecía y sólo el Dzulum asomaba sus ojos de brasa, los hombres encendían la radio. Porque la radio, cuentan los abuelos, les servía para ahuyentar la soledad y el tedio. Cuentan que, por todos los caminos, se miraban hombres llevando radios portátiles sobre el hombre derecho, al lado del oído.
Por eso dicen que es una pena que a nadie se le haya ocurrido inventar la radio. Dicen que es una pena que ahora esos objetos con marcas tan raras como philco o telefunken sólo sirvan para acumular polvo.
Los hombres de ahora hacen todo lo que los abuelos dijeron, pero, es en el último instante que el agua se evapora. Dicen los viejos que la magia radicaba en el instante en que la mano del hombre daba vuelta a la perilla y prendía dicho objeto. ¿Lo ven? Bastaba una simple vuelta y un sonido de clic para que las palabras y sonidos de todo el mundo entraran, como huracán, a los cuartos y patios de las casas de cualquier pueblo. Cuentan que en cuanto ese clic hacía el prodigio, la gente cambiaba su rostro de piedra, movía sus pies y su corazón bombeaba más fuerte.
Bueno, basta de imaginar la inexistencia de la radio. Cerremos los ojos un segundo e imaginemos que la radio ¡existe!, y que con un simple dar vuelta a la perilla ¡realizamos uno de los prodigios más grandes que el hombre ha inventado.
No sé cómo se llama el inventor de este chunche maravilloso, pero se me ocurre que fuera bueno enviarle bendiciones hasta el lugar donde se encuentre. Tal vez, en la muerte, también hay un objeto que entretiene el tedio de la paz eterna.
¿Cuál es la influencia de la radio en la sociedad? Es la misma influencia que provoca la luz en la sombra; la misma que provoca el aire sobre el vacío; la misma que provoca la sonrisa en medio de la niebla; la misma del fuego en la hierba seca; la misma de los ojos del hombre sobre el deseo de su amada.
Los hombres todos, del mundo todo, estamos formados por la radio. Esto lo saben los perversos y por eso nos obligan a oír al tal Arjona, para que nuestro gusto musical se reduzca a su mínima expresión. Los hombres de todos los tiempos llevamos en nuestra mente y en nuestro corazón nombres que conforman la historia de la radio. Los mexicanos sabemos que la W no es una letra del abecedario sino una estación de radio; sabemos que el corazón del hombre se formó con bulbos, transistores y microchips.
Por esto es bueno que exista la radio y que, sobre todo, exista la radio pública, como ésta que hoy cumple 8 años: Brisas de Montebello.
Es bueno porque, al no tener como objetivo el lucro y el afán comercial, su programación puede presentar otras alternativas, unas, sobre todo, donde no esté presente el Arjona y los cofrades de su abismo.
Al conocer y reconocer que estamos hechos con las ondas que transmite la radio, la radio pública puede incidir para que estas generaciones se formen con acordes de jazz, de blues, de rock y de otros ritmos mundiales; puede incidir para que los jóvenes de estos tiempos también estén hechos con palabras y con reflexiones que vayan más allá de lo banal y lo intrascendente. Uno siempre desea que la radio nos traiga voces mayores. ¡Uno anhela que la radio se llene de poesía!
Que la radio pública, la de gobierno, permita abrir otras ventanas. Que la radio pública deje que la radio privada sea la simple radio rocola que promueve, una y otra vez, voces tan simples como la de Paulina Rubio o la de Ninel Conde. ¡Dios mío! Que la radio pública deje que la radio privada sea la que promueva el desenfrenado comercialismo ramplón.
La radio pública, como Brisas de Montebello, tiene la enorme responsabilidad de salvaguardar las tradiciones del pueblo y preservar los valores supremos del hombre; tiene la responsabilidad de fomentar el aprecio de las artes, de la buena música, de la poesía, de la novela, del cuento y del teatro. La radio pública debe ser la llama que incendie el espíritu del hombre.
Cerremos los ojos por un segundo e imaginemos lo que sería el mundo, o cuando menos esta parte del mundo, sin la radio. Si bien no estaríamos incompletos porque el hombre es una unidad, sí es cierto que seríamos otros, tal vez tendríamos un alma de isla y un vuelo de pájaro atolondrado.
Abramos los ojos y demandemos una radio más inteligente; una radio más propositiva y seductora, a fin de que nuestro amor nunca decaiga. Muchas gracias.