viernes, 23 de septiembre de 2011

DESDE EL TECHO DEL MUNDO




Imaginá que te llamás azotea, imaginá que sos una azotea. Claro, podés ser azotea de edificio de diez pisos o de una modesta casa donde cuelgan la ropa para secar. De una o de otra manera estarás llena de aire y de viento. Tu mirada no tendrá límites (a menos que vivás en Nueva York y seás techo de un edificio de cuarenta pisos en medio de edificios de más de cien). Pero lo anterior es un sueño porque a lo más que podés aspirar es a ser techo de una construcción de Tuxtla o de Arriaga o de Tapachula o de Palenque o de Comitán o de San Cristóbal de Las Casas o de San Juan Chamula.
Procurá que tu piso tenga cierto desnivel para que no te llenés de agua cuando llueva. Siempre es conveniente no ser horizontal al ciento por ciento, una cierta pendiente en la vida produce un gusto de tobogán o de resbaladilla. Debés consentir que sobre tu cuerpo coloquen la “cochina” del gas estacionario y alguna antena parabólica de televisión de paga, más el inefable “rotoplas”. También es posible que sirvás como patio de chunches viejos y no será raro que sobre tus piernas o sobre tu pecho pongan ladrillos, tejas galvanizadas con roturas, bicicletas oxidadas y uno que otro pedazo de tejamanil.
Nunca podrás ver las baldosas de la planta baja o los rosales del jardín o los peces de la fuente, en cambio podrás ver todas las nubes y todos los azules de todos los cielos de todos los días de todas las noches de toda la vida.
Tu vocación será mirar hacia arriba, siempre hacia arriba. Serás pariente del Everest (pariente menor, pero pariente al fin); serás el punto de vista de todos los que visitan el cielo, desde las palomas hasta los aviones pasando por las golondrinas que buscan hacer verano.
Te visitará la sirvienta que cuelga la ropa en el tendedero; te visitarán los niños, en las mañanas, que suben a jugar escondidas mientras su madre está en el súper; te visitará el señor y la sirvienta, en la tarde, cuando la esposa está jugando cartas con sus amigas en el club; te visitará la hija universitaria con su novio cuando juegan a encontrar la Osa Mayor en noches de luna menguante; te visitará la abuela en noches de insomnio y de nostalgia; la niña que pide tres deseos; el político que no encuentra el hilo del sosiego; el escritor que escribe sobre abejas y panes que vuelan en laberintos.
Serás el sueño de la casa y su propio límite. La casa no podrá ir más allá de tus deseos. Si vos no soñás con volar, la casa siempre estará atada a sus cimientos. Si vivís en Tuxtla podrás mirar a la Torre Chiapas; si vivís en Cahuaré podrás mirar las garzas que se preparan a surfear en el Río Grande; si vivís en San Cristóbal podrás oler el aroma de los cotones chujs cuando ofrecen su copal al santo; si vivís en Cabeza de Toro podrás oír el aleteo de los poemas de Quincho; de igual manera, si vivís en el barrio de Guadalupe podrás tocar el sueño de un pueblo llamado Comitán. Por eso, digo, elegí ser techo de una casa que esté con los pies bien puestos en la tierra. Procurá que tu dueño siempre te maquille con chapopote para que, en tiempo de lluvia, ¡no te maldigan! Para que, al contrario, tus moradores siempre bendigan su paciencia y tu tiempo y todas las mañanas den gracias a Dios por tener un techo que los cubra y los proteja de las inclemencias del tiempo.