sábado, 24 de septiembre de 2011

"YO TAMBIÉN ME LLAMO VINCENT", UNA NUEVA TENDENCIA EN LA LITERATURA CHIAPANECA


Nota: El doctor Sarelly Martínez escribió un comentario acerca de la novelilla breve "Yo también me llamo Vincent". Él, generoso, lo compartió conmigo y yo lo comparto con los lectores de este blog.


Yo también me llamo Vincent, una nueva tendencia en la literatura chiapaneca

Sarelly Martínez*

De Alejandro Molinari admiro su pulcritud y elegancia en la escritura, pero sobre todo, su buen humor. Si tuviera que buscar un parecido, diría que me divierte tanto como su tocayo Baricco.
Acabo de leer Yo también me llamo Vincent y, pese a que cuenta una historia triste, disfruté aquí una anécdota, allá una buena frase, que dan, en conjunto ,un libro ligerito, sabroso, para disfrutarlo entre cervezas y botanas comitecas.
Es difícil, enormemente difícil, saber manejar el humor. Molinari lo hace con elegancia y destreza. La única arenilla que pondría sería ese constante recordatorio de Comitán: de los apodos, que ya sabemos que son variados e ingeniosos pero reiterativos, de la gente moldeada con plastilina y que a fuerza de repetirlo se ha hecho eterna y prototípica.
Aunque a partir de lo local se expande el universo, preferiría que no hubiese tanta referencia a Balún-Canán. Se cae, a veces, en el lugar de siempre, solo con algunas anécdotas nuevas, propios de una Rial Academia de los Cuchumatanes. Ese sería el único asuntillo que objetaría y sólo por objetar, pero yo sé que una de las muchas cosas que a Alejandro le da aliento, ánimos y gozo de escribir, es precisamente la referencia a esa tierra inasible, amada y cósmica.
Yo también me llamo Vicent me llegó por la generosidad de Alejandro. Sin conocerme me envió su novela –o no sé si la remitió traspapelada entre el montón de correos de sus amigos–. Como sea. Eso habla de su corazón ancho y abierto, para la botana, para el traguito y comentarios como el mío.
Y ese teclazo generoso ha marcado, sin duda, una nueva tendencia de la literatura chiapaneca: tirar palabras por la red a mansalva, para regar con frases alegres, renovadas o marchitas a los escasos lectores.
Los quejitas, que se dicen víctimas de las políticas culturales y de la red asfixiante de amigos escritores –con sus clubes exquisitos– ya no tienen más pretextos: que den un teclazo a su obra, que no la guarden para el próximo siglo, que reciban nuestros amargosos comentarios ya, ahora, en esta tierra y no en la venidera.
¿Por qué a fuerzas se debe ver impresa una obra, muchas veces soporífera, pestilente y mala? ¿Cuántos árboles, esfuerzos y dinero se necesita para ver concretadas sus cien, doscientas páginas? Basta, digo, darle el teclazo final para sacar al autor de su oscuro anonimato al más reluciente parnaso literario.
Stephen King puso en marcha el experimento de distribuir sus libros en internet con The Plant. Sus lectores debían pagar un dólar y baste decir que fue un éxito. Incluso muchos lo acusaron de querer hacerse rico (¿más?) a través de este nuevo mecanismo.
Pero en Chiapas, en donde nadie vive de vender palabras, mucho menos las literarias, lo que podemos ver en la distribución de obras en internet no es sino mero altruismo y el afán verdadero y desinteresado del autor por entablar una comunicación rápida, eficaz y económica con la esmirriada clase lectora
En realidad me estoy metiendo en un tema que no deja más que sinsabores y que ya se gastarán hartos caracteres cuando se haga práctica común y el estado decida, entonces, entregar becas en función del número de descargas de libros que presente un autor. Pero esos serán otros tiempos.
Volvamos a Yo también me llamo Vincent. Y volvamos al humor, porque en ese contar la historia con candidez, casi con inocencia, se dispara la ironía.
Es imposible no encontrar en Molinari la presencia de un maestro del buen ánimo, como lo es Óscar Bonifaz, un personaje que ha escondido su obra para exaltar la de su amiga eterna, Rosario Castellanos.
La diferencia más notable que percibo entre Molinari y Bonifaz, sin embargo, es que el primero pone la anécdota al servicio de la obra. Bonifaz es diferente: busca la anécdota, la persigue, la atosiga, y una vez decapitada persigue otra, otra y otra hasta enlazar una obra anecdótica de, por supuesto, Comitán.
Aparte de ese regusto, de esa alegría que me dejó Yo también me llamo Vincent, me atrapó el ritmo agradable, con sorpresas por aquí y fauleos por allá; con el alter ego de Molinari, ansioso por regresar al ombligo del mundo, porque en otro lugar se siente atrapado, lleno de nostalgia y deseos de retornar mas que por la casa, por la gente a quien extraña, y por ese clima que debe ser el más agradable del planeta moribundo.
¿Qué hacer en una tierra así? ¿Convertirse en cantinero, fabricador de aguardiente, finquero, transportista, tratador de blancas? Su alter ego no tiene dudas: no importa a qué pero desea estar de vuelta con su gente. Y el oficio viene añadido: ser actor en el lugar más insólito de la tierra.
El lector asume que el alter ego se enfundó en la piel de un actor dislocado, pero creíble. El cuento, como decía el título de algún libro, está precisamente en creérselo, y a Alejandro Molinari no le cuesta nada mentirnos tan descarada ni tan alegremente.


*Dr. Sarelly Martínez: Doctor en Ciencias de la Información, por la Universidad Complutense de Madrid y Profesor de Tiempo Completo de la UNACH.