lunes, 19 de septiembre de 2011
EL VUELO DEL ÁGUILA MAYOR
En los últimos tiempos, el grupo de marimba más famoso de Comitán es “Águilas de Chiapas”. Siempre se anunció anteponiendo el nombre de su creador: Límbano Vidal Mazariegos.
Un día don Límbano murió, murió sin recibir el homenaje que el pueblo y gobierno de Comitán le tenían preparado.
Por fortuna, don Límbano aceptó el homenaje que le rindieron en su pueblo natal: Socoltenango. Ahora, la Casa de la Cultura de aquel lugar lleva su nombre.
Cuentan que don Límbano acudió con gusto a recibir el homenaje en aquel lugar; cuentan que subió al escenario y, al lado de sus hijos, tocó el instrumento que lo hizo famoso; cuentan que su rostro adquirió el color del flamboyán. ¡Qué bueno que en el lugar donde enterró su “mushuc” recibió el abrazo de hijo querido!
En Comitán no fue posible. Hay avenidas por donde, de pronto, corre el agua de manera impetuosa y no es posible caminar.
En Comitán nos quedamos con la palabra atorada, con el abrazo extendido, con las nubes envueltas en papel de china; nos quedamos con ese resabio del que se contiene para decir “te quiero”.
Nos quedamos con el canto del cenzontle enjaulado. Teníamos preparado una enrama con esas flores que se llaman “eques”; teníamos dispuesto celebrar que en Chiapas el viento es afectuoso porque el sonido de la marimba seduce al aire y las manos de Límbano eran expertas seductoras.
El esqueleto de los chiapanecos no está hecho de huesos, está formado por teclas de hormiguillo, por esto, cuando alguien tropieza y cae no se oye el clásico “pongoch” de otras regiones; se escucha algo como el sonido del “rascapetate” cuando comienza a caminar.
Nos quedamos con la orquídea en la mano. Teníamos dispuesto celebrar que en estas tierras tenemos cántaros donde cobijamos el agua y Límbano era uno de los mejores cántaros para contener el agua del viento.
La música de don Límbano, con sus “Águilas de Chiapas”, bordó los mejores arpegios en los patios de las casas, en las fiestas familiares; en maravillosos conciertos al aire libre y en espacios cerrados. Al entrar a las casas llenas de juncia y de manteados y manteles blanquísimos, el corazón se llenaba de trementina al oír la marimba de don Límbano. La trementina del corazón ardía al contacto con la música.
Nació en Socoltenango, pero en el árbol de Comitán construyó su nido de luz. Nuestro horizonte es ahora una línea de aire puro y en mucho se debe a su música.
Un día, al maestro Límbano se le ocurrió morir. Por fortuna, el universo es infinito y conserva por siempre su magia. Nosotros, acá, nos quedamos con cierto “flato”. Ya no pudimos decirle en voz alta, en medio de la gente, en el lugar adecuado, que era el águila mayor. ¡Ahí será para la otra!