viernes, 9 de septiembre de 2011

LA SOMBRA DE LA LUZ




Esto de la conciencia es complicado. Durante más de cincuenta años me anduvo jodiendo. Quise ignorarla, pero no pude. No supe cómo hacerlo. Parece que la conciencia viene incluida en el paquete y los adultos se encargan de irla llenando de culpas y complejos. De niño, mi abuela Esperanza me advertía la necesidad de escuchar “a mi conciencia”; así, desde edad temprana, tuve “conciencia” de la conciencia. Una vez que sustraje un reloj de oro de la casa de una amiga (sólo por diversión, dicta ahora mi conciencia de adulto honesto), la susodicha me atormentó y no descansé hasta que la propietaria llegó a casa y me dijo que si no le regresaba el reloj me acusaría con mi papá. Conforme crecí dejé de hacerle caso, porque mi conciencia era ¡una exagerada! Si me masturbaba me decía que eso era malo; si tomaba trago ¡me acosaba!, y junto con la cruda me ponía brasas en mi cerebro.
Siempre fue una acosadora y me causó más tormentos que los infligidos por La Santa Inquisición (si no iba a misa también me imponía castigos que, cuando menos, duraban dos días).
Hoy entiendo que es la compañera más fiel que he tenido. ¡No me ha abandonado ni un segundo! Es tal su poder que, a veces, en la madrugada despierto lleno de sudor por sus gritos que, en la inconsciencia, me instalan en la conciencia.
Mi abuela también acostumbraba decirme que podía mentir a todo mundo ¡menos a Dios! Dios estaba en todas partes y como un Big Brother omnipotente veía todo lo que hacía. Ahora pienso que la conciencia se asemeja mucho a Dios, porque a ella tampoco puedo mentirle. ¿Cómo, si la condenada está dentro de mí y sabe todo lo que hago y lo que pienso? Mis temores y mis deseos están pegados a su piel. Mi conciencia durante muchísimos años fue una “caemal”, como mi tía Eugenia que miraba el pecado en cada puerta y en cada persona.
Ya no me atosiga como antes, porque un día me di cuenta que, contra mi certeza de ser hijo único, la conciencia es mi hermana gemela. Por eso un día decidí bautizarla y celebrar su cumpleaños. La bauticé con el nombre de Iluminada y aunque, al principio, me rezongó por no haberla bautizado antes, hoy nuestra relación es tersa.
Debo confesar a mis lectores que este acto resultó igual que el nombre de mi hermana ¡luminoso! Ella modificó su comportamiento. Sigue acompañándome a todas partes, pero, ¿cómo decirlo?, se ha vuelto más tolerante e incluso consentidora.
Ahora mismo Iluminada está acá a mi lado y lee esto que escribo y está contenta. Si coloco la palabra “pendejo”, sin razón, sólo como un mero juego, ella ya no se enoja, al contrario, está divertida, porque cree que es un atrevimiento publicar esto, sin lógica, en “El Heraldo de Chiapas”, uno de los periódicos más importantes del estado (ahora mismo, Iluminada dice que es ¡el mejor periódico de Chiapas porque acá escribe su hermano!). Yo también me he vuelto más tolerante y disfruto su compañía. Bastó reconocerla como mi hermana para sentirme bien.
Mis papás nunca me explicaron la presencia de esta hermana. Es bonito tener una hermana que siempre está contigo, que te acompaña a todas partes y se convierte en tu cómplice. Si miro a una muchacha bonita ahora mi hermana sonríe y me dice que soy un viejo picarón (¿lo ven? Antes me acusaba de perverso). Ayer me masturbé y ella jugó conmigo y fue tan bello que nunca apareció esa culpa de relación incestuosa. ¡Al contrario, somos tan cercanos que conocemos nuestros gustos y deseos a la perfección! Por eso digo que esto de la conciencia es complicado, porque no faltarán aquellos lectores que ahora no entiendan bien a bien lo que escribo en esta Arenilla.