viernes, 3 de febrero de 2012

CARTA A MARIANA, DONDE SE CUENTA CÓMO EL SOL ES UNA LUNA ROJA NACIENTE




Querida Mariana: a veces a Comitán lo abandono tantito. En las últimas semanas he andado por Japón, esa tierra llena de sake, Fujiyamas, cerezos en flor y mujeres envueltas en kimonos. Briseida Guillén, hace tiempo, me obsequió “Los Siete Samurais”, de Kurosawa (por cierto, Briseida recibió una de estas tardes la bendición de un hijo. Le envío un abrazo, con afecto). De igual manera, hace tiempo, revolviendo papeles viejos hallé una copia de “La casa de las bellas durmientes”, maravillosa novela de Kawabata.
Vos sabés, te he contado, que a veces me llegan libros que no sé de dónde llegan. Una noche, hace tiempo, oí ruido en la puerta de la casa, la perrita se subió al sofá y comenzó a ladrar. Al día siguiente encontré un libro que alguien metió por debajo de la puerta. ¡Uf, qué bendición! (hasta la fecha no sé quién fue el generoso proveedor). Lo mismo me sucedió hace como tres o cuatro meses. Recibí un envío incógnito conteniendo un libro de Kenzaburo Oé: “Cuadernos de Hiroshima”. Y ahora, hace apenas cinco o seis días, Enrique fue a la ciudad de México y a su regreso me envió un mensaje en celular: “Pasá a la oficina, con mi secretaria te dejé un libro”. Resultó que el libro es una novela de Oé: “Una cuestión personal”. Enrique bromea y dice que es mi Ramiro Ruiz (lo dice porque don Rami fue el dueño de “La Proveedora Cultural” y con él compré los primeros libros).
Enrique ha sido un proveedor de afecto y de libros, desde siempre. Creo que ya te conté que cuando regresé de la ciudad de México, después de haber estado más de cinco años estudiando en la Facultad de Ingeniería, de la Universidad Nacional Autónoma de México, él, en forma regular, me enviaba libros con la siguiente leyenda: “Para que no te empolvés”.
El polvo quita el brillo a los objetos y, parece, de acuerdo con el dicho de Enrique, también enmohece a los hombres. Enrique y yo hemos sido lectores desde siempre, los libros han sido como el fieltro que sacude y da brillo a nuestro espíritu.
Y digo que estudiaba en la Nacional, porque, a pesar de que no asistía al aula “ingenieril” (por esto no terminé la carrera de Ingeniero en Comunicaciones y Electrónica), sí acudía todos los días, desde las ocho de la mañana a dos de la tarde, a la Biblioteca Central (ah, qué prodigio de edificio). Leía, como si estuviese escrito en la carrera de Letras, muchas novelas y muchos libros de cuentos (con algún agregado de poesía). ¿Por qué nunca promoví mi cambio de Ingeniería a Filosofía y Letras? ¡No, no me preguntés esto! No tendría una respuesta sensata ni lógica. Debió pasar mucho tiempo para que una tarde me inscribiera en la carrera de Lengua y Literatura Hispanoamericana, en la Universidad Autónoma de Chiapas.
Por esto, porque aprendí a vivir otros mundos y adentrarme en otros tiempos, es que con frecuencia abandono Comitán sin abandonarlo. En estos días he estado seducido por la cultura japonesa, me he dejado llevar en esas aguas rituales donde es posible sentarse en medio de un jardín a ver cómo cae una hoja del árbol o cómo crece un renuevo.
Sí, para no empolvarse es necesario, con cierta regularidad, abrir caminos en medio de los libros y ¡viajar, viajar mucho! Viajar tanto que las botas se llenen de polvo, a tal grado que sea preciso tirarlas en un basurero, para que a la menor provocación metamos los pies en los ríos de agua clara que se desbarrancan cada vez que un Kawabata o un Oé nos tiran la cuerda desde sus ventanas. Ahora te dejo. Voy a ver la película de Kurosawa y a leer algunas líneas de “Una cuestión personal”.