miércoles, 22 de febrero de 2012

PALABRAS QUE SON NUBES Y NO SE DILUYEN




Cuando voy al restaurante, pienso en la mujer que prepara la ensalada, la que está en la cocina, en medio de ollas y cucharones. Cuando voy al cine, pienso en el hombre que, en la cabina de proyección, está al pendiente de los chunches que permiten veamos la película sin problemas. Pienso en los hombres y mujeres a quienes nunca veré sus rostros.
Ayer pensé en Liliana Velázquez, de la Dirección de Publicaciones de Coneculta. Liliana me envió un correo y yo le respondí. No la conozco físicamente. La imaginé en un escritorio, frente a una computadora, al lado de un ventilador de pedestal. La imaginé en una oficina llena de libros, llena de diccionarios.
¿Quién corrige, en el periódico, las Arenillas que escribo? ¿Quién busca la ilustración que acompaña al texto? Hubo un tiempo en que esos rostros desconocidos tomaron forma. Valeria Valencia (primera editora de la Sección de Cultura) propició el acercamiento con Juanito, con mi De consentida, con Sandrita y con Ofe querida. Cuando viajaba de Puebla a Chiapas pasaba a saludarlos y todo se volvía como una fiesta.
Liliana me envió la versión diagramada de mi novelilla “Yo también me llamo Vincent”, para las últimas observaciones, antes de que pase a impresión.
¡Uf! La novelilla está a punto de entrar a edición en Talleres Gráficos del estado de Chiapas, con un tiraje de mil ejemplares (sí, es lo mínimo).
Esto quiere decir que la titular de Coneculta-Chiapas ¡cumplirá su palabra! Un día de estos, Raúl Mendoza Vera, talentoso artista de la imagen, me preguntó en el facebook cuándo estaría listo el librincillo en papel. Le respondí que la Licenciada Marvin Lorena Arriaga Córdova prometió que para marzo estaría listo y agregué: “Creo en la palabra de ella. Si no creyera ¡estaría jodido!”. A Raúl prometí que en cuanto tuviera en mis manos un ejemplar de la novelilla se lo haría llegar.
No conocía físicamente a la titular de Coneculta hasta antes de que me recibiera en su oficina. La había visto de lejitos, ella -en ocasiones- cuando visitaba Comitán en misión oficial, me mencionaba, también de lejitos, un poco como si ella fuera la mujer protagonista de la película y yo la observara desde una esquina silenciosa de la sala.
El día que ella me recibió en su oficina, entre otras cosas, me aseguró que esa dependencia publicaría en papel la novelilla y que, a más tardar, estaría lista en marzo de este año. Yo regresé tranquilo a Comitán. Esa noche le dije a mi mamá: ahora sí no fui ignorado, como cuando me invitaron a recibir la Mención Honorífica del Premio Estatal de Poesía Enoch Cancino Casahonda. Mi mamá siguió tejiendo, pero la vi sonreír.
Liliana también me envió correos cuando diagramó el librincillo “Conjuros”. Ella y yo, por un hilo invisible, tenemos relación. Estoy en sus manos, porque el resultado depende, en mucho, de su talento y dedicación. ¿Cómo será la portada de “Yo también me llamo Vincent? ¿Será tan bonita como la que le diseñé para la versión digital? ¿Logrará evadir esas erratas que son como manchas de aceite?
Cuando pienso en la mujer que prepara la ensalada, a veces pienso que ella se corta con el cuchillo y que su sangre se confunde con el rojo del jitomate, y ella corre al lavabo y se pone agua oxigenada y el mesero me sirve la ensalada con un poco de la sangre; cuando pienso en el hombre de la cabina de proyección pienso que, a propósito, sólo por jugar y porque soy el único espectador en la sala, él adelanta la cinta un minuto, minuto en que yo me confundo y no sé porqué el director dio ese salto tan abrupto en la edición de la historia. Cuando pienso en Liliana sé que estoy en sus manos. Es cuando pienso en el valor de la palabra, en esa palabra no dicha por un rostro desconocido. Esta palabra es el compromiso que uno tiene, no con el otro, sino con uno mismo.
Ahora pienso en la Licenciada Marvin y pienso en el valor de su palabra empeñada. Sólo ella y yo estábamos cuando, sentada a mi lado (no atrás de su escritorio), me dijo: “Sí, para marzo tengo tu novela”, y luego platicamos de los tejados de Comitán y de cómo el sol resbala sin pudor, como muchacha de dieciséis años.
¿Quién ilustra las Arenillas? Cuando pienso en él (o ella), pienso que, entre diez o doce imágenes que Google arroja, elige la que más se acomoda al agua de mis ríos. Y él (o ella) cumple con su oficio a diario, sólo porque ha comprometido su palabra con la vida.
Ayer pensé en Liliana, pensé en Ana María Avendaño y pensé en Marvin; pensé en sus palabras y en sus nubes.
A veces pienso en la mujer que se hiere en la cocina, a la hora que prepara la ensalada que comeré. Pienso en los hombres y mujeres a quienes nunca veré sus rostros.