viernes, 10 de febrero de 2012

UNICORNIO CON ALAS DE LUMBRE




Socorro Trejo dice que Efraín Bartolomé catafixeó un homenaje. El Homenaje lo convirtió en: ¡Oh, menaje! El poeta pensó que era preferible homenajear a los niños de Chiapas a través de la magia de la ilustración y de su palabra. Un poco como si quisiera recordarnos que el hombre es ¡su obra!
¿Lo catafixeó? ¡Qué palabra tan irrespetuosa! ¡Qué poco poética! ¿Qué decir, entonces para que suene más sutil, menos escabroso? ¿Decir que Efraín hizo un trueque donde intercambió el instante de gloria terrenal por la cinta de luz infinita?
Un día, Efraín, en una cajita de viento, llevó cinco atados de palabras y los entregó. Los entregó para que, como en la multiplicación de los panes, los encargados del homenaje lo convirtieran en libros. Por eso, Efraín dedicó estos últimos días, que son como los primeros del Origen, a compartir esos panes y esos peces por varias ciudades de Chiapas.
El poeta entrega a Chiapas cinco libros porque cinco son las vocales. Las palabras serían bultos de arena si sólo existieran las consonantes. Antes consonantes, sólo arena, antes de la A de Amistad, de la E de Entrega de Efraín, de la I de Inteligencia, de la U de Único y de la O de ¡Oh, menaje!
El menaje de la sala de los niños chiapanecos ahora está completo. Porque un día, Efraín, el travieso, el niño de la barba de agua de Iguazú, nos dijo que el espíritu del hombre está incompleto si no tiene el color de la tierra y del cielo.
Cinco libros que son como “una gran fiesta en el monte”, porque en el monte es donde se gesta la vida y donde el espíritu puede entonar una “canción con dos niños”, una canción que, detrás del sonido de “la marimbita”, se pasee como ninfa “en la selva de niebla”, ahí donde, al lado del ocofaisán puede aparecer “el cadejo”.
Las palabras que aparecen entre comillas son las palabras que forman los títulos de sus libros. Son palabras que vuelan por todos los cielos hispanos, pero que, en la voz de Efraín, suenan como si en Chiapas hubiesen nacido; porque, sin parodiar a Enoch, Chiapas es monte, es canción, es marimba, es selva, niebla y leyenda.
Efraín catafixeó el homenaje y entregó cinco libros (¡otra vez la palabreja, qué necio!). Alguien le propuso elegir entre la bolsa izquierda y la bolsa derecha, pero él, duende travieso, dijo: “Lo que tengo en la bolsa de mi camisa, la que está cerca de mi corazón”, y botó el homenaje y, ¡oh, menaje!, llenó de aire y de cielo los bolsillos del corazón de los niños chiapanecos.
Los libros están bellamente ilustrados. Por ahí, junto al nombre de Efraín, se cuelan los nombres de Margarita Sada hada; de Gabriela Podestá quien ahora está y ahora no está; de Cecilia Rébora rémora de aire en el aire; de Silvana Ávila que silba la hábil a; y de Balam Bartolomé, hijo de Efraín somé que lanza cohetes en la enrama de Ocosingo pingo tiringo.
Socorro dijo que Efraín catafixeó el homenaje. ¿Socorro? ¿Qué Socorro? Trejo, bermejo, cadejo.
Efraín hizo un trueque: ¡libros por egos! ¡Alas por trasiegos!
¡Larga vida al libro! ¡Larga vida al unicornio con alas de fuego!