sábado, 18 de febrero de 2012

CARTA A MARIANA, DONDE SE CUENTA CÓMO EL AGUA NO SÓLO SIRVE PARA BEBER




Querida Mariana: busqué en el diccionario el significado de “aguaje” y encontré que es un lugar donde “suelen beber los animales silvestres”. Hace años, por el rumbo de Guadalupe, hubo un ranchito que se llamó El Aguaje, porque tenía un pozo. Imagino, sólo imagino, que era un lugar con árboles donde las chinitas llegaban a beber agua en algún charco. Tenía (así lo imagino) un tenocté, dos árboles de limón, dos de granada, muchos árboles de aguacate y tres o cuatro magueyes, enredados entre muchas margaritas, colas de quetzal, flores de mayo, teresitas y jutús; algunos niños se colaban y, de robadito, bebían aguamiel. Me cuentan que ahí, doña Chus Velasco Pinto y don Luis Vázquez -dueños del predio- tenían un restaurante familiar (al estilo de lo que hoy es La Casa Rosada o Comitán, ¡qué lindo y qué rico!) donde preparaban riquísimas botanas, acompañadas por las campanadas del templo y por el santo traguito (como dice doña María Elena Vázquez, hija de los nombrados). Cuando era fiesta de la Virgen, los propietarios rentaban el patio de la inmensa casa para bailes. Dos compas me contaron que recuerdan al predio cercado por malla, por lo que en día de guateque lo cubrían con manta para que los de afuera no miraran a los bailadores, por aquello de que en Comitán “por mirar ¡sí se paga!”, pero doña María Elena dice que no estaba enmallado, ¡tenía barda! “Qué van a saber ellos si nosotros fuimos los dueños. Quienes entraban al baile pasaban por el portón, como toda la gente decente”. En ese tiempo era costumbre colocar un clavel rojo en la solapa de los caballeros, como distintivo de que ya habían pagado. Ah, qué maravilla, mirás, niña bonita, todos los hombres portaban una flor que luego podían obsequiar a su pareja.
¿Por qué te cuento esto? Por dos cosas: primero, por el sonido de la palabra y segundo porque hay personas que son como un aguaje, personas a las que te acercás y te brindan sombra y gajos de frescura. En mi vida, gracias a Dios, me he topado con gente así. ¿Sabés que vos sos como un aguaje porque tenés la flama del tenocté? Pensá tantito en la palabra y luego pronunciala como si tomaras un buche de agua fresca: ¡a-gua-je! ¡Ah, suena como suenan los chorros de La Pila en tarde soleada!
Hay palabras, niña bonita, que suenan como viento sobre los árboles, que suenan como una Pavana de Maurice Ravel o como cuadro de Chagall. Aguaje es de estas palabras. Ahora, en Comitán ya no escuchamos la palabra aguaje con frecuencia. Lo que sí escuchamos en el pueblo es radio IMER. El otro día, en el programa de radio “Crónicas de Adobe” llegó Marcos Ramos Penagos y, entre muchas ramas, apareció el árbol de su abuelo: tío Tavo Penagos. Vos no conociste a tío Tavo. Él fue un cantinero famoso, su fama llegó a todo el estado y a algunos lugares de más allá. ¿Por qué fue famoso tío Tavo? Por sus dichos, por sus bebidas y por su trato. Tal vez tu papá recuerda los famosos dichos, preguntale. Dos son los más nombrados. El primero lo decía cuando algún cliente le reclamaba lo escaso de la botana: “Es botana ¡no es comida!”, y el otro lo decía cuando le solicitaban una “macharnuda”: “¿De cuántas cuadras lo querés, hermano?”.
Los dos dichos tienen sustento en lo siguiente: las botanas que servía tío Tavo eran muy diferentes a las que servían en El Aguaje. En este lugar, como era un restaurante, los comensales le entraban a la gallina de rancho con salsa de tomate; quesos fritos; lomos dorados y lomos rellenos, al ritmo de discos con marimba o con boleros rancheros de Javier Solís. En cambio, en la cantina de tío Tavo nunca oí una cancioncita de fondo, lo que ahí imperaba era la plática sabrosa de los comensales (el tío nunca lo dijo, pero bien podría haber dicho: “¿Querés oír música? ¡andá a tu casa!”). El Aguaje era un lugar lleno de naturaleza pródiga enmarcada por el Sol (del Sol Sol, no de la cerveza); la cantina de tío Tavo era un espacio pequeño, en el centro de la ciudad, sin mucha luz y sin un gajo de rayo de Sol.
En un lugar donde amamos la botana generosa, Tío Tavo se hizo famoso, precisamente, por lo contrario: su botana era como un hilo de agua. Si cuatro compas se sentaban a la mesa, él pasaba cuatro mínimos pedazos de butifarra (dicen que cortados con guillete) aderezados con un pico de gallo, también mínimo. Así, a cada comensal no le quedaba más que “consentir” su botana, tomaba el pedazo de butifarra y lo iba comiendo poco a poco, casi casi mordisqueado con los dientes al estilo de ratón empachado. Y para que entendás lo de las cuadras, debo decirte que una de las bebidas más famosas de tío Tavo fue La Macharnuda (andá a saber de dónde pepenó el nombre). La familia de Marcos aún conserva la “receta secreta” de esta bebida alcohólica pegadora. ¿Pegadora? Sí, la Macharnuda es una bomba, porque (imagino) es producto de una mezcla de bebidas azucaradas con bebidas alcohólicas. Existe el mito de que, en efecto, el compa que pedía una macharnuda para equis número de cuadras, al salir del bar ¡caía como árbol talado por un gigante! a la hora que cumplía el recorrido.
Marcos pronuncia Macharnudo, en lugar de Macharnuda, pero yo siempre oí que mis compas pedían la bebida con nombre femenino (Fox diría que era macharnudo para los chiquillos y macharnuda para las chiquillas). ¿Macharnuda o macharnudo? Parece que es válido de ambas formas. Lo que no plantea duda es lo siguiente: es una bebida que debe tomarse con precaución para no agarrar una bolera de bestia con pezuñas; y deben prepararse el espíritu y el cuerpo para soportar una cruda de Dios Padre a la mañana siguiente.
¿Sabés cuánto tiempo vivió tío Tavo? Marcos asegura que ¡más de noventa años! Recuerdo a tío Tavo, en los años noventa, cuando ya no tenía su cantina, parado en la puerta de su casa, saludando a los compas que pasaban por la calle e invitándolos a echarse un su “pitutazo”; quienes aceptaban eran conducidos por el tío a través de un zaguán hasta llegar a un cuarto (ahora sí lleno de Sol) donde, en la puerta, tenía pegado un letrero: “Laboratorio del Dios Baco”. Sacaba una botella, dos vasos pequeños de cristal y servía: “Salud, pue’, hermano”.
A don Luis de El Aguaje no le dio por inventar bebidas. Lo que sí hizo fue preparar su propio trago en garrafones, un poco como ahora, en restaurantes de postín, sirven “la reserva de la casa”. Doña María Elena dice que el licenciado Jorge De la Vega Domínguez era cliente asiduo del restaurante. ¿Cómo no iba a serlo, si las mesas estaban debajo de la sombra de los árboles, cobijados por el azul de este cielo comiteco? ¡Ah, maravillosos lugares donde el sitio de la casa se trastocaba en el espacio para la convivencia, degustando ricas “boquitas” aderezadas con dos o tres pitutazos de comiteco!
Pero don Jorge De la Vega también fue cliente de tío Tavo. De esto da constancia el cuadro de honor que el tío tenía colgado a la mitad de una pared de su cantina. Uno entraba y podía pasarse un buen rato mirando las fotos tamaño infantil de los clientes que habían cedido su foto para convertirse en Clientes Distinguidos; uno lo hacía mientras el tío preparaba la bebida o los panes compuestos más ricos de toda la región. Marcos asegura que el cuadro de honor aún existe. Cuando Javier y yo (ya estudiantes universitarios) íbamos a echar trago a la cantina de tío Tavo, él señalaba el cuadro y, orgulloso, me decía: “¡Ahí está mi papá!”. El licenciado Javier Aguilar Torres, quien tenía su notaría a media cuadra del local, aparecía muy seriecito entre la caterva de bebedores. Si menciono a Jorge De la Vega no es para que vayás a pensar que era un gran bolo, ¡no!, él es famoso porque fue gobernador de Chiapas y siempre ha sido considerado como un gran conversador por el grupo de sus compas (uf, yo siempre pienso en todo lo que sabe de los entresijos de la política nacional. ¡Uf!).
¡Únicamente clientes distinguidos! ¡Únicamente hombres con sonido de urna griega! Por que en ese tiempo, Mariana pura, sólo hombres entraban a las cantinas. Por esto, tío Tavo no tuvo empacho en pegar carteles de nenas encueradas en el breve sanitario, de un mingitorio. Mientras el bolencón hacía de las aguas, su mirada podía regodearse en los pechos de alguna modelo de play-boy. Todo era muy íntimo.
Yo, me conocés, soy tímido, por lo que no se me da mucho eso de las relaciones sociales. Nunca fui amigo de tío Tavo, pero un día que entré a comprar unos panes compuestos (los hacía con lonjas transparentes de chicharrón de hebra, crema, repollo y pico de gallo) me contó que un día llegó el gobernador, quien era su amigo y le dijo: “Tavo, ¿no querés ser presidente municipal? Si querés ahora lo ordeno” (en ese tiempo, sólo los chicharrones del PRI tronaban y el gobernador imponía a sus compas en las presidencias). “No, mi gobernador -dijo tío Tavo, cortando rodajas de cebolla sobre una tabla de madera-. Mi pueblo merece gente capaz en el puesto. Yo soy un cantinero”. Con esto, Comitán, tal vez, perdió un gobernante regular, pero, con seguridad, conservó al mejor cantinero de la Edad de Oro de la Cantina Comiteca. Bien dice el dicho: “Cantinero ¡a tus botanas!”.
Tío Tavo fue el cantinero de oro. ¿Cuántos años? ¡Saber! ¡Muchos, muchos! Y su vida fue una vida plena. A mí me gustaba su sistema. Abría su cantina como a las doce del día y a las cinco de la tarde ¡cerraba! Quienes estaban contentos, ya medio agarrando la bolera, tenían que tomar sus chivas y salir, porque los corría a todos. A las siete de la noche volvía a abrir. Con este sistema nunca vi a alguien salir vomitando de bolo (qué diferencia con otros cantineros que, en estos tiempos, tratan que sus clientes se emborrachen hasta las chanclas, porque así les alteran las cuentas).
Ya cansado, tío Tavo dejó de trabajar y cerró su negocio. También El Aguaje cerró sus puertas un día, el día en que doña Chus murió y don Luis ya no quiso continuar con el negocio.
Ambos espacios fueron aguajes para el espíritu del comiteco, remansos para plática sabrosa.
Pd. A mí me hubiese gustado ir al Aguaje. Me encantan los instantes compartidos sin encierros. El otro día, la Paty y yo fuimos a un bosque que está a dos kilómetros delante de la comunidad que nombran El Triunfo. El lugar se llama Los Ocotales y es un pedacito de la sonrisa de Dios. Ahí, en medio de pinos llenos de tanates y cordeles de aire puro, hay un pequeño lago que mueve sus aguas sin prisa. Ese ritmo (ese tempo) contagia el espíritu. A ver qué día vos y yo nos vamos de pinta.