sábado, 21 de abril de 2012

CARTA A MARIANA, DONDE SE CUENTA CÓMO LA LECTURA ES UNA LLUVIA DE LUZ




Querida Mariana: ¿sabías que la UNESCO nombró al año 2012 como Año Internacional de la Lectura? La lectura no puede darse por decreto; pero la iniciativa de la UNESCO es buena, pues nos recuerda el valor del libro. La lectura es un acto íntimo y gozoso.
Los goces, por fortuna, son múltiples. Cada persona tiene sus preferencias y goces particulares. Por esto, la vida es maravillosa. A algunos de mis amigos les gusta jugar tenis, a otros les gusta tomar cerveza con botanas comitecas; otros van al estadio cuando juegan Los Jaguares; unos más bucean en Chucumaltic o van a Puerto Arista y se echan un taquito de ojo con las muchachas bonitas en bikini. Yo respeto todos los modos de ser, la forma en que los hombres y mujeres gozan. No obstante, muchos amigos no son tolerantes conmigo, a veces me he topado con amigos que critican mi modo de ser huraño. Ellos quisieran que los acompañara y gozara sus delirios como lo hice en juventud. Pero, Mariana mía, ya no bebo, no como carne, duermo temprano, no me gusta el calor y no sé nadar (soy todo un caso). Mi goce está en la lectura. Y la lectura no es una manifestación ni una romería. La lectura es un diálogo muy íntimo entre el autor y el lector, es un acto amoroso, sensual y sensorial; vos lo sabés, porque, gracias a Dios, sos lectora de corazón (diría Luis Pano).
Me sorprendo ante el acto donde un artista convoca a miles y miles de personas. Veo fotografías donde un estadio se llena con seguidores de Espinoza Paz o de Paul McCartney (¡un estadio con setenta u ochenta mil fanáticos, Dios mío!) y me pregunto: ¿cuál es la magia? ¿Qué encuentra un hombre o mujer ola al confundirse entre tanto mar? Yo no soy gente de multitudes, a mí me gusta el sosiego y la paz del lector. No me mueve ir al estadio a un concierto de Shakira; me mueve la imagen donde soy lector; la imagen donde estoy a la sombra de un árbol, al lado de un nacedero de agua; donde estoy en el parque, levanto la vista de la hoja del libro y veo a muchachas bonitas que caminan por ahí. Me gusta verme, sentirme, al lado de la ventana que se asoma donde crece una bugambilia y juegan los pájaros. Me mueve el concierto de Paul McCartney, pero escuchándolo en un disco compacto, en el corredor de la casa, al lado de un perro que dormita. Me encantan todas las concentraciones y multitudes, pero vistos desde una ventana o vistos desde la narración de un cuento o de una novela. No me gusta ser parte de la multitud. Me fascina que el escritor vea por mí y luego me entregue su imagen para que yo la recree en mi memoria y en mi corazón.
El otro día fui a La Trinitaria. En el Salón Salomón González Blanco, las autoridades, maestros y alumnos del CECyT 08, organizaron y participaron en el foro “Mi gusto por la lectura”. Fue maravilloso ver el salón lleno de estudiantes; fue maravilloso verlos llenos de luz. ¿Cuántos de ellos tienen el gusto por la lectura? ¡Quién sabe!
Yo no creo en esas estadísticas que dicen que en México no se lee. ¡Se lee!, no lo que uno deseara, pero ¡se lee! Lo que a este país le falta es encauzar a que sus lectores lean autores inteligentes y propositivos. Muchos lectores tienen gusto por esos libros que les llaman de Autoayuda. No saben que si se acercaran a libros de grandes autores literarios y filosóficos encontrarían caminos más luminosos, menos estrechos. Muchos jóvenes preparatorianos leen libros de Carlos Cuauhtémoc Sánchez. Dos de sus libros más leídos son: “Un grito desesperado” y “Juventud en éxtasis”. Cuando se acerca un joven y le digo que hay libros menos limitados, indefectiblemente me pide que le sugiera un libro, pero que no sea aburrido. Y lo dice así porque algunos adultos malvados insisten en decir que la lectura es aburrida. ¡Ah, qué perversión! La lectura es uno de los goces más sorprendentes del universo. Sólo falta jalar el hilo que abra la ventana de la imaginación.
Hay cientos de libros inteligentes, llenos de humor; cientos de libros ¡luminosos!, pero yo siempre sugiero a los lectores jóvenes que se acerquen a tres libros de autores mexicanos, como para abrir boca. Si de plano ninguna de estas novelas les gusta, pues entonces, quiere decir que sus gozos son más terrenales; quiere decir que sus terrenos son los del fútbol, los del cine comercial gringo, los de conciertos masivos con Paulina Rubio. Así como todo mundo no puede ser futbolista, no todo mundo puede ser lector. Lo que es vital es que todo mundo conozca las opciones. ¿Cómo saber si la lectura es o no para mí si nunca me he acercado a la lectura?
A los jóvenes les sugiero acercarse a la lectura a través de tres novelas breves: la primera es de Silvia Molina y se llama: “La mañana debe seguir gris”; la segunda es de Elena Poniatowska y se llama: “Querido Diego, te abraza Quiela”; y la tercera novela es: “El Diario De La Riva”, de José Martínez Torres. Las tres son excelentes novelas, ¡llenas de luz! En cada una de ellas existen mil rutas para caminarlas, rutas que pueden definir la ruta de la vida. Las tres hablan de esa agua tan escurridiza con que están mojadas las relaciones interpersonales, hablan de la historia de un hombre y de una mujer. ¡Ah, el tema vital de siempre, con sus tristezas y alegrías!
“Querido Diego, te abraza Quiela” cuenta la relación entre el famoso muralista Diego Rivera y la pintora Angelina Beloff. La Poniatowska emplea el género epistolar para contar la historia. A mí me encanta leer cartas y las cartas que Quiela le envía a Diego están llenas de humedades en las paredes del corazón, por esto, a veces, nos embarra la nostalgia. Los lectores de esta novela se convierten en voyeurs (palabreja francesa que significa “mirón”, en el más hermoso sentido de la palabra: “metidito”) y, como si estuviesen hurgando a través de una rendija, presencian el mundo de Diego y Angelina. Es una novela intensa, bien escrita, que nos lleva a vivir París y la ciudad de México, de los años veinte.
Las otras dos novelas están escritas a manera de diario (el propio título de la obra de Martínez Torres, así lo enuncia). Escritas con un lenguaje sencillo y de manera cronológica, también nos cuentan historias de amor. “La mañana debe seguir gris”, es un texto autobiográfico, donde la autora narra, con intensidad natural, cómo conoce al poeta tabasqueño José Carlos Becerra. Ella viaja a Londres y ahí se topa con José Carlos. Desde el primer día existe una línea que los acerca por ese abismo que llamamos amor. La historia termina en fatalidad, apenas seis meses y medio después. El poeta viaja a Italia, ella está a punto de alcanzarlo, pero se entera que José Carlos ha muerto en un accidente vehicular.
Y la tercera novela: “El Diario De La Riva” cuenta la historia del bibliotecario de un Colegio de Monjas y una adolescente, estudiante del plantel, que se apellida De La Riva. El autor consigna de manera puntual la relación que se establece entre la chiquilla y Ariel, hombre de gran conocimiento literario. Narrado de manera sencilla y lineal, esta novela alcanza momentos luminosos. Vos sabés que Martínez Torres fue mi maestro en la Facultad de Humanidades, de la Universidad Autónoma de Chiapas, fue mi jefe y tengo la dicha de contar con su amistad. Pero estos últimos eslabones están fuera de mi opinión como lector. Su literatura es genial.
Sé que ahora tenés la cara de pozo sin agua. ¿Por qué te digo esto si vos ya leíste las tres novelas? ¿Por qué enuncio bondades literarias si vos has bebido de esas aguas luminosas y coincidís conmigo en que las tres novelas son de gran intensidad y son divertidas, inteligentes, reflexivas y tocan el espíritu? ¿Sabés por qué lo hago? Por aquello de que esta carta, que te escribo con todo mi corazón, llegara a manos de otro que no fueras vos y que este otro no fuera lector de corazón y estuviera en búsqueda de un goce diferente.
Tengo una amiga a quien le sugerí leyera estas tres novelas. ¡Las leyó! Luego quiso más. Le sugerí: “El profesor y la sirena”, del gran escritor italiano Giuseppe Tomasi de Lampedusa; y “La Balada del Café Triste”, de Carson McCullers, enorme escritora norteamericana. Y ¡las leyó! Luego la encontré con “El tambor de hojalata”, del escritor alemán Günter Grass. En ese momento supe que mi amiga había hallado un camino certero y ya lo caminaría sola. Se convirtió en una gran lectora, una lectora gozosa. Su mundo se amplió. Tan se amplió que aprendió inglés para leer en su lengua original a la McCullers y luego aprendió francés para leer a Balzac, y ahora vive en París y allá trabaja como traductora en una editorial francesa. ¡Uf, qué historia tan bella! Una vez que vino de vacaciones fui a San Cristóbal para tomar un café con ella y, en medio de la plática, apareció el tema del libro y ella, con lágrimas, me dijo que agradecía a Dios haberse topado un día con la literatura. Dijo que haberse hecho lectora le había enseñado que el mundo era una “lluvia de luz”.

Pd. ¿Mirás que definición más bella? ¡El mundo es una lluvia de luz! Sí, basta estar dispuesto a salir y empaparse. Los libros abren ventanas que refrescan las habitaciones a punto de moho. Los libros son como los rayos de sol que calientan los patios de ladrillos húmedos. Los libros nos dicen que los goces del mundo son infinitos y van desde un viaje a Tenam hasta acostarse en la arena de Cancún. Hay gente que goza al tomar una taza de café en el corredor exterior de la Casa de la Cultura o al tomar una cerveza en La Casa Rosada, acompañada con lengua en pebre y chile al pastor. Hay gente que goza ir al Parque Ya’Ax-Ná o sentarse en una banca del parque de Guadalupe. Hay gente que goza al ir a Las Vegas, un fin de semana. Hay otros que son felices con ir a montar bicicleta por el rumbo de Rosario Yocnajab. ¡Miles de goces, miles de formas para pepenar lo grande de la vida a través de lo más sencillo! Uno de estos goces es el de la lectura. Uno de los goces más intensos. La lectura nos permite acercarnos a las ventanas donde mora Dios y lo hace de una manera tan íntima e intensa que es como si hiciéramos el amor.