viernes, 27 de abril de 2012

LOS POETAS NACEN

Nació el bebé. Los papás y familiares se mostraron felices. El papá repartió puros. La abuela materna lo cubrió con una colchita de color azul y lo abrazó. Tenía tres horas de nacido cuando dio la primera sorpresa: dijo ¡ah! Todo mundo se alarmó. ¡No era posible! Doce minutos después dijo ¡oh!, lo dijo como si enseñara a todos los que ahí estaban cómo debían manifestar su asombro. ¡No es posible!, dijo la abuela. Pero, cincuenta y tres minutos después ya no cupo la duda, porque pronunció su primera palabra con significado de diccionario: ¡templo! La enfermera, que entró en ese instante, se persignó, dejó caer la charola y salió corriendo como si hubiese visto al diablo. Es hijo del diablo, pensó el abuelo, que estaba crudo. Es una manifestación de Dios, dijo la abuela e hizo un cariñito en los labios del niño. ¡Será poeta!, dijo la mamá y sonrió. El recién nacido asomó su carita por encima de la colcha y dijo: ¡poeta! La enfermera entró con el médico y señaló al niño: “Es él, doctor”. Ella se sentó como si fuese un bulto vacío, el doctor se acercó con aire de Mesías, hizo a un lado la tela y miró la cara del niño sonriente. “¿Cómo te llamas?”, preguntó el doctor. El niño siguió sonriente. El médico insistió. El niño cerró los ojos. La abuela dijo: “Tiene sueño, mi niño bonito. Duérmase, duérmase mi niño, duérmaseme ya”. El niño durmió. El médico ordenó a la enfermera que levantara la charola y mandara a alguien de limpieza. Salió. La abuela se sentó, con el niño en brazos. La enfermera, con cara de refrigerador sin víveres, se acercó y preguntó a la abuela si era cierto que había oído hablar al niño o lo había soñado. “¡Ay, qué ideas! -dijo la señora- ¿Cómo cree que un recién nacido va a hablar?”. La enfermera se agachó, recogió la charola y caminó con rumbo a la puerta. El niño, con los ojos cerrados, dijo: “Pendeja” y sonrió. Fue la primera malcriadeza que dijo. La enfermera volvió a santiguarse y corrió a la oficina del administrador. Abrió la puerta como viento de huracán, el administrador se hizo para atrás, ella le pidió, por favor, por favor, páseme al pabellón de sidosos, por favor, y se hincó. El administrador se sentó a su lado y la tomó de las manos. El abuelo sacó la cerveza que había metido entre su chamarra y repitió: “Es hijo del diablo”. La abuela vio a su nieto y dijo: “Es una bendición de Dios”, cerró sus ojos y rezó. El padre se acercó a la ventana, vio la plaza y pensó: “En Televisa nos pagarán toneladas de dinero”. La mamá, se acomodó en la cama, vio a su mamá con el nieto en brazos y pensó que su hijo sería tan famoso como Octavio Paz y dio gracias a Dios. Al día siguiente, a las seis y doce de la mañana, a la hora que la mamá se descubrió el pecho para darle de mamar a su crío, éste sonrió y dijo su primer soneto. Un soneto dedicado a la luz y al viento. La abuela sonrió, el abuelo insistió en su teoría y el papá imaginó el carro que compraría con las ganancias. Ya había pedido a su hermano Jesús que le consiguiera el teléfono de los programas de espectáculos de Televisa. El niño terminó de mamar, la mamá lo colocó sobre su pecho y dio pequeños golpecitos sobre la espalda de su crío, éste eructó y se quedó dormido. Desde ese instante no volvió a hablar y su desenvolvimiento fue el de un niño normal. A la edad de ocho meses comenzó a decir gu gú. Hoy tiene tres años y habla lo que habla un niño de su edad. El abuelo da gracias a Dios por haberle quitado el chamuco; la abuela también da gracias a Dios; lo mismo hace su mamá, quien le lee poemas de Octavio Paz, a la hora que lo acuesta en su cuna. Sólo el papá lamenta no haber tenido una cámara de video a la mano cuando el niño dijo su primero y único soneto.