miércoles, 18 de abril de 2012

LOS ESE-ESE-BES




Lo hacían por travesura. La barda era alta, medía más de dos metros. Chava apoyaba sus manos sobre los ladrillos y los demás trepaban por encima de su espalda, colocaban los pies en sus hombros y alcanzaban la cumbre. Montados, como si fuese el lomo de una bestia enorme, estiraban los brazos, Chava se cogía de las manos y subía, raspando su panza contra la barda.
Una vez arriba, todos colocaban su mano como visera para evitar la ofensa del sol y miraban hacia donde estaba el templo, el parque y la cervecería; miraban a la gente caminando por las banquetas con rumbo al mercado. Quienes caminaban por ahí, como ya conocían sus travesuras, cambiaban de banqueta. Les temían.
Lo hacían por mera travesura. Habían comenzado como juego y como juego lo seguían haciendo. Pero, un mes después de haber iniciado decidieron formalizarlo con un nombre. Si la travesura era mutilar nombres, su Asociación debía tener un nombre: “Sociedad Secreta de Bes”. Entre ellos la llamaron Ese-Ese-Bes.
Una vez que estaban sobre el lomo de la barda miraban los objetos, construcciones, animales y personas. Chava era el de ojo más entrenado (era un don natural). En cuanto hallaban un objeto que tuviese una “b” entre su nombre ¡lo mutilaban!
Al principio la gente no lograba explicarse cómo las cosas perdían su esencia. El primer día que los Ese-Ese-Bes subieron a la barda de la escuela preparatoria y a Chava se le ocurrió jugar con la estructura y dijo las palabras “mágicas”: ¡Que la “b” de la barda se vuelva “v”, vuele y luego se convierta en nada!, los muchachos fueron a dar al suelo a la hora que la barda se deshizo como caña endeble, pues la “arda” era una palabra que debía hallar su vocación.
Por esto, Rafa, al día siguiente, cuando subieron a la barda del estacionamiento de don Chente, dijo que, por favor, a nadie se le ocurriera mutilar lo que les servía para hacer sus juegos. Gamaliel estuvo de acuerdo y sugirió que nadie jugara con los brazos de los familiares. ¡Todos estuvieron de acuerdo!
Doña Epifanía fue la primera mujer que fue objeto de la travesura de los muchachos. Ella caminaba, con prisa, rumbo al templo. Encima de la blusa llevaba un chal oscuro. Chava la vio y dijo: ¡Que la “b” de la blusa se vuelva “v”, vuele y luego se convierta en nada! El movimiento de doña Epifanía fue inmediato, se llevó los brazos a los pechos al sentirse casi desnuda. Los muchachos, desde el copete de la barda, se rieron como caballos, relincharon que dio gusto. Doña Epifanía salió corriendo y se refugió en la estética de Andrea. “No sé, no sé -decía doña Epifania, con el rostro desencajado-. Estoy segura que fueron los malcriados de la barda”. Tal vez le quitaron la blusa con un gancho. Sí, tal vez, dijo doña Epifanía.
Las travesuras oscilaron entre las irrelevantes (el balón de los niños del quinto grado se volvió globo desinflado a la hora que quedó sin la “b”. Como se convirtió en “alón” voló, voló y en el aire se evaporó), hasta las inquietantes (cuando el balcón de Palacio Presidencial perdió la “b”, el presidente con toda su comitiva se vino al suelo, en la noche del Grito de la Independencia).
Lo hacían por travesura, hasta que fastidiados de tanto subir y bajar de la barda, una tarde decidieron terminar con el grupo. Se tomaron de las manos y, al estilo de los jugadores de básquetbol, gritaron una consigna y se separaron, acaso para siempre.
A veces, alguno de ellos siente nostalgia por el juego y sale a la calle, mira un baúl y le mutila la “b”; a veces otro entra al templo y mira la imagen del beato Juan Pablo II y mutila las “bes”. Lo hace sólo por travesura. Al día siguiente reponen el baúl y la imagen de bulto y el pueblo los soporta y les tolera sus nostalgias juveniles. Todos ya están viejos y tienen barba, arba, ara…