lunes, 9 de abril de 2012

EN LA PANZA DEL JAIME SABINES




Esta mañana llegarás con tu cara de chupamirto asombrado e instalarás tu changarro a mitad del lobby en el Centro Cultural Jaime Sabines, en Tuxtla Gutiérrez. Acudirás a la Firma de Libros de tu novelilla más reciente: “Yo también me llamo Vincent”. Lo harás en el mismo lugar donde, a principios de siglo, presentaste la exposición de “Los ex votos del Nuevo Milenio”.
Lo de instalar changarros a mitad de recintos o en las plazas o en las calles, no te resulta una práctica novedosa, porque, puede decirse, estás acostumbrado. En Puebla, durante varios años instalaste tu changarro a mitad de la Plaza “Los Sapos”, los sábados y domingos. Llegabas temprano, cargando dos bolsas, extendías sobre el suelo el paño de color verde, y, cantando en voz baja, casi sorda, sacabas las cajitas que ahí vendías. Colocabas cada cajita como quien acomoda el universo. Luego te sentabas en una silla chaparra y esperabas que la plaza se llenara de curiosos y de verdaderos coleccionistas. Algunos pasaban y casi casi pateaban tus cajitas; otros se maravillaban con tus dibujitos y, a veces, alguien pensaba que no podría vivir el resto de su vida sin esa caja y sacaba los dólares y te pagaba. Ese día, como dicen en tu pueblo, llegabas a tu casa, en la tarde, y comías “con manteca”.
Estás acostumbrado a ofrecer mercancías como si fueses uno de esos merolicos honestos que, en las plazas, atraen a la gente, porque siempre es bueno recordar que hay muchos charlatanes que ofrecen productos piratas. Por esto te gusta poner las manos como megáfono y gritar: “Que no le digan, que no le cuenten, porque a lo mejor le mienten. Acá vengo a ofrecerle una novelilla chirindonga, para alimentar el color de sus madrugadas. ¡Llévela, llévela! Le curará la uña enterrada, el sarpullido de los entrecordios y el mal de amores. ¡Llévela, llévela, con dibujito y autógrafo del autor!”.
Estás acostumbrado a montar changarros, como si todos los espacios fueran los territorios de las ferias o de los mercados sobre ruedas. El año pasado, en tu pueblo, hiciste una Firma de Libros en el “Café, Canela y Candela” y todo fue como una gran fiesta. Acudieron muchos lectores y compraron tu libro “Conjuros” y vos firmaste los libros y les hiciste un dibujito. Porque te gusta que tus lectores se lleven un original y que lo cuelguen en la pared más ancha de su corazón. Porque no sólo palabras embarrás en los papeles, también, como si fueras alumno de Jardín de Niños o sobrino nieto de Remedios Varo, te encanta dibujar.
Llegarás al Centro Cultural Jaime Sabines, de Tuxtla, e instalarás tu changarro. Harás una pila con los librincillos y te sentarás (como si fueses una de esas viejas que leen la mano o el poso de la taza de café). Te sentarás con la misma ilusión y desesperanza del viejo vendedor de telas que dormita detrás del mostrador de madera.
Pero, como has vendido de todo (menos tu dignidad) esperarás vender el producto cultural más rejego de esta patria: el libro. ¡Ah, otra cosa sería si vendieras celulares, Ipads, turuletes, calzones, calcetines, sonrisas, condones o autos del año! Pero como no hay peor lucha que la Lucha Villa, como si estuvieses en la explanada de La Villa, te encomendarás a la Virgencita y ofrecerás tu novelilla a todos los que pasen frente a vos, mientras el sudor te empapará la frente. A vos, que tan acostumbrado estás al clima benigno de tu pueblo.
Estarás ahí, a mitad del lobby, como un cactus sin agua. Estarás de once de la mañana a una de la tarde y de cuatro a seis de la tarde. A esta última hora recogerás tu itacate y volverás a tu pueblo, con un solo pensamiento: ¡lo volvería a hacer! ¡Total!