viernes, 20 de abril de 2012

¡DÍA MUNDIAL DEL LIBRO!




Los muchachos decidieron celebrar el Día Mundial del Libro. Como eran cuatro hubo una repartición. A Pedro le tocó el Día, a Manuela lo Mundial, a Lupita el del y a Ariana: Libro. ¿Y qué haremos?, preguntó Pedro. ¡Celebrar!, dijo Ariana y alzó su mano como si tuviera una copa. Manuela y Lupita hicieron lo mismo.
Eran como los tres mosqueteros (bueno, tres mosqueteras y un mosquito). A Pedro le costaba estar en la misma sintonía de sus amigas, pero le gustaba jugar con ellas y ellas también disfrutaban la inocencia de él. Se conocían desde hace cinco años (desde hace mil años, decía él, cuando sus compañeros de la escuela criticaban su cercanía con ellas)
¿Qué vas a hacer?, preguntó Pedro a Manuela. Manuela abrió la gaveta superior de su escritorio y sacó una fotografía en tonos sepia. Esta foto, dijo, es de los años setenta. Es de un negocio que existió en San Cristóbal, se llamó “La Mundial”. Preparaban unas chalupas adornadas con betabel. Esas chalupas eran ¡una delicia! ¡Eso haré!
Pedro se metió las manos a las bolsas del pantalón y fue a la cafetería donde trabajaba Lupita. No encontró la relación entre la chalupa y el día del libro. ¿Qué tiene qué ver el betabel con la hoja de papel, aparte de la rima?
Lupita preparaba dos cafés. En la mesa del fondo estaba una pareja. Tenían sus manos entrelazadas. Él hablaba y ella lloraba. Ahorita te atiendo, dijo Lupita, mientras preparaba las tazas. Pedro jugó con las servilletas que estaban sobre la barra y le contó a su amiga qué le había dicho Manuela. ¡Ah, qué fregón!, dijo ella. ¡Chalupas, guau!
Mientras Lupita servía los cafés, Pedro se sentó en la mesa de junto a la vidriera. Miró la calle, comenzaba a lloviznar. Las personas se cubrían la cabeza con folders, periódicos y, varios muchachos, ¡con libros! Vaya, pensó, ya comenzó la celebración del Día Mundial del Libro. Comenzó mojada.
Lupita se sentó frente a él y dijo que no le había dado mucha vuelta. A la hora que saqué el papelito con la palabra del, de inmediato pensé en que del viene de él. ¿Quién es él? Él no es más que Él, el hijo de Dios, así que hice un letrero. Y fue a la barra y de la parte de abajo sacó una cartulina, rosa, con el siguiente mensaje: “Amaos los unos a los otros”. ¿Qué te parece? Pedro dijo: bonito, bonito. Se despidió. Siguió sin entender la relación. ¡Qué juego tan complicado!, pensó. ¿No era posible poner una mesa con libros e invitar a la gente a leerlos?
Le faltaba Ariana. Bueno, pensó, a ella le había tocado la más fácil: ¡libro! Pensó en la pareja de la cafetería. Ya no llovía. Desde la esquina miró el departamento de Ariana. Tenía luz. Cruzó hacia la otra banqueta y tocó el timbre. Soy yo, Ari, dijo. El ruido de una chicharra trabada sonó y Pedro empujó la puerta y subió los escalones. Sin preámbulo preguntó y Ariana rió. Ay, Pedrito, dijo, todo lo volvés una tragedia griega. Yo también pensé en lo primero que llegó a mi mente: libro, ¿qué libro? Libro un obstáculo, así que el día de la celebración mis sobrinitos me acompañarán y ellos le darán vuelta a la cuerda para que los invitados libren el obstáculo. ¿Brincar la cuerda?, preguntó Pedro. Sí, dijo, Ariana, sonriente. Pero ¿y el libro? ¿En dónde quedó?, insistió.
Es un juego, Pedrito, dijo Ariana y le ofreció un jugo de naranja. Pedro recibió el vaso, se sentó, estiró las piernas y dijo: ¿Por qué no me ayudas? A mí me tocó la palabra día. ¿Qué hago? Sí, te ayudo, dijo ella. A ver, ¿qué pensás a la hora que digo día? Hmmm, no sé. ¡Decí lo primero que se te ocurra! ¿Día? No sé, ¡noche! Ah, pues ahí está, ya lo tenés. ¿Viste qué fácil? Sí, ¿verdad? ¡Claro! Bueno, Pedrito, no te corro, pero ya está lista mi agua, me voy a bañar. Pedro apuró el jugo y se despidió.
¿Noche? ¿Día? ¿Qué tenía que ver esto con la celebración del Día Mundial del Libro? Imaginó entonces a sus amigas en el festejo: Lupita, en el parque, mostrando su letrero a todos los que ahí llegaban; Ariana y sus sobrinos invitando a todos a brincar la cuerda, y a Manuela ofreciendo las tostadas con betabel, las famosas chalupas de “El Mundial”. Metió las manos en las bolsas de su pantalón y caminó con rumbo a su casa. La noche ya había llegado y la llovizna apareció de nuevo. Pensó en la pareja del café: ella era como el día y él era la noche, pero todo esto ¿qué tenía que ver con el libro?