viernes, 13 de abril de 2012

P0R LOS OTROS




“No hagas cosas buenas que parezcan malas”. ¡Dios mío, cuántas cosas buenas se quedan sin hacer!”, dijo Arquímedes López, zapatero remendón del barrio de Santa Eduviges.
Eso es una mamada, dijo Eugenio que, cerveza en mano, sentado en una silla pequeña, acompañaba todos los días a Arquímedes, mientras éste clavaba clavos pequeños en las suelas retorcidas.
Sí, corroboró María, quien, con la bolsa del mandado, con el delantal puesto, había pasado a descansar tantito en el local de “El Pájaro con Suelas”, nombre del negocio de Arquímedes (por esto, muchas personas al zapatero le decían “El pájaro” y él respondía al saludo: “Con suelas”).
Sí, es una estupidez, dijo E y bebió un trago de su cerveza. Es una estupidez porque uno, si las cosas son buenas, ¡debe hacerlas, valiéndole madres lo que piensen los demás!
Sí, dijo M, dejando la bolsa del mandado en el suelo y aceptando la cerveza que E le ofreció. Yo, por ejemplo, dijo, sentándose sobre el mostrador donde A untaba resistol a una suela, yo hago lo que me viene en gana y me importa lo que digan los demás. Abrió sus piernas y acomodó su vestido como un caminito para que no se le vieran los muslos desnudos.
A suspendió el trabajo y vio la puerta por donde se miraba la plaza y la gente que descansaba en las bancas. Por ejemplo, acá, dijo, vienen muchas parejitas a besarse, a mostrarse su enjundia y cariño. Yo las miro y digo, qué chido que se quieran, qué bueno, porque al rato van a estar viejos y todo será tan cotidiano, tan jodido, porque la vida ¡es jodida! ¿A poco no?
Sí, dijeron M y E a coro y bebieron de su cerveza. E se paró y tomó otra cerveza y dijo: “A beber y a mamar que el mundo se va a acabar”. M rió, terminó se empinarse la cerveza y aceptó otra.
Lo que nos jode es la sociedad, el otro, el vecino, dijo E.
Sí, dijo M, como bien dice el pájaro, quién sabe cuántas cosas buenas se quedan sin hacer, todo porque los otros pueden pensar que son cosas malas. ¡Que se vayan a la chingada! (y a la hora que ella dijo pájaro, A dijo: “Con suelas” y E rió, columpió su cuerpo como hamaca en playa de mar).
Una vez, dijo M, yo tenía ganas de ir al mar, un fin de semana, meter mis pies en la arena y sentirlos calientitos, y lo hice, le dije a mi mamá y me fui, aunque mi mamá se quedó rezongando, maldiciéndome. Ya estando en la playa, busqué un lugar en donde no hubiera tanta gente y hallé un farallón donde estaba sola, sola, sola yo, con las olas acompañándome en su eterno ir y venir, en ese movimiento de ya llegué pero ya me voy, y ahora te beso y ahora te dejo, como si fuera pues una imagen de la vida, porque, como dice A, la vida ¡es jodida!
Sí, dijo A, por esto cuando miro a las parejitas buscando alivio a su ardor, en medio de esos trapos que nos protegen de la lluvia y del frío pero que resultan tan fastidiosas a la hora de descifrar la geografía de nuestros cuerpos y de nuestra pasión, me da mucho gusto y pienso qué bueno que se quieren, que se dejan ir como ríos a la mar, porque la vida es jodida y sí, el mundo se va a acabar, por esto hay que trabajar.
No, dijo E, bebiendo el resto de un sorbo. No, ¡hay que beber y mamar, beber y mamar!, pero, ¿qué te pasó en la playa?
¿Qué playa?, dijo M, pidiendo otra cerveza y subiendo su falda, como si el calor de la bebida le subiera desde los pies calzados con chanclas de plástico.
En donde estuviste, dijo E.
¡Ah –dijo M- la playa en donde estuve! Ya no me acuerdo. El cuento salió porque cuando estaba yo en la playa me quité el trapo de arriba y dejé liberados mis pechos y sentí lo calientito de la arena. Un tipo, salido saber de dónde, regaba arena caliente sobre mi seno y sentí rico, rico, pero luego me acordé lo que mi mamá siempre dice: “No hagas cosas buenas que parezcan malas” y me cubrí con mis manos y le aventé arena a los ojos del tipo y recogí mi brasier y salí corriendo. Cuando estaba como a cien metros volteé la mirada y miré al tipo que pataleaba sobre la arena y se quitaba la arena de sus ojos y gritaba. Las olas iban y venían y mojaban sus pies y él los alzaba como si el agua hirviera. Entonces pensé que yo no había hecho algo malo y él tampoco. Él, moreno bello, con su pelito ensortijado, como nido de pajarito.
A y E nada dijeron. Ya era hora de cerrar para ir a comer. M bajó del mostrador, limpió su falda, como si le quitara arena, tomó la bolsa del mandado, rodeó el mostrador y a punto de dar un beso a E se retiró y dijo: “No hagas cosas buenas que parezcan malas”, mentó madres y salió. En la plaza, una pareja, con temor, buscaba sus manos por debajo del suéter colocado sobre sus piernas.