jueves, 5 de abril de 2012

PARA ALIMENTAR LA FICCIÓN (Última de dos partes)





Leí un fragmento de “El Principito” y concluí mi participación con lo siguiente:

¡Ah, fue la más grande revelación de mi vida! Le pedí el libro a mi mamá, me senté en una bardita de la casa y, mientras los pajaritos revoloteaban sobre el árbol de durazno, comencé a leer el libro. Llegó la hora de la cena y yo no quería desprenderme del libro. ¡Me había cautivado! “El Principito” no sólo hizo el prodigio de convertirme en un lector de tiempo completo, también hizo el prodigio de invitarme a dibujar y desde entonces dibujé mucho, mucho. Ya ustedes entenderán entonces que mis tardes fueron bellísimas, con la lectura de muchos libros y con miles de dibujos que hice en cuadernos. Por esto yo les aseguro que nunca, nunca, me aburro. Cuando el aburrimiento se sienta a mi lado, yo lo pateo, saco mi libreta y dibujo o saco el libro que siempre llevo y leo y me divierto mucho, muchísimo.
Desde entonces, y de eso ya tiene más de cuarenta y cinco años, no he dejado de leer. Cuando terminé ese libro le pedí otro a mi mamá y luego otro; cuando los libros de la casa se terminaron fui a la biblioteca del pueblo y pedí que me prestaran un libro y luego otro; y luego fui a la librería y compré mi primer libro y luego otro. Y ahora, Dios mío, ¡qué bendición!, todos los días leo, porque la lectura me ha permitido conocer otras tierras y otros mundos. Desde el lugar que esté puedo, gracias al libro, viajar a La India, a la luna, al desierto, al fondo del mar. A veces me siento en la banca del parque y los que ahí están no saben porqué sonrío, no saben que yo estoy caminando por el Pont des Arts, de París; no saben que yo estoy en una banca del colegio donde Harry Potter está aprendiendo hechizos.
Quienes leemos ganamos luz y la luz jamás ha sido aburrida. La oscuridad es la que nos convierte en hombres tristes.
En las grandes ciudades, el tiempo corre, vuela, por esto, a veces, la gente no se da tiempo para sentarse en el corredor de la casa, tomar una taza de té, abrir un libro y vivir otras vidas.
Ustedes no lo saben, pero existe un pueblo que se llama La Trinitaria, es un pueblito maravilloso en donde el tiempo da para todo. Los habitantes de ese pueblo corren el riesgo, a veces, de caer en las garras del aburrimiento. Para evitar esa plaga yo recomiendo la lectura, el objeto cultural más bello que ha inventado el hombre.
Y ahora no sólo leo libros, ahora, también, escribo libros. El miércoles 11 de abril estaré en la cafetería del Parque, de once a una de la tarde y de cuatro a seis de la tarde, vendiendo mis libros y dando autógrafos de mi novelita más reciente, que se llama “Yo también me llamo Vincent”. Escribo libros porque estoy convencido que los libros no son aburridos, al contrario, abren puertas a la imaginación y los hombres deben imaginar otros mundos, porque éste, en el que vivimos, ¡no es suficiente!