sábado, 26 de mayo de 2012
CARTA A MARIANA, DONDE SE CUENTA CÓMO EL VUELO SE SUSTENTA EN LAS ALAS
Querida Mariana: el escritor Carlos Fuentes murió. Murió días antes que Comitán se llenara de tzizimes. La semana pasada todo mundo de acá salió a recoger hormigas aladas.
Uno de los libros fundamentales de Carlos Fuentes es “El espejo enterrado”. ¿De qué habla este libro? Es un libro de ensayos que habla de nuestra identidad, de cómo los espejos de obsidiana de nuestra cultura siguen enterrados.
¿Por qué ahora relaciono el “espejo” de don Carlos con la aparición de las hormigas? Bueno, lo hago sólo para resaltar la coincidencia de que Fuentes murió días antes de que brotaran los tzizimes. Digo brotar porque esto es lo que hacen los tzizimes. Como si la tierra fuese una fuente las hormigas fluyen como chorros de agua alada. El territorio natural de las hormigas es la galería subterránea, pero, por esas cosas prodigiosas de Dios, cuando las primeras lluvias aparecen ellas salen de la noche y vuelan en busca de la luz.
¿Mirás, niña mía? Por esto relaciono “El espejo enterrado”, de Fuentes, con la aparición de los tzizimes. Los mexicanos, igual que las hormigas aladas, deberíamos salir de las galeras oscuras, donde está enterrado nuestro espejo de obsidiana, y volar hacia la luz.
¡Ah, qué maravilla ver a todo un pueblo pepenando hormigas! Niños, adolescentes y adultos se agachan y recogen los animalitos, los meten en botes o en las bolsas de sus chamarras. Los niños se convierten en un peligro para los automovilistas, porque en cuanto ven tzizimes a mitad de la calle corren sin preocuparse de los autos. Los niños llevan a las hormigas a la escuela y a la hora de clase de matemáticas, mientras el maestro explica la regla de tres, ellos sacan a los animalitos y casan apuestas. Mientras el maestro escribe en el pizarrón, los niños colocan a los tzizimes en el suelo (ya sin alas) y, como si fuesen perros o gallos, los impulsan a pelear, a que se muerdan con sus tenazas implacables, que son como tijeras podadoras.
Nunca fui lo que se llama un niño normal. Como fui niño de casa, jamás participé en una “colecta” de tzizimes. El otro día fui testigo de un acto sorprendente. En una comunidad rural miré cómo una familia abría un enorme agujero para “sacar” a los tzizimes. Fue un día antes que lloviera y las hormigas salieran por sí mismas. Un hombre con una pala comenzó a abrir el agujero. “¿Cómo saben que ahí está el nido de los tzizimes?”, pregunté, la señora sonrió y se limpió el rostro con un pañuelo. Entendí que fue una pregunta tonta. Cuando las galerías quedaron al descubierto, el hombre se metió al hueco y, con la pala, regó tierra y hormigas sobre la superficie. Con destreza tendía en la superficie una fina capa de tierra revuelta con hormigas y los muchachos (2 hombres y 3 mujeres) recogían las hormigas aladas y las metían en cubetas llenas de agua. Una de las mujeres tenía botas de plástico y las dos restantes se cubrían las piernas con bolsas de plástico amarradas con lazo. “Es que las hormigas muerden bien duro”, dijo la señora y volvió a limpiarse la frente. Ella, mientras estuve ahí, jamás intervino, era como la directora del acto.
Esther dice que las hormigas muerden y no despegan la mandíbula, prenden sus tenazas en la piel. Es doloroso. Además, dice, a ella no le gusta el olor de las hormigas y en su mente siempre ronda la idea que le injertó su abuela. Dice que su abuela odiaba los tzizimes, porque en su juventud vio a unos hombres levantar las hormigas en el terreno del panteón municipal. Ella había llevado flores a la tumba de su papá, cuando vio que dos hombres sacaban las hormigas de un hueco. Esther, cuando lo cuenta, hace caras de asco. Imagino lo que piensa: que esos tzizimes han crecido en la cercanía de las fosas donde están enterrados los muertos.
Los tzizimes crecen en el inframundo y salen a la luz. Las chicharras frotan sus alas e invocan la lluvia antes que el prodigio del tzizim suceda. Los humanos no tenemos alas, entonces no nos queda más que danzar o cantar para pedir la lluvia. Los niños hacen rondas en los patios de las casas, bailan alrededor de los pilares de madera: “¡Que llueva, que llueva, la Virgen de la Cueva!”. Mientras lo hacen, mientras somatan sus piecitos sobre el piso, las hormigas alimentan sus alas y crecen en medio de la oscuridad. Ahí, el “espejo” de Fuentes alimenta la paradoja: los espejos viven en la medida que la luz los alimenta. Los espejos son como las cámaras fotográficas. Los tzizimes, de igual manera, encuentran su vocación a la hora que salen del hueco donde crecieron y vuelan en busca de la luz. ¡Qué jodido destino! Los hombres no podemos entender cómo una hormiga se pasa “enterrada” horas y días para terminar con el culo dorado en un sartén.
Mi amigo Crispín es alemán de origen, le pregunto si en Alemania comen algún insecto. Me dice que no. Luego hablamos de cervezas alemanas y le pregunto si ha probado una quesadilla con tzizimes acompañada con una cerveza bien fría. Dice que come tzizim. Tal vez sigue el precepto de que “al pueblo que fueres haz lo que vieres”. Pero, en lugar de tomar cerveza mexicana toma cerveza alemana. Me cuenta que en “Sams” venden cerveza alemana y ahí la consigue; asimismo me cuenta que en Alemania es de muy mal gusto servir cerveza en lata, allá, en las casas, se bebe cerveza en botella o de barril. Acá, a Crispín no le queda más que consumir cerveza en lata.
En Europa no comen insectos, pero en Asia sí lo hacen, en la India o en Nepal comen todo lo que se mueve. Acá no cantamos mal las rancheras. ¡Hacemos bien! El tzizim es rico y el tzatz (gusano que comen en el Norte del estado) ¡es riquísimo!
Pero en medio del guateque, en medio de las carreras de los niños por pepenar las hormigas aladas; en medio de la felicidad de los niños que, al amanecer, salen de sus casas con cubetas llenas de agua y van hacia la lámpara de la esquina en donde se amontonan los tzizimes, Esther dice que los seres humanos somos crueles. Ella dice que muchas hormigas no mueren adentro del agua, “quedan como atarantadas”, así que a la hora que las ponen sobre el comal es la hora en que se achicharran. ¡Dios mío, muchos tzizimes aún están vivos a la hora que los tiran sobre el comal que arde! “¿Te has quemado alguna vez al tomar una cosa caliente?”, me pregunta Esther. Yo frunzo el seño y otras cosas. ¡Uf! Los seres humanos somos crueles, dice Esther. Lo mismo hacemos con las tortuguitas llamadas “casquitos”, lo mismo hacemos con los langostinos, los metemos vivos en agua hirviendo.
Los arqueólogos han encontrado espejos enterrados. La intención de estos entierros (según cuenta Fuentes en el libro mencionado) era el de “iluminar” el camino de los muertos por el inframundo. Los antiguos no sabían que el espejo necesita de la luz para ser. Al lado de esos espejos oscuros, muertos, crecen los tzizimes. ¿Desde cuándo en Chiapas comemos estas hormigas? Es maravilloso pensar que esta secuencia cultural es ancestral. Cuando los niños de este 2012 salen a buscar tzizimes no hacen más que continuar con la tradición; no hacen más que buscar el espejo enterrado. Nuestra memoria viene de la tradición. ¿Por qué en Alemania no comen bichos? Porque ellos nunca enterraron sus espejos. Su tradición cultural es otra. Mientras allá toman cerveza con salchicha, acá bebemos cerveza con tzizim de botana. Otros son nuestros modos de ser.
No sólo los niños pepenan tzizimes. Ahora que el cielo y tierra comitecos se llenaron de hormigas vi a muchas mujeres y hombres mayores agacharse para pepenar tzizimes. Su memoria los obligó a este acto inconsciente; su inconsciente colectivo los forzó a inclinarse.
En temporada de lluvias, en temporada de tzizimes, los comitecos apenas vemos al cielo. Todo mundo de acá mira hacia el suelo, hacia el inframundo, hacia donde está enterrado el espejo.
Por eso, Esther no come tzizimes. Dice que es un animalito que tiene el estigma de Lucifer. Dice que los tzizimes crecen en la oscuridad y recuperan sus alas perdidas. ¡No es para tanto!, le digo, pero ella se tapa la nariz mientras recorremos los pasillos del mercado y vemos los canastos llenos de tzizim. “¿Cuánto cuesta la medida?”, pregunto y la mujer me dice el precio. “¡Pucha, qué caro!”, dice Esther. Ella no sabe la friega que significa abrir el hoyo y someterse al martirio de ser mordido por una arriera, no sabe lo que significa que la piel quede atrapada en medio de esas diabólicas tenazas. ¿Caro? Muchos comitecos dicen que el tzizim es nuestro caviar y, gustosos, compran la medida al precio que les piden, pues siempre será más caro un Beluga. Tal vez no están tan despistados estos paisanos, pues si juntamos puro culito de tzizim tiene una gran semejanza con el caviar.
El doctor Abarca Arias dice que en esta temporada las enfermedades gastrointestinales aumentan y dice que el tzizim es causante de un gran porcentaje del padecimiento. ¡Saber! Yo veo a niños y adultos entrándole con fe y corazón a este animalito. Si alguien hiciese un sondeo descubriríamos que más del cincuenta por ciento de la población lo consume. Esther no lo puede ver ni en pintura.
Pd. Carlos Fuentes murió. Sus cenizas fueron depositadas en un panteón de París, junto a la de sus hijos: Carlos y Natascha. Sus restos reposan lejos de México, lejos de los espejos enterrados, lejos de las galerías donde crecen las hormigas y pepenan sus alas para emprender el vuelo. Resulta contradictorio saber que uno de los escritores mexicanos que más reflexionó acerca de los hilos culturales de esta patria nació en Panamá y descansa en Francia. ¿Quién sembró junto a sus cenizas una vela que le sirva de guía en su viaje al inframundo? ¿Sus hijos son los espejos? ¿Ellos son como los tzizimes que, algún día, en temporada de lluvias, volarán en busca de la luz? ¿Tiene algo de tzizim el alma del hombre? ¡Ah, saber! Lo único cierto es que nosotros, los comitecos, a la hora de la comida agarramos una tortilla recién salida del comal, le ponemos un puño de tzizimes, la regamos generosamente con una salsa hecha en molcajete, le añadimos unas gotas de limón, una pizca de sal y la comemos. Con ello brindamos por la vida, esta vida generosa donde los humanos somos crueles con los animalitos. ¿Las corridas de toros son crueles? ¡Eso es cosa de niños! Crueldad, crueldad, es lanzar un puño de hormigas medio vivas al comal ardiente. ¡Así son nuestros espejos! Nuestra tradición nos dice que a los dioses ofrendábamos corazones de guerreros vencidos.