lunes, 7 de mayo de 2012

DE RUIDOS Y OTRAS NUECES

“¡Son muy escandalosos!”, dice mi abuela y, con una escoba, nos corre de su cocina. Es cierto, nosotros somos escandalosos, pero porque jugamos a que somos objetos. ¿Cómo María no va a gritar si a ella le toca ser un vaso de cristal? Cuando Jorgito la empuja, ella se quiebra y ¡cra,cra,cri,cra,cra!, grita como si fuese ambulancia, se tira al suelo y se hace pedacitos. El juego de los objetos nos divierte mucho, pero tiene el inconveniente de que son ruidosos. Todos los objetos son así. El tío Eusebio nos cuenta que a él le divierte mucho levantarse a las tres de la madrugada porque los objetos hacen ruidos. Los cuartos están llenos de silencio y, de pronto, la televisión hace un ruido. ¿Por qué los objetos se quejan? Nadie lo sabe. Hay objetos, como las puertas, que pueden “silenciarse” con unas gotas de aceite. Cuando el carro de la tía Eugenia comenzó a chirriar como si fuese un durmiente soportando un tren, ella tomó una botella de aceite de girasol, pero el tío Mario impidió que la tía cometiera tal aberración, le quitó la botella, le gritó una malcriadeza y, más tranquilo, le explicó que el traqueteo de los carros se evitaba con grasa y le obsequió un bote con grasa de mecánico. Ahora, el tío Mario cuenta -y cuando lo cuenta se bota de la risa- que la tía cocina con grasa de mecánico para evitar el ruido que hace la carne cuando se expone al fuego. Porque el fuego es uno de los elementos que más ruido hace a la hora de arder. Por esto, un día, María, Jorgito y yo jugamos a hacer un fuego y a caminar sobre hojas secas, para ver cuál era el elemento que hacía más ruido. No pudimos llegar a una conclusión porque la abuela nos sacó de la casa a la hora que los bomberos llegaron. El médico, horas más tarde, nos llamó a los tres niños y, con tono sentencioso, dijo que si continuábamos con nuestras travesuras la abuela moriría de un paro cardiaco. Como nosotros somos traviesos, pero no somos malos y queremos mucho a la abuela, hemos decidido portarnos bien. Por esto, para que la abuela no se enojara hemos decidido jugar a objetos que no hacen ruido. María jugó a ser tijera, pero cuando se dio cuenta que al cortar papel sonaba como un pez nadando renunció al juego. Sólo quedamos Jorgito y yo. Toda una tarde estuvimos buscando nombres de objetos que no hicieran ruidos, pero no logramos conseguir ninguno. Entonces tuvimos que cubrirnos la boca con las manos porque entramos en estado de shock y nos dio el telele de gritar. Descubrimos que en la tierra no existen objetos silenciosos. Entonces concluimos que la abuela tiene razón: somos muy escandalosos. Jorgito me dice que ya no debemos jugar a los objetos. Juguemos a ser mudos, me dice, y comienza a hacer señas con sus manos. Reímos (sin carcajearnos) y vamos a la cocina donde la abuela saca un pastel del horno. Coloca el pastel en el centro de la mesa, nosotros nos sentamos y nos frotamos las manos, luego Jorgito comienza a decirme -a señas- que el pastel se ve riquísimo, yo, con las manos, digo que sí, que está buenísimo y entonces -a señas- le pido un pedazo grande, grandísimo y Jorge hace lo mismo. La abuela nos ve y nos pregunta por qué no hablamos y nosotros le decimos -con señas- que estamos jugando a ser mudos para que ella no se altere. La abuela nos queda viendo, nos zangolotea y cuando nosotros seguimos el juego de mudos, ella corre hacia la puerta y grita: ¡Mario, Mario, los niños han quedado mudos! Celebramos que nuestro juego sea un éxito, pero lamentamos no jugar el juego escandaloso que, parece, la abuela ha iniciado.