lunes, 14 de mayo de 2012
PAPELES CONTRA EL OLVIDO
En casa todos están alarmados. Manuela ya se contagió de la peste Garciamarquiana. El tío Evodio lo vaticinó: “Esta niña terminará mal”. Nunca lo imaginamos. Cuando Nely cumplió siete años pidió, como regalo, un libro de cuentos de Gabriel García Márquez. María fue a la “Proveedora Cultural” y buscó un título. Halló “Ojos de perro azul”. María, quien siempre ha sido ingenua como paloma sobre pretil, sonrió y pensó que era un título muy bonito y dijo: “Ojos de perro azul. ¡Ah!, como los ojos de Dervik” (Dervik es el chucho, alaska malamute, que Don Alfonso regaló a Ponchito, el día de su cumpleaños).
Manuela recibió todos los regalos con agrado, participó a la hora de la piñata, se dejó cubrir los ojos con un pañuelo y, con risa de bisagra, golpeó el viento con un palo hasta que logró darle a la piñata. Cuando los invitados se despidieron cargando los patzitos y el pedazo de pastel en platos desechables, ella se encerró en su cuarto y destrozó todos los regalos, con excepción del libro. Cuando María descubrió, a la mañana siguiente, el regadero de los fragmentos y lo mostró al tío Evodio, éste dijo: “Esta niña terminará mal”.
Todo el día andaba con el libro. Mientras con una mano cuchareaba la avena, con la otra sostenía el libro; mientras bajaba los escalones y con la mano izquierda se apoyaba en la baranda con la mano derecha sostenía el libro. Era una obsesión. Durante todo el año anduvo con el libro de arriba para abajo. Se lo aprendió de memoria. Entonces comenzó a contar los cuentos a todos los que pasaban por la calle de la casa. Le dio por sacar una silla y sentarse debajo de un parasol amarillo y contar los cuentos de Gabo, en voz alta. Era preciso que, a las diez de la noche, la mamá la atara con una cuerda y como si fuese un perro maltratado la condujera al comedor y, a la fuerza, la obligara a cenar su plato de avena. El tío Evodio se asomaba por la ventana y decía: “Esta niña terminará mal”.
Cercano el día en que Manuela cumpliría ocho años pidió un libro de regalo. Lo pidió con todos los tíos, su abuela y su mamá. Dijo que no recibiría otra cosa que no fuera un libro de Gabo. “¿Cuál?”, le preguntaban todos. “El que sea, pero que sea de García Márquez”, respondía ella. “¿Qué cosa dice la Nelita que quiere?”, preguntaba la abuela y el tío Evodio le decía: “¡El veneno para su corazón y para su mente!”.
El día de su fiesta, igual que el año anterior, gozó cada instante de su fiesta. Jugó a las escondidas, dejó que su primo Eusebio la impulsara en el columpio y aceptó que Maricela pusiera su mano sobre su cabeza a la hora que todos pidieron que mordiera el pastel. Se limpió la cara con una servilleta, rió y dijo a todos los que estaban parados y comían su pedazo de pastel con cucharitas de plástico: “Ustedes recordarán este instante para toda su vida, de acá en adelante”. Todos rieron y aplaudieron lo que consideraron era una gracejada. Sólo el tío Evodio dijo: “Esta niña ya está mal”.
Ahora, a punto de cumplir nueve años, todo mundo en casa está alarmado. Desde hace dos días, la Nely ha escrito su petición de regalo, en un pizarrón colgado en el zaguán. Con letra de hoja seca ha escrito: “Quiero que me regalen las alas que pertenecieron a Remedios la Bella”. Nadie ríe. Todos saben que ella habla en serio. “¿Alas de qué quiere mi Nelita?”, pregunta la abuela. El tío Evodio le coloca su chal azul y le dice: “Alas de pollo”. “¡Ah!”, dice la abuela y sigue pintando “las piedras pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóricos” sobre la tela que le regalará a la nieta.