viernes, 4 de mayo de 2012

PARA ILUMINAR LOS CALLEJONES

Con un abrazo para mi querido amigo Memo del Castillo, por su cumpleaños. A veces divido el mundo en dos. Ayer lo dividí en: mujeres que son como una escalera para incendios, y mujeres que son como una mano iluminada con neón. La mujer mano observa todo como si el mundo fuese una camisa de color rosa. Le encanta aparecer sobre las fachadas de todos los hombres (incluyendo los palacios chinos). Su corazón tiene un ventilador que le ayuda a airear el misterio de los lentes oscuros. Su bebida favorita es el “comiteco”, no en las rocas, sino en las playas de Cancún. La única cadena que resiste es la que el amado le obsequia para su tobillo del pie derecho. Porque ella, desde siempre, se levanta con el pie derecho y baila sobre el escenario con calor del cristal transparente. No usa teléfono móvil, porque no le gusta estar disponible a cualquier hora; prefiere que el amado recorra kilómetros o suba mil escalones para alcanzar el horno de su piel. Sus mesas favoritas son las que se desarman en las caderas de los hombres. No puede evitarlo, le gustan los amados que usan sombrero y un pañuelo rojo en la solapa. Adora caminar por las calles de noche, lo hace para mirar las ventanas iluminadas y ver a las mujeres que preparan la cena; para ver a los hombres que se sientan en la sala, abren el periódico y se duermen, como se duermen los soldados en la trinchera, sin saber por qué están en guerra, sin saber por qué esperan al enemigo. Le gusta colocar un lienzo fino y transparente sobre la lámpara del buró, porque esa indefinida niebla luminosa define su espíritu. Su comida es frugal, por esto coloca cadenas en los refrigeradores de casa, por esto coloca hielo en la entrepierna de sus amados. Su entretenimiento favorito es mirar a través de las cortinas. Le gusta ver lo que los hombres y mujeres hacen en las plazas y en los parques, lo que hacen en las esquinas y adentro de los locales, como estéticas o restaurantes. Le fascina advertir los movimientos leves que las mujeres hacen debajo de las mesas; le emociona ver la reacción de los hombres que se sorprenden ante el pie que sube por su muslo o la mano que resbala por debajo de la cintura. Se sube a las mesas, pero cuando todo mundo cree que se quitará las zapatillas y bailará al ritmo de una bachata, ella juega a que es el viento y se esfuma detrás de las montañas, detrás de la mecedora donde, por lo regular, dormita el abuelo. El abuelo que tanto la amó de niña, el viejo que le contó historias de callejones iluminados con anuncios de neón, de moteles y de cafés de chinos. Sus labios siempre tienen el ritmo de un grifo que gotea y el color de la escoba que barre el salón de baile; sus ojos tienen el aroma de un rap, y el color de su cabello posee la tibieza de la mujer que saca un pecho para alimentar a la hija del fuego. Es la mejor compañía para una noche de fuga, y es la mejor luz para el silencio de la tarde. Para todos aquellos que aspiran a tener a una mujer mano neón en su lecho, les confío un secreto: a ella le encantan los hombres que usan corbatas de color blanco, así como los hombres que, de manera sosegada, avientan al abismo sus lienzos intrascendentes. A veces divido el mundo en dos. Mañana lo dividiré en mujeres que mueven las manos como si fuesen tortugas a medio mar, y mujeres que para amar mueven el sueño y medio de la tortuga.