lunes, 21 de mayo de 2012

PORQUE NO HAY MANERA DE DECIR AGUA DE OFICINA




A veces divido el mundo en dos. Ayer lo dividí en: mujeres que son como una calle empedrada, y mujeres que son como el segundo piso del Periférico.
La mujer calle empedrada es como un fruto verde. Su tono es sepia y en su corazón guarda el rumor de una carreta con toneles de agua.
No sabe de ritmos modernos. Si alguien la obligase a escuchar un rap ella dejaría su corazón sobre el dintel de una ventana. Porque un balcón es la blusa que viste a diario.
Sueña que escucha a Jagger en tardes de lluvia y deshebra cintas de guitarras eléctricas en la madrugada.
Odia los antros, porque ella viene de una cuerda que se amarraba a otras estancias: la disco, por ejemplo. Por esto, cuando oye que Donna Summer murió, ella mete cientos de luciérnagas en un frasco transparente, sale al patio de su casa y baila, baila, baila, como si su cuerpo fuese un reflector intermitente en la carretera.
Le gusta pintarse el cabello, porque algo de Van Gogh lleva en su piel, algo de Modigliani en sus ojos, algo de Picasso en las areolas de sus pechos.
Quien desee amar a una mujer calle empedrada debe recordar que hubo un tiempo en que París fue un atelier para la creación y que México fue un callejón para el deseo.
Le gusta, ¡por supuesto que sí!, el cine en blanco y negro. A veces, en tardes en que las luces de neón son el hipo de la ciudad, ella prende el lector de devedés y mira Casablanca o El Halcón Maltés.
No le gusta reconocer que las manos son simples extensiones del cuerpo; le encanta imaginar que son miembros autónomos y que se meten en las hendijas que el cuerpo abre para que su espíritu respire.
A la hora que se acuesta, prende la lámpara del buró y sueña: sueña con una caricia que huele a lluvia en septiembre; sueña con una taza de té que contiene el zumo de la pared que sirve para dividir dos terrenos; sueña con un diario que escribe un hombre solitario; sueña con una mecedora que olvidó el deseo del abuelo.
A la hora que despierta encuentra una gota de vino sobre sus pechos y sabe que el fuego de la chimenea sigue encendido.
No hay manera de evaporar sus lágrimas, porque éstas le sirven para dar vuelta al cilindro del autobús. No hay manera de evitar sus ventanas, porque ellas son los durmientes para sus trenes. No hay bocina para sus pasos, porque la arena es alfombra para su mirada.
A veces sale a caminar sólo para sentir la huella en su pie; sólo para descubrir el arco del puente sobre su cabello; sólo para pintar el ladrillo en sus muros.
¿Cuántos cielos le están reservados? No lo sabe. Por esto, para ella la vida es como el gozne de una puerta, como la niebla para el lago.
Mientras para la mayoría la vida es como una revolución, para ella es como una imagen en cámara lenta, como una fotografía adentro de un cristal opaco.
Que nadie se queje si ella, a la hora de tomar el café, habla como si caminara sobre el agua, como si convirtiera en vino el agua.
A la hora de amar le gusta despeinar a su amado, como si ella fuese un arado y el territorio de su hombre el vientre de la semilla.
A veces divido el mundo en dos. Mañana lo dividiré en: mujeres que son como una señal en rojo, y mujeres que se sonrojan ante cualquier señal.