martes, 6 de noviembre de 2012


CARTA A MARIANA, DONDE SE CUENTA CÓMO LA ONDA AHORA ¡ES OTRA ONDA!

Querida Mariana: los jóvenes de estos tiempos preguntan: “¿Qué onda?” El tío Eugenio, siempre cascarrabias, siempre enojón, responde: “Honda ¡la zanja de tu tutís!”. ¿Por qué los jóvenes usan el término onda? No lo sé, pero, parece, dicho uso proviene de la generación del sesenta. En literatura, existe el término “de la onda”. Los gurús de la Literatura de la Onda son José Agustín, Gustavo Sainz y Parménides García Saldaña. Estar en onda, en los años sesenta, era estar en la onda hippie. Y ser hippie tenía su razón de ser en el lema de “Amor y Paz”. Eran tiempos de la estúpida guerra de Vietnam. Ante la violencia, los jóvenes de la comuna, propugnaban por el “amor y paz” y el amor libre. “Haz el amor y no la guerra” era el imperativo de ese tiempo. Ahora ustedes, jóvenes de este principio de siglo, preguntan “¿Qué onda?”, un poco como si dijeran: “¿En dónde quedó ese ideal de amor y paz?”, porque la violencia y el desamor campean en nuestros corazones.
Pero el término onda no sólo se refiere a un estado del Ser, también es un término que brinca en la física. Recuerdo a mi maestro Javier Mandujano, Maestro Güero, en los salones de la Secundaria del Colegio Mariano N. Ruiz explicando las características de las ondas; recuerdo a mi papá, en el lago Montebello, enseñándome a tirar piedritas para hacer ondas en el agua. Las ondas se expanden en el agua y también lo hacen en el aire. Este prodigio de la onda es lo que me permite oír cuando vos me hablás al oído, cuando mi mamá me dice que ya está listo el desayuno, cuando el señor que va en el auto me grita para que yo avance ante el verde del semáforo.
Los escritores de “La onda” fueron unos irreverentes. Esto llamó la atención de la intelectualidad mexicana de esos años. Las vacas sagradas, como Carlos Fuentes y Octavio Paz, eran muy solemnes. Se entiende, para descubrir nuestro Ser era necesario que miraran la patria a través de un microscopio con lentes de polvo viejo. Porque una parte importante del mexicano está conformada por la tragedia y por la ansiedad. Pero, la otra cara de la moneda está conformada por el desmadrito que nos es tan natural. Los mexicanos no sólo estamos metidos en el traje de la solemnidad, también, de manera muy diáfana, se nos da ¡el cachondeo! Y este rostro más ligero está, sobre todo, en la cara de nuestra juventud. Los chavos escritores de los sesenta, menos formalitos que sus padres putativos, ¡más hijos del aire!, nos dieron su mirada a través de una literatura desenfadada y cachonda. El lenguaje que usaban los chavos de los sesenta se introdujo a la gran literatura a través de historias contadas por José Agustín, Parménides y Gustavo Sainz. ¡Hicieron un rebumbio! Por primera vez los jóvenes lectores tenían un lazo de identificación generacional. A partir de entonces (¡en buena hora!) la literatura mexicana se abrió a caminos de colores menos oscuros. Todos los colores de México se enredaron en los cuentos y novelas y nos dijeron que la patria también estaba en el matiz del viento. La Literatura fue asaltada por los jóvenes y su lenguaje apareció pleno. Los personajes de cuentos y novelas no tuvieron inconveniente en hablar como hablaban los hombres de la ciudad de México. Los lectores supimos, por primera vez, que el lenguaje del barrio era parte intrínseca de nuestro ser. ¡Ah, qué sabroso se oyó el dialecto mexicano en las voces novedosas! Los críticos dicen que la primera novela de “La Onda” es “La tumba”, de José Agustín. El personaje de la novela se suicida, pero no sucedió lo mismo con la literatura mexicana. Si algo refiere La tumba es el entierro del adocenamiento y de la literatura en frac. A partir de “La tumba” todo será más fresco. Los jóvenes escritores hablarán de sus obsesiones, de sus filias y de sus fobias y lo harán en un tono desenfadado, sin ataduras. Si la literatura de hoy no es tan solemne es gracias a los chavos de “La Onda” (y, por supuesto, a papá Jorge Ibargüengoitia que escribía con un humor escaso en la literatura de aquellos años).
Tal vez por esto, mi niña con olor a sicodelia, a mí no me sorprende cuando un chavo me dice: “¿Qué onda?”, sé que me está cuestionando acerca del mundo, de su mundo. Los jóvenes (vos lo sabés bien) andan en la confusión. ¿Qué onda con el mundo? ¿Qué onda con las perversiones del Poder? ¿Qué onda con estos tiempos? Ustedes no lo saben, pero cada vez que al otro le preguntan “¿Qué onda?”, se están preguntando ustedes mismos. ¿Qué onda con mi futuro?
Pero la onda de la onda no sólo es la onda de La Onda. También es la onda sonora que se trasmite de acá para allá: de mi boca a tu oído y de la radio o de la televisión al oído del espectador o escucha. ¡Ah, el prodigio de las ondas sonoras que emplean el aire como el vehículo más fregón para viajar por el mundo! Y ahora (no sé bien, no sé) cuando escucho una estación de radio a través del Internet pienso que las ondas también viajan por fibras ópticas. No sé, hablo sólo de oídas. Algún experto explicará cómo es posible que yo, desde mi cuarto en Comitán (maravilloso Pueblo Mágico), pueda escuchar una estación de radio que trasmite desde París. ¿Cómo se logra este prodigio? ¡Yo qué voy a saber! Yo sólo dispongo mi cuerpecito para que goce con la voz de Edith Piaf o con el cenzontle único de la Callas. ¡Pucha, cuánta bendición!
El martes pasado, en el programa de Crónicas de Adobe, que se trasmite los martes, de tres a cuatro, en Radio IMER-Comitán, encontré la novedad de una consola nueva de Alta Definición. Debe ser lo que ustedes llaman Hi Fi. ¡Pucha, nuestras voces las escucha todo el mundo en Hi Fi! El tío Eugenio preguntaría “Y esto ¿con qué se come?”. No, tío, diría yo, no se come, se bebe. El sonido se bebe. El sonido es como agua para el espíritu. Sobre todo cuando oímos las canciones de Serrat; el chelo de Yo Yo Ma; el viento de María Callas; la nostalgia de José Alfredo y el lamento de la Chavela Vargas. ¡Ah, cuánto tequila y cuánta almohada enredados en estas voces y en estos sonidos!
La tía Elena, en 1962, compró un radio en el viaje que hizo a “La línea”, de Guatemala. Uno de esos radios de baterías que tenían un forro de cuero color café; de esos que en el forro tenían una serie de hoyitos por donde “brotaba” el sonido (más de un niño comiteco se acercó a esos hoyitos para ver “dónde estaba escondido el duendecito que hablaba adentro”. Así éramos, inocentes, niños bonitos). A las ocho de la noche, después de haber tomado su café con pan, después de apagar la brasa del fogón y checar que la puerta de calle tenía la tranca, la tía Elena iba a la sala -con piso de madera de cedro- apagaba la luz y prendía el radio. Cuando los sobrinos entrábamos a la sala sólo oíamos la voz de la XEW y el sonido del vaivén de la mecedora. El sonido de este movimiento era como el de un barco que, armonioso, surcara un mar tranquilo. Sabíamos que a la tía le molestaba que habláramos. Caminábamos de puntillas y nos botábamos a su lado y, maravillados, también oíamos lo que el radio decía. ¡Cual Hi fi! Por debajo de la música o de los comerciales o de la voz del locutor siempre había un chirriar como de goznes de puertas sin aceitar. La tía llamaba “estática” a ese sonido y nos decía que era como piedra que chocaba contra las ondas sonoras. ¿Imaginábamos a las ondas? Sí, las imaginábamos como olas de mar. Frente a las montañas, las ondas se convertían en serpientes que reptaban hasta alcanzar la cima y desde ahí se descolgaban hasta llegar al radio de la tía y a los demás radios de los comitecos pudientes que contaban con tal aparato. Ahora, ay, qué risa. Ahora todo mundo tiene iPod y nos da risa la “estática”.
Los compas de IMER andan chentos con su nueva consola. Caminan diferente, saben que su voz llegará más nítida. Chance hasta se oye más bonita. La voz de Araceli López se escucha Hi Fi, por eso, tal vez, ahora se habla de tú con García Márquez y José Saramago.
Los cronistas de Comitán consignarán la fecha. Y eso no es todo porque IMER-Comitán, igual que todas las radios de México, cambiarán de Amplitud Modulada a Frecuencia Modulada. Algo de la XEUI de los sesenta también se irá con esa transformación. ¡Todo será FM! La Amplitud Modulada pasará a mejor vida, a formar parte de los recuerdos. Algún día, tal vez, las ondas dejarán de “volar” por el aire; algún día, tal vez, las ondas se desplazarán en otro medio. Cuando menos hoy, entiendo, eso de “estática” también pasó a mejor vida. Hoy, los aparatos son tan avanzados en su tecnología que permiten escuchar con gran fidelidad todos los sonidos.
¿Qué onda -entonces- con la onda?

Posdata: Otra cosa es la honda con hache. Habla de hondura o de marca de una empresa automotriz o de un chunche que acompañó nuestras “pintas” de la escuela. Los niños de los años sesenta (de esos años en que José Agustín cimbraba el mundo de la literatura) nos escapábamos de la escuela, con la honda en la bolsa trasera del pantalón. A la tiradora o resortera, nosotros le llamábamos honda. ¿Por qué? No lo sé. Los conocedores sabían que la honda debía estar hecha de una madera especial. ¡Ah, qué bonita la forma de este chunche! Todas las hondas tenían la forma de una ye o i griega. En la “chapeta” de cuero se colocaba la piedra para quebrar cristales y salir corriendo. En esos años no lo percibíamos, pero las hondas eran armas. En algún tiempo pasado habían sido armas letales. Aunque es bueno aclarar que la clásica honda con que David mató a Goliat era diferente a este juego “inocente” de nuestra niñez. Nosotros (niños de los sesenta) jamás preguntamos “¿qué onda?”. Nuestra onda era una honda para matar pajaritos. ¡Pucha, qué perversión, qué mala onda! Pero aquéllos que ya eran mayorcitos comenzaban a entrarle a la onda de los hippies, del cabello largo y de la mariguana. Algunos comitecos mayorcitos ya le entraban a la onda del pasón. Estos compas, tal vez, no lo sé, miraban (ya instalados en el viaje) la danza de los colores y escuchaban los sonidos como si lo escucharan en Hi Fi. Son los privilegios de los hombres que le entraron a la onda. ¡Qué pasonsote!