viernes, 23 de noviembre de 2012


POR EL BUEN CAMINO

De todos los caminos que pudo elegir, Axel eligió el más recto. Pensó que ese era el camino indicado para comportarse bien en la vida, tal como su mamá le había pedido como última voluntad. Dejó el caserío y entró a un espacio lleno de árboles de espino. ¡Hmmm!, pensó, esto no va bien. Se supone que los caminos derechos no deben tener espinas, pero, bueno, dijo, seguiré. Sin duda, más adelante mejorará el paisaje. Caminó a mitad del camino para evitar algún ligero contacto con las espinas. Las espinas son como dagas sobre brazos de los caminantes.
Silbó. Uh, hacía tanto tiempo que no silbaba. El camino se volvió pedregoso. ¡Hmmm!, pensó, yo creí que los caminos derechos no tenían piedras perversas que provocaran tropiezos, pero, bueno dijo, seguiré y pepenaré algunas por si más adelante me topo con chuchos. Le costó trabajo silbar. Puso los labios como boca de olla de barro y apenas, como a Pedro Infante, le salió un chorro de aire. En lugar de sonar como tiuca sonó como a claxon de carro de los años cincuenta del siglo pasado. Se detuvo tantito y vio que en los árboles (todos de espino) había cuervos que eran como enanos vestidos de luto. Ninguna de esas aves emitía algún sonido, algún grito. Los pájaros movían las cabezas para verlo y luego, como si fuesen señoritas altaneras, desviaban la mirada y continuaban viendo el polvo del camino. ¡Hmmmm!, esto se pone más jodido cada vez, dijo, pero se dio ánimos y puso su boca como si fuese a besar el aire y silbó. Silbó una canción de Alejandro Sanz, la que dice “…vengo del aire que te secaba a ti la piel, mi amor…”. Rió. Rió porque le causó gracia la ironía. El silbido viene también del aire y sin embargo… Los cuervos parecían burlarse desde su altura.
Cuando Axel eligió ese camino pensó que todo sería claridad, pero no fue así. A medida que siguió caminando, los espinos se hicieron más tupidos y los cuervos fueron más. Llegó el momento que sintió caminar a mitad de un bosque encantado. El camino seguía derecho, pero era tal el amontonamiento de árboles secos y de pájaros estatuas que la línea de tierra parecía estrecharse hasta ser como una línea de gis blanco sobre un pizarrón negro. Tuvo miedo. Se detuvo. Trató de oír algún sonido. Puso los labios como si fuesen final de tubo de agua y ningún sonido le brotó. Era una tubería reseca. Se llevó las manos al pantalón y las metió en un movimiento inconsciente. Todos los pájaros lo veían. Volteó y se dio cuenta de la ventaja de los caminos derechos: son tan parecidos sus finales como sus principios. Caminó entonces, con las manos adentro de las bolsas del pantalón, silbando, apenas. Si alguien lo hubiese visto habría asegurado que ¡regresaba!, se había “echado para atrás”. Los cuervos eran los mismos, los espinos eran los mismos. Caminó de prisa. Pero lo hizo pensando en que cumplía el deseo de su madre. ¡Caminaba por un camino derecho y se dirigía a un punto donde todo iba a ser luminoso! Comenzó a correr en línea recta, por en medio del camino, tratando de no espantar a las aves. Se sintió bien. Creyó que ahora él tenía el control. No quería que los pájaros se espantaran. ¡Hmmm!, pensó, el camino se aclara. El amontonamiento del “inicio” había desaparecido y ahora, a medida que avanzaba, el camino se hacía más luminoso, menos agobiante. Después de algunos minutos vislumbró la encrucijada del principio. En el instante que reconoció la encrucijada se impuso un nuevo paradigma: ¡Nunca he estado acá!, dijo. Y como si le hablara a su mamá gritó: ¡caminé por un camino derecho y ahora llegué a la meta! Se paró, sacó las manos de las bolsas, se limpió la frente, puso una mano como visera y vio una multitud de opciones: caminos chuecos, de barro rojo, de cemento, llenos de flores, curvos, de bajada, empinados… Según su mamá debía elegir alguno para emprender la marcha por la vida. Ojalá, le había pedido su mamá, como última voluntad, agarrés por el buen camino, hijito de mi vida. Axel sonrió. Dijo que sí. Se sentó sobre un poyo y decidió, desde ahí, mirar el camino más derecho, el que había recorrido apenas minutos antes. ¡Ah!, pensó, si mi mamá supiera que los caminos derechos están llenos de espinos y de cuervos, tal vez eligiera otra última voluntad. Y Axel tiró las piedritas que había levantado en el camino por si se topaba con un chucho y se quedó ahí para toda su vida, en reconocimiento por haber elegido el mejor camino que cualquier hombre puede elegir.