viernes, 30 de noviembre de 2012


CARTA A MARIANA, DONDE SE CUENTA CÓMO, A VECES, EL CORO DE ÁNGELES OFRECE UN CONCIERTO EN LA ANTESALA DE LA OSCURIDAD (Primera parte de dos).

Querida Mariana: la Universidad Autónoma de Chiapas sólo consigna un caso, en 1934. Es, por lo tanto, muy raro que un cenzontle se crea burro. Burro se creía el cenzontle de la casa de la tía Elena. ¡Ah, qué burro!, decía todo mundo, porque para la gente es más sencillo criticar que consignar el asombro. El pueblo entero miraba con cierta resignación y con total aroma cotidiano el hecho de que “Angelito” se creyera burro y, por las mañanas, trepado en el palito de su jaula rebuznara a todo lo que daba. Incluso no faltaba el perverso que se permitía bromas con el tamaño de su sexo.
La tía Elena compró el cenzontle en el Mercado Primero de Mayo. Lo compró con doña Ausencia que, de vez en vez, cuando la crisis económica la ahoga, en lugar de vender tamales de bola (con su chilito de Simojovel), vende pájaros. Un complejo de culpa asoma, porque cree que los pajaritos deben volar en total libertad por todos los cielos. Pero, las panzas de sus dos nietos son más convincentes y debe llenárselas. Por esto, cuando no tiene para comprar la manteca para hacer tamales, muy temprano se pone un chal y sale a la montaña. Por en medio de “espinos” camina y levanta la mano mientras silba. Algún don posee porque las aves despiertan y, atolondradas, vuelan hasta posarse en su mano, como si fuesen halcones entrenados en cetrería. La mujer mete en un bolso de mimbre todos los pájaros que atrapa. Le basta caminar un trecho de cien o doscientos metros para llenar el bolso. Al final tiene que espantar los pájaros que, necios, bobos, insisten en posarse en su mano. Baja de la montaña y mete a las aves en jaulas. Ya, pichitos, dice a sus nietos que también duermen en jaulas, ya, ya tenemos para comer toda la temporada. Por lo regular, estas crisis de dinero asoman en temporada de diciembre. La mujer piensa que es porque el dinero también siente frío. ¡Qué raro proceder!
Bueno, así, elevando la mano como si firmara una oración, consiguió al cenzontle que, dos días después, compraría la tía Elena. Esa mañana, la tía decidió que compraría un canario. Tomó su bolso y una jaula pequeña, de color cetrino, con algunas manchas de óxido. Pensó que después de comprar el kilo de jitomate y el manojo de cilantro iría a la Veterinaria del Doctor Hernández y compraría el canario amarillo que había visto la tarde que fue al rezo de la Panchita, en el templo de Jesusito. Pero, a la hora que elegía los jitomates para colocarlos en la bandeja oxidada para el pesaje, doña Ausencia apareció y le dijo: ¿compras’té un canarito? Ah, qué muda, esta mujer, pensó la tía Elena al ver que lo que la mujer ofrecía no era un canario. Pero, ¡Dios mío!, pensó, de nuevo, la tía. ¿No sería una señal de alguna almita en pena reencarnada en esa ave? ¿Cuánto?, preguntó. Dos mil, dijo doña Ausencia. Es bien cantador, dijo, y retiró totalmente la manta blanca que cubría la jaula. Mirelos’té, dijo. El cenzontle, todavía pequeñito, brincó sobre la jaula y emitió un pitido como de tren recién nacido. ¿Ya miros’té qué chulito?, insistió la vendedora. La tía abrió la jaula que llevaba y dijo: metelo acá. Abrió su bolso y le pagó a la mujer y, como si espantara un mal sueño, movió las manos y le dijo a la mujer: andate ya, antes de que me arrepienta. Doña Ausencia se santiguó, porque era su primera venta. Se retiró y, en la puerta del mercado, metió la mano a su bolso y encontró un “Guardabarranco” y lo metió a la jaula y comenzó a ofrecerlo a los que pedían un vaso de jocoatol.
La tía Elena colocó la jaula en el clavo de la entrada. Remojó unas tortillas secas en agua y le dio de comer al cenzontle.
¿Cuándo la tía se dio cuenta que el cenzontle se creía burro? Te lo contaré en otra carta, ahora tengo que ir al Súper San Luis a comprar croquetas para mi gato que, gracias a Dios, se cree lo que es. Un beso, mi niña canario.