miércoles, 7 de noviembre de 2012


PARA CUANDO HACE MUCHO AIRE

A veces divido el mundo en dos. Ayer lo dividí en: mujeres que son como globos que caen de un tercer piso, y en mujeres que son como papalotes que se enredan en los cables.
La mujer papalote (sin albur, bestia alburera, sin albur, por favor) es como una cama de bronceado artificial a mitad de un cuarto de motel. Su piel es tan delicada como el papel de china y su sueño es el de un cuadrado hecho con cáñamo y varas de tejamanil. ¿Su hogar? El círculo del aire y la línea del viento.
Como toda mujer, ella también tiene cola que le pisen. Su cola está hecha de un jirón de tela roja o amarilla. Le sirve para darle consistencia al vuelo. De donde se colige que es bueno que todo hombre o toda mujer lleven una cola para no deshacerse en el peldaño de la honra y del tiempo.
No es mujer de certezas. A veces es como una bola de nieve adentro de un “pinball”. Choca de acá para allá, se enreda en las torres de azúcar, en los monumentos de sal y en los pedregales de metal. Cuando se recuesta sobre una lámina de piedra se piensa techo de la tierra, se sueña labio de mar.
Canta, canta en la ducha, a la hora que toma la esponja y se lava la parte del cuerpo donde el deseo es una concha de mar. Canta, canta a la hora que ve el sol, a la hora en que las manos son como espuma de espejo.
Sueña, sueña a la hora en que el sueño se apodera de ella. Sueña, sueña a la hora en que se peina frente a la luna e invoca el tatuaje del sol y de la nube.
La mujer papalote lleva la firma del ave y el deseo de la pluma. Porque las plumas no sólo le sirven para escribir las páginas de su vida, también le sirven para desarrollar la hipérbola donde el batiscafo vuela en el fondo del agua.
El sonido que más le gusta es el de la ola que besa el acantilado.
Cuando desea cambiar de imagen invoca la mano de su amado y lo fuerza a elegir entre el labio o el pliegue de los diecisiete años a punto de los dieciocho, edad en que le estará permitido disfrutar el jugo de la flor y de la espina.
Cada mañana abre la ventana del Tarot y elige la carta del destino. Le gusta sacar la carta que contiene la señal de la Nada. Esto significa que todo estará por hacerse. Como si estuviese desnuda y eligiera la hierba y el pájaro que llenará su árbol. Cuando el círculo se le pierde en la recta, ella juega a que es rueda y rueda sobre la rueda hasta recuperar la cortina del fuego que abrasa su alma y su cuerpo.
Si la velocidad le exige elegir entre un abrazo de lente o una caricia de arena, ella elige el tablero de madera donde se muestra una película en blanco y negro.
Le gusta el juego de billar porque le encanta pensar que la mano del amado es como el paño verde que recibe el perfil del taco de madera para la bola de marfil dentro de la “buchaca”. A final de cuentas, todos los amados habidos y por haber saben y sabrán que el secreto de la vida sólo es un concierto donde el telón de fondo es una cortina de cintas plateadas.
A veces divido el mundo en dos. Mañana lo dividiré en: mujeres que son como un solo de guitarra y mujeres que son timbales sin fondo para sueños al fondo del fondo (¿qué hay más allá del fondo del fondo?).