sábado, 2 de marzo de 2013



ARENILLA

Alejandro Molinari
alejandromolinaritorres@gmail.com
http://areni-ya.blogspot.com

CARTA A MARIANA, DONDE SE CUENTA CÓMO GALILEO TENÍA RAZÓN

Querida Mariana: nada es cierto. Vivimos engañados. Al pasar un líquido de un recipiente a otro, algo se cae. En Comitán, cuando alguien, inexperto, hace sus primeros intentos, decimos: “está haciendo sus pininos”. Esto lo escuché desde niño. Así que cuando Lucía hizo su primer dibujo en el taller dije que ella estaba haciendo sus pininos en el dibujo.
El otro día, el maestro Jorge dijo que hacer pininos es una frase desafortunada. Lo prestigioso, dice él, y yo le creo, es “hacer pinitos”. ¿En qué momento comenzamos a usar la palabra pinino? ¿Qué es pinino? Hace apenas dos minutos con treinta y dos segundos hallé la confirmación de lo dicho por el maestro Jorge. En la novela Dublinesca, de Enrique Vila-Matas, aparece lo siguiente: “…Y Javier termina por ponerse muy nervioso. Los escritores no soportan nada bien que los editores hagan sus pinitos literarios…”. ¿Mirás, niña bosque? ¡Pinitos, pinitos, nada de pininos! Dios mío, ¿a quién se le ocurrió decir pininos? Desde esta ocurrencia, medio mundo de Comitán dice pininos. Crecimos engañados.
Don Maquensi (un gringo que vivió por el rancho de don Eugenio, allá en la Tierra Caliente) siempre dijo: “Marría está hacienda torrtillas”. La María se botaba de la risa y don Eugenio, mientras le echaba sal a una tortilla recién salida del comal, le explicaba: “No, don Maquensi, no se dice hacienda, se dice haciendo”. Tal vez en la mente del gringo existía la idea de que si decía María debía emplear el verbo hacer en “femenino”. Quién sabe qué idea apareció en la cabeza del primero que dijo pinino. Alguien dijo pinito y él lo cambió y desde entonces medio mundo de Comitán anda repite y repite a cada rato la famosa frase de “hacer pininos”. Bien dicen que el sordo no oye ¡pero compone! (bueno, ya el padre Carlos nos enseñó que Beethoven era bien sordo y componía ¡genial!).
Crecemos en la mentira. Durante toda mi educación primaria oí la historia de doña Josefina García, una comiteca fregona que, cuando los hombres titubearon para iniciar el grito de Independencia de Chiapas, dijo que las mujeres estaban dispuestas a encabezar el movimiento. ¡Que los hombres queden en casa!, dicen que dijo. ¡Ah, qué maravilla! ¡Qué orgullo sentíamos! Ahora resulta que viene la historiadora María Trinidad Pulido y el arquitecto Pepe Trujillo, cronista municipal, y dicen que no, que no hay certeza de la existencia real de esta mujer, que todo es puro invento. Te digo, crecemos en la mentira. Y lo de doña Chepina nada es comparado con la historia de los Indios Chiapa lanzándose al Sumidero antes de rendirse ante el enemigo español. ¡Ah, qué chentos nos sentíamos los niños de la Matías de Córdova cuando el maestro Beto nos contaba la hazaña de nuestros valientes antepasados! ¿Y todo para qué? Para que una buena mañana, Jan de Vos dijera que no, que no era cierto. Que todo era una mera invención. ¡La gran pucha!
Óscar Bonifaz ya dijo que las Siete Esquinas ¡no son siete! Que el Río Grande, ni es río ni es grande. ¡Sólo falta que un día La pilita seca comience a rebosar de agua!
Tal vez por esto a mí no me cuesta trabajo vivir en Comitán: amo las mentiras. Las amo, porque amo la literatura y la literatura está hecha de mentiras que se convierten en verdades y son las verdades más sublimes de la vida. Sabés que soy escaso, no me gusta meterme mucho en vidas ajenas (mucho, dije). Tengo tanto qué hacer que no me alcanza el tiempo para andar metido en arguendes y chismes. “Que si la fulanita anda metido con el fulanito”, “que si sutanito se robó lo de los pisos firmes”, “que si la menganita está embarazada del menganito”. ¡Me vale! Cada quien que haga su vida. Dejo que Comitán y los comitecos fluyan en una línea de aire, paralela a la línea de mi vida. Pero como soy un simple ser humano caigo en la tentación y, por esto, en lugar de andar enredado en ajos comitecos, mejor me sumerjo en el mundo del chisme y del arguende que vive en la literatura. Porque la literatura está hecha de la vida y la vida, lo queramos o no, está llena de las pasiones humanas. En las novelas que leo, también sutanito se faja a la menganita, que es esposa del fulanito, quien, a su vez, anda fajándose a la fulanita. Igual que en la vida comiteca, en la literatura la gente se cansa, se aburre, disfruta, pelea, trabaja, sueña, hace corajes, ama, coge, muere, se disfraza, roba, llora, ríe, ríe, ríe mucho, sólo para que un instante después se despeñe en el desaliento y en el drama. Todo lo que sucede en Comitán está contenido en los libros y más, mucho más. Lo único que cambia son los personajes. Los de la literatura son más universales. ¿A quién -digo yo- que vive en París le importa lo que hace sutana de Comitán? ¿Nos importa qué hace fulana de París en este instante? Si ella, la fulana de París, que vive en el 3654 de la Rue de L’université, está agasajándose al marido de la que vive en el departamento 8 del número 3256, de la rue de Varenne nos vale un soberano cacahuate. ¡Cada quien que haga de su vida un papalote! (y lo de papalote no es albur).
Esto de la confusión y de la mentira no es reciente, ya Don Descartes, quién sabe en qué siglo, anduvo metido en algo que llamó: “trampas de la mente y de los sentidos”. Vos, niña mía, sabés que lo del chisme anda metido en esa trampa. Los sabios desconfían de los sentidos, porque éstos son engañosos. Por esto mi abuela Esperanza decía a cada rato: “Todo es según el color del cristal con que se mira”. Acá, en Comitán, hay algunos que siempre tienen un cristal ahumado frente a los ojos y todo lo miran con el color de su conciencia. Por esto ahora soy un descreído. ¿Cuántos años anduvo la religión católica pregonando eso de que la tierra era el centro del universo? ¡Cientos de años! Ante la obligación de la iglesia, el buenazo de Galileo Galilei dijo que el sol giraba alrededor de la tierra (tal como aseguraban los bestias de la iglesia), pero al final dicen que dijo: “y sin embargo ¡se mueve!”, para demostrar que la teoría de la iglesia era una bestialidad. Por esto, a mí me gusta lo que hizo Santo Tomás: meter el dedo en la llaga del pecho de Jesús, para comprobar que, en efecto, la llaga existía. Ah, si la mula no era arisca, ¡la hicieron! Ahora, dudamos de todo y hacemos bien.
Vivimos engañados, niña flor de durazno. Un día (es una bobera, pero es un sentimiento real) un bobo de nueve años, en el patio de la escuela primaria, me llamó y, con cara de rata deshidratada, dijo: “Santa Clos ¡no existe!”. Mi mundo cayó de un reatazo como cayeron las torres de Nueva York. ¿Cómo que no existe? En cuanto llegué a casa, tiré la mochila y fui a la cocina donde estaba mi mamá. Mamita, mamita, Pedro dice que Santa Clos no existe. Ay, hijito, no le hagás caso a Pedrito, ya ves que siempre es un hablador. Salí de la cocina, comiendo un pedazo de manzana, salí contento porque mi mamá aseguró que Pedro era un mentiroso, un hablador. Pero, ¡Dios mío!, apenas dos años después mi propia madre confesó que, en realidad, Santa Clos ¡no existía! Y esta declaración fue como asegurar que la palabra de Pedro era más verdadera que la palabra materna.
Vivimos en un campo donde el engaño es el árbol donde más columpios se cuelgan. El otro día (no es reclamo, es mera reafirmación de esta teoría que hoy expongo) dijiste que me amás como a nadie has amado. Y yo sé, porque hemos jugado, que Nadie es el nombre de un personaje; es decir, Nadie es alguien. Y si vos me amás como a Nadie quiere decir que me amás como alguien a quien has amado igual que a mí.
Amo la palabra, pero la palabra también es frágil y voluptuosa. Es una prostituta que, a veces, no sale a la calle a buscar clientes sino que se queda en casa. Y como el mundo es perverso, el mundo inventa justificaciones y por esto, a cada rato, dice que hay “mentiras piadosas”, cuando bien sabemos que la mentira no tiene matices, así como la verdad tampoco los tiene. La verdad es única y ¡es o no es! De igual modo, la mentira ¡es o no es! Óscar Bonifaz cuenta una anécdota interesante. Dice que una sirvienta que sirvió en su casa ¡no mentía!, su religión no le permitía jugar con mentiras piadosas. Una vez sonó el teléfono, contestó la sirvienta, buscaban al escritor. Éste, en voz baja, ordenó que dijera que no estaba en casa. La sirvienta se negó. Sería mentir. Así que obligó a Bonifaz a salir a la calle y entonces, sin empacho, dijo: “No, el maestro Bonifaz ¡no está en casa!”. ¡Ah, qué maravillosa anécdota! Anécdota que, sin duda, no debe ser cierta, debe ser otra de las mentiras literarias de Óscar.
¿Qué mortal dice la verdad al ciento por ciento? Todo es un juego de mentiras. Por esto, a veces, algo como una nostalgia de verdad me asfixia. Sé que cuando decís que me querés, que me querés como mil universos, algo de mentira se cuela en tus palabras. Sé que cuando jurás, ante Dios Tonatiuh, que nunca me abandonarás algo de Judas existe en tu beso que, como pajarito, se posa en la rama de mi mejilla. A treinta y dos muchachas bonitas (entre dieciséis y diecinueve años) he preguntado si son vírgenes y el ciento por ciento ha dicho que sí, con una seguridad de puente de concreto. Meses después, con la confianza que permite el trato, han dicho que no era cierto lo que dijeron, ya vienen y me confiesan que una tarde, en un bosque, cercano al Herraje, cuando tenían catorce años, en el cumpleaños de su novio, le obsequiaron un pastel de fresas y su virginidad. Y entonces también dudo de la historia. Claro, dirás vos, por qué van a estar confesando sus intimidades a cualquier tipo. Pero, yo, niña de árboles con mil hojas, no soy cualquiera. Ya me lo dijiste ayer, me llamo Nadie. Ayer, que aseguraste que me amás como a Nadie has amado.

Posdata: nos quejamos de las mentiras que nos adoban los políticos. Nos enojamos por sus engaños. ¡No sé porqué nos sentimos engañados cuando nos damos cuenta del embuste! ¿Qué no aprendemos? ¿No somos capaces de entender que vivimos en un mundo plagado de mentiras? Crecemos en medio del engaño. A veces el engaño tiene su sustento en la ignorancia, pero la mayor parte de las veces se basa en la perversión. Julio Gordillo Domínguez se rasga su saco café cuando escucha eso de los nueve barrios de Comitán. No, no, ¡no!, grita, no son nueve barrios. ¿Entonces? Pura invención, pura literatura. Por esto amo la literatura. La palabra que ahí está escrita jamás miente, nunca cambia de parecer. En literatura la mentira es la verdad más verdadera, siempre permanece inalterable. En cambio, la palabra que me dijiste ayer ya ha perdido algo de su color. ¿Me amás? ¿De veras? Dejá que lo dude. Ya estoy viejo y tengo mil llagas. Ya no tengo edad para andar haciendo pini…tos.