sábado, 23 de marzo de 2013



CARTA A MARIANA, DONDE SE CUENTA CÓMO LOS PUENTES UNEN ORILLAS

Querida Mariana: mi abuela Esperanza era una mujer con fe. Un poco al estilo de tu tía Maruca, quien todas las mañanas se persigna y deja todo, ¡todo!, en manos de Dios. Ah, qué prodigio. Me asombra ver la paz que tu tía refleja en su rostro. ¡Nada la perturba! Riega las begonias, poda los rosales, hace pan, sirve la comida, teje las chambritas que envía a la tienda de San Cristóbal, va al parque a oír la marimba, mueve sus piecitos y mil actos más, todo en medio de una nube azul. Con fe, pone su vida en manos de Dios. ¡Pucha, qué maravilla! Mi abuela también vivía un poco así. Muy temprano, a las seis de la mañana, entraba al oratorio, prendía una veladora frente a la imagen de San Martín de Porres (nunca supe bien a bien porqué ese santo negro era uno de sus santos favoritos), sacaba un hato de papeles sucios y arrugados, con olor a cuarto encerrado, que eran novenas, y, durante una hora, más o menos, rezaba. Salía del oratorio, con un aire de santidad, y comenzaba su día. Preparaba el desayuno, barría, sacaba la basura, daba de comer a las gallinas, limpiaba las jaulas de los conejos, iba a visitar a sus comadres, bajaba a San Sebastián a comprar agua bendita, miraba la televisión, y, por las tardes, me llevaba a Yalchivol y me contaba parte de su biografía, de cuando vivió en Huixtla. ¡Nada le preocupaba! Cuando asomaba un problema, ella se persignaba y decía: “¡todo está en tus manos, Señor!”. Y, de veras, lo dejaba todo en sus manos. Un poco como también pensaba mi papá: “¿Para qué te preocupas? Si tu problema tiene solución ¡para qué te preocupas!, si no tiene solución: ¡para qué te preocupas!”.
Y es que, aún cuando la mayoría de las personas anda con preocupaciones todo el día, parece que al mundo no debemos tomarlo tan en serio. Mi tío Pablo enredaba todo y no le preocupaba. Sólo te contaré una anécdota para que mirés cómo era. Una vez fui a su casa, él estaba desarmando un radio. “Hola, tío, ¿cómo estás?”. “No, no -dijo, sin que viniera a cuento-, el mejor queso es el Rockefeller”. No, no, dije, siguiéndole la corriente, pero rectificando: Rockefeller no es queso. Y antes que yo dijera más, él dijo: “¡Cómo no! Es el queso más sabroso del mundo, con decirte que Roquefort lo comía todos los días”. Lo dijo y siguió desarmando el radio. Entendí que el mundo caminaba por sí solo. Así lo entendían hombres y mujeres como tío Pablo y como mi abuela Esperanza.
A veces me topo con gente que deja todo en manos de Dios y no traiciona su fe. ¡Ah, qué difícil que el pensamiento sea congruente con la acción! Recuerdo la escena de una película donde un hombre llega a un bazar a comprar una pieza valiosa. El vendedor ya está en la calle y cierra la puerta, lleva una Biblia debajo del brazo. El comprador le pide, por favor, que lo atienda. Sólo será un minuto y le dejará una buena cantidad de dólares, pero el vendedor se disculpa, da vuelta a la llave y dice que no puede perder un minuto, debe ir al templo, a ver a Dios. El comprador no entiende mientras mira cómo el vendedor baja por la calle rumbo al templo. ¡Pucha! ¿Lo imaginás? ¿Cuántos harían lo mismo? Sólo lo hacen aquéllos que no cambian al Dios verdadero por el Dios del dinero. Y éstos son muy pocos en la actualidad. Ahora somos muy “chuchos” para el dinero y, en ocasiones, incluso, botamos nuestros principios e ideales por unas cuantas monedas.
Pero, de todo hay en la Viña del Señor. Hay abrojos, pero también hay rosales. Te cuento: el sábado pasado fui a comprar pan integral (mi amigo Luis Felipe me sugirió el lugar). Pensé que el local estaba cerrado, pero luego vi que había movimiento. En una mesa del pequeño restaurante, una mujer y un hombre leían un libro grueso. ¿Tiene pan integral, de sal?, pregunté. La mujer vio al hombre, dejó el libro, se levantó, tomó una bolsa de plástico y, de un canasto, sacó una, dos, tres… seis piezas de pan. Así está bien, dije. ¿Cuánto es? No, dijo ella, mientras me dio la bolsa, hoy no vendo, ¡se lo regalo!, y sonrió. Tomé la bolsa y acepté con humildad, tratando de igualar el gesto de ella. Sé que no lo conseguí, porque quien da siempre recibe más luz. Mientras caminé de regreso, con rumbo al templo de Santo Domingo pensé en el acto de la mujer. Ese día ella no trabaja, lo dedica a Dios, pero, como vio que un hombre se paró en su puerta y pidió de beber, ella dejó tantito a Dios (o tal vez se acercó más) y dio, con gusto, un vaso de agua. Los dos ejemplos, tanto el de la cinta cinematográfica como el que me sucedió apenas la semana pasada, refieren a dos casos donde los hombres y mujeres no renuncian a su fe, ni a su compromiso con Dios. ¡No cambian la luz por moneda corriente! ¿Cuántos lo hacen? ¡Pocos!
Y no vayás a pensar que ando en onda religiosa por el rebumbio del nuevo Papa Francisco (“Habemus Panchus”). ¡No! Esta vinculación con Dios refiere a una relación más directa, sin intermediarios. Hay gente que construye un puente directo con Dios. Dicen los que saben que estos son los mejores puentes. El otro día, un amigo escribió en el facebook que la música es el vehículo perfecto para acercarse a Dios (yo, de molestoso, sólo por jodón, escribí que Bach era mucho más recomendable que Arjona). En realidad el puente más directo es la meditación. Los expertos dicen que cuando oramos nos acercamos a Dios y cuando meditamos ¡Dios se acerca a nosotros! Y no sé qué pensés, pero creo que es mejor que Dios baje a saludarnos en lugar que nosotros andemos extendiendo la mano como limosneros. Y digo que baje como una mera imagen literaria, porque si atiendo a lo que decía doña Esthercita Dios no anda trepado en las alturas, sino que está en todas partes, incluso en las cajas de madera donde cargan jitomates o en las mesas donde mis compas toman su cerveza bien fría, con una botana de chicharrón de hebra y frijoles refritos con chile de Simojovel.
Pero para estar a tono con el Universo, que es un poco decir ¡estar con Dios!, tampoco se necesita ser creyente. Conozco varios compas que son ateos y que son excelentes seres humanos. Tienden puentes con sus semejantes y no dudan en ofrecerles un vaso de agua. La biografía del escritor José Saramago (Premio Nobel de Literatura) cuenta que él no era creyente y sin embargo era un buen hombre. Tal vez estos tiempos necesitan buenos hombres, independientemente de que sean creyentes o no. Porque, estarás de acuerdo conmigo, existen creyentes que no son hombres buenos. Estos tiempos necesitan gente que sea congruente con su pensamiento en su actuar. Acá en Comitán decimos que hay muchos que se dan “golpes de pecho” en la mañana y durante el resto del día se dedican a joder a quien se deja.
En el facebook suben etiquetas simpáticas. Ayer leí una que decía: “Deberías aplicar en tu puta vida lo que tanto reflexionas en facebook”. Y es que, estarás de acuerdo conmigo, hay compas que se muestran como blancas palomas y exhiben clases de moral, cuando, en realidad, son unos hígados putrefactos. Mi abuela Esperanza decía que somos muy buenos para ver la paja en el ojo ajeno, pero ignoramos la viga en el propio. Por esto es que gente como mi abuela o como tu tía Maruca me sorprenden. Están hechas de una pieza y son congruentes con su pensamiento. Mi abuela y tu tía son personas que no hacen el mal y si pueden hacer el bien ¡lo hacen! Lo hacen sin esperar algo a cambio. Su satisfacción está en dar y en ser gratas a los ojos del Dios que aman. Esto es bonito. Yo no soy muy dado a la iglesia porque veo muchos sacerdotes que no son humildes. He conocido algunos curas soberbios que se inclinan ante el Dios del dinero y patean a los pobres. Por esto, Dios me ha permitido que mejor camine por “la libre”. Nunca seré como mi abuela. Esto es una pena. Soy un hombre con muchos defectos y carezco de esa fuerza de voluntad que ella tuvo. ¡Ah, cuánto diera por ser un hombre de fe y depositar toda mi entereza en el huacal Divino! No en el pozo de los hombres, sino en el brocal de Dios.
A veces leo a Walt Whitman, enormísimo poeta norteamericano. En su “Saludo al mundo” ¡encuentro a Dios!, sin que él lo mencione tantas veces como acá lo he mencionado. A veces leo “De canto a mí mismo” y me encuentro como una línea de luz. ¿Te copio unos versos? ¿Sí? Van cuatro, van para vos, para mí, para él, para todos: “Me celebro y me canto a mí mismo. / Y lo que yo diga ahora de mí, lo digo de ti, / porque lo que yo tengo lo tienes tú / y cada átomo de mi cuerpo es tuyo también”. Cuando leo a Whitman entiendo porqué doña Esthercita decía que Dios anda enredado en todas las vainas del universo.

Posdata: como aparenté ser muy seriecito en esta carta, ahora paso a otro puente, uno donde (¡de nuevo!) Dios se enreda en la amistad. Mi amigo Paco Flores me regaló un devedé que contiene una película y una grabación de 1994 (¡Dios mío, diría tía Eulogia, cómo pasa el tiempo! Y cuando lo decía se subía a un colectivo, sacaba la cabeza por la ventanilla y gritaba: ¡Cómo pasa el tiempo!, y nosotros, los sobrinos, decíamos: ¡y le cobran por subirse a él! Era como un ritual bobo, pero nos divertía). La grabación que Paco me regaló corresponde a la presentación de mi librincillo de caricaturas: “Juego Lapídeo”, que hizo favor de editarme el Instituto Chiapaneco de Cultura, cuyo director era mi amigo el Doctor Andrés Fábregas Puig. Esa noche, en el vestíbulo del Teatro Junchavín, leí un textillo que escribí como parodia de un personaje de Eugenio Derbez: Julio Esteban, un compa “rarito” que escribe cartas usando palabras relacionadas con el tema en cuestión (y lo de “rarito” lo escribo, porque ahora está prohibido escribir la palabra “puñal”). Yo empleé nombres de ciudades y pueblos chiapanecos. Te paso copia:
CARTA DE UN DESESPERADO CHIAPANECO A SU AMANTE: Querida Nandalayú: Las Margaritas de mi Corozal están Napite en la Depresión Central desde que Tuxtla diste el Malpaso. El Hidalgo novillero con que tú Bachajón a La Angostura no te Amatenango y se la vive Jaltenango. Cómo decirte que Tuzantán eres La Concordia de mi Paredón, El triunfo de mi Petalcingo y que Amate como Yocnajab no encontrarás a Naquen más. Sin ti el Aguacatenango me provoca Pujiltic en El Chorreadero y ni el té de Tila me Totolapa el Chicoasén. No Soconusco mujer más Buenavista que Tuxtla Chico. El volcán de tu Chichonal me produce un Yajalón y me deja como Laja Tendida. Le he pedido a San Cristóbal que Tonalá te compadezcas de Misoljá y Simojovel Dios quiere yo sea de tu amor el Chigtón. Sin ti ya Palenque quiero la vida. Tuyo Chico-muselo.