miércoles, 13 de marzo de 2013



LECTURA DE UNA FOTOGRAFÍA DONDE LA MESA SALE A LA CALLE

La toma es plana. Sólo la coquetería de las tejas impide que las líneas rectas se apropien del instante. Las tejas son recientes. Una ya no está. ¿Se cayó y se hizo pedazos sobre la banqueta? ¿Cayó sobre la cabeza de un señor y lo descalabró? ¿Voló? ¿Acaso la teja voló? Mi tía Roselia decía que las tejas de Comitán estaban volando, y cuando lo decía yo miraba el cielo y miraba si, al lado de los zanates negros, iban las tejas grises y pálidas. Ya viejo entendí que la tía decía eso porque los techos de teja estaban desapareciendo. Y cuando algo desaparece es peor que cuando vuelan. Cuando algo vuela existe la esperanza de que un día vuelva. Por el contrario, todos los desaparecidos se disuelven en el aire y jamás retornan.
En la parte superior del vano de la puerta se ve un moño negro que, en las noches, es iluminado por un foco. Es como una mariposa negra, como un murciélago. Algo fúnebre recuerda. Es como el infinito recordatorio de una ausencia, como si fuese el permanente recordatorio de que algo desapareció. Igual que las tejas, el moño es reciente, se aprecia en la rotundez de su negrura. Cuando las ausencias no son recientes el color se deslava, toman un color gris a punto de hacerse blanco.
Esta mesa y esta vitrina son provisionales. Cuando llega la noche, cuando llega la hora de irse a la cama, sus dueños las meten. Tal vez la mesa queda a mitad del patio que se distingue en el segundo plano, ahí donde el sol se cuela tantito e ilumina parte de la mesa y parte de la vitrina. La mesa está coja. Su cojera la provoca la irregularidad del terreno. Por esto tiene una cuña. Contra el consejo popular, no es del mismo palo.
Adentro de la vitrina se exponen dos platos, uno con butifarras, el otro con chorizos. El achiote del chorizo hace el contraste con el color pimienta de la butifarra. La puerta de la vitrina está abierta y el espacio de abajo está vacío. ¿Qué más vende la mujer que todas las mañanas saca la mesa a la banqueta? Esta mesa es decente, porque sólo abarca la mitad de la banqueta. Hay otras mesas más abusivas, mesas que, sin ningún pudor, se instalan a banqueta completa. Ante las abusivas, a los caminantes no les queda más que bajarse de la banqueta. Las mesas abusivas no aplican las leyes de la mercadotecnia y en su desfachatez llevan la pena: los posibles compradores no aprecian qué ofrecen. En cambio, estas mesas discretas permiten que el caminante se solace. Arriba de la vitrina se aprecia un pomo vitrolero. A pesar de que está cerrado para evitar que las moscas anden revoloteando en su interior, el vitrolero huele, huele a chile en vinagre. Imagino, sólo imagino, que cuando alguien pide: deme’sté diez pesos de chile en vinagre, la señora de la casa, mete la cuchara de peltre y llena una bolsa de plástico. El chile vinagre, en Comitán, se usa para condimentar los frijolitos con crema o para acompañar los tamales untados (bueno, los muchachitos de los años sesenta también lo usaban para complementar la mentada; decían: “chile en vinagre, vas y chingas a tu madre”).
Al lado del vitrolero se aprecian cuatro botellas de plástico que, en algún momento, tuvieron coca cola en su interior. Acá están llenas de temperante, para comer con salvadillo. ¿Qué más vende la señora? Vende bolsitas de plástico llenas de mole. Los colores, como se aprecia, son vívidos. Ah, el color temperante es como el color de nuestro carácter. Cuando las muchachas bonitas de Comitán reciben un piropo no se “chivean”, toman el color del temperante, bien por el encanto del piropo o porque éste las encabrona. Porque, no dejarán mentirme, hay de piropos a piropos. En Comitán es famoso el piropo que a una muchacha bonita le dijo un tipo que le fallaba un remo. “Adiós, tutisito bonito, acá tengo tu pajarito”, dijo el cojo, y la muchacha, roja temperante del coraje, volteó a verlo y le dijo: “¡Bestia, cojo feo!”. “¿Cogés feo? No importa, yo te enseño”, dijo el piropeador.
En el patio se observa un manteado. Tal vez es por el novenario del difunto, o tal vez es por el cumpleaños de alguien. Es costumbre en el pueblo colocar manteados, tanto para celebrar la vida como para lamentar la muerte. Por ahí, perdida, casi extraviada, se mira una silla plegable, de madera. Son las sillas tradicionales de este pueblo tradicional. Por esto, la imagen no es insólita, es de lo más común. En muchas calles y casas de Comitán se miran mesas que salen a la calle. Pero son decentes y discretas. A buena hora, a la hora que la noche llega, se meten a la casa, se quedan en el patio y rezan el rosario, para honrar la memoria del que es recordado a través de un moño negro que es como una mariposa de mal augurio. Me gustan estas mesas decentes. ¡Ah, qué diferencia con la casquivana que se llama la mesa que más aplauda!